viernes, 4 de enero de 2013

Colaboraciones, 4-1-2013



Lo importante no es si tú existes o no. Lo importante es estar libre de división y conflicto. Ahí está todo el problema para toda la humanidad. No hacer astucias intelectuales, repetir todo lo que se ha dicho. Sino percepción, que llega con la atención total a lo que estamos haciendo.

Si tú pones toda tu atención a lo que estás leyendo ahora, vas a comprenderlo fácil y sin esfuerzo alguno. Y si hay comprensión, hay solución de lo que hay que hacer, la acción que se genera es el orden.



Gracias, Enghelbertb. Aunque eso que se dice en la película, ya se podía decir cuando los hombres pasaron de ser cazadores recolectores a agricultores estables, hace unos diez mil años, todo sigue igual pero mucho más complicado para nosotros. La solución para todos a la vez, parece que no es posible. Así que ha de ser cada cual el que haga algo en su vida, en su manera de vivir para que esa corrupción, desorden y deterioro, no se acelere más que lo ineludible. Y ahora el problema es: ¿qué es lo preciso e ineludible?



La mutación se ha convertido en una palabra pomposa, manejada por los intelectuales, los gurús y los maestros, que dicen que saben. Mutación quiere decir: cuando estoy inatento y me doy cuenta, vuelvo a estar atento. Esa es toda la esencia del cambio: la percepción. ¿Cómo llega esa percepción? Descúbrelo tú mismo  y verás que sencillo es todo.



Aprovechando la ocasión, desde hace unos meses que recibí el libro, 'Drácula II' de Bram Stoker, como regalo de una editorial, lo empecé a leer a disgusto, aunque luego me enganchó un poco. Pero ahora estoy indeciso de si echarlo a la basura o de seguir poco a poco para terminarlo. He leído más de la mitad y en el relato se explica con todos los detalles las situaciones, etc. Por lo que se evidencia que todo es un invento del pensamiento, que el autor no lo niega, pero sigue con la historia. Lo falso no es la historia que se ha extendido como una epidemia. Lo falso es querer seguir con esa falsedad mental. 



El darse cuenta y la percepción alerta, es lo mismo. Sin percepción alerta no hay darse cuenta. Y sin darse cuenta no hay percepción alerta. ¿Cuándo vemos que el fuego nos va a quemar el cuerpo, la mano, sólo la misma percepción del fuego es la acción? Si no hay percepción ni sensibilidad, es cuando estamos medio dormidos.



Las gaviotas que volaban por encima de los arrozales inundados de agua desde hacía meses, se les notaba perezosas como si no les importara nada de la vida. Estábamos en la parte del parque donde se cultivaba el arroz, con los campos con sus márgenes rectos y bien delimitados. A medida que entrábamos muy dentro de los arrozales, entonces todo cambiaba: la naturaleza era en todo su esplendor. Los dos grandes cerros -montañas-, a lo lejos, se veían: uno azulado y el otro pardusco, eran como grandes caballones de tierra regular, sin picos destacables. El agua por todas partes, nos era familiar, como una amiga, que siempre estaba ahí.

Era al principio de la mañana, cuando llegamos a la playa, donde los edificios amontonados estaban deshabitados, pues los veraneantes ya no estaban desde hacía unos meses. El mar y su grandioso espacio, era tan quieto y silencioso, como los mismos edificios. Era un día de calma, frío, seco, sin nubes. Solamente vimos a una sola mujer, abrigada, con un carro pequeño de comprar alimentos.

Antes de llegar a la Albufera del parque, a un lado de la carretera, la pineda tupida y vieja, siempre era joven porque ella sabía morir para renovarse. Por encima de los pinos, obligados por el aire del mar a no elevarse, ya pasaban las garzas reales, parduscas y su aire ensoñado, y empezaban a gritar, cuando iban del mar a la Albufera o al revés. Siempre, por esta zona del parque ha habido ese trasiego de garzas, patos, aves frías, gaviotas, cernícalos, cormoranes, etc., entre la zona pantanosa y el mar -distante unos escasos kilómetros-.

Cuando dejamos la carretera principal y tomamos una que conduce directamente a la Albufera, al momento los patos volaban rápidos y estirados. Otros ya iban saliendo del agua, intentando alzarse en vuelo lo antes posible, y sentirse libres de los peligros que conlleva estar a ras del suelo y dentro del agua. Las grandes masas de cañizos, apretados y con el tallo de color envejecido marrón pálido, formaban islas dentro del gran espacio lleno de agua azulada y brillante.

Pronto llegamos, para hacer unos trámites en la oficina del director del parque, al que conocíamos. Cuando llegamos todo parecía frío en ese lugar que era lo más cercano a la perfección y el orden. Pero, pronto el afecto y el cariño logró disipar esa sensación de frío. Después de saludarnos, un funcionario oficinista se marchó a su trabajo. Y otra persona que dijo, que precisamente ese día empezaba a vivir como jubilado, estaba un tanto entristecido, preocupado por lo que podría hacer a partir de ahora. Y después de intercambiarnos algunos consejos y sugerencias, él se despidió.

El director del parque nos enseñó primero el embarcadero que daba acceso a un canal que llevaba al interior del lago. Nada más llegar a la orilla un cormorán, sin ningún miedo, pasó a escasos metros subiendo por el canal como si no estuviéramos allí. El agua del canal se veía un tanto amarillenta y sucia, que contrastaba con el bien cuidado y ordenado lugar. En esos momentos, el frío ya no era percibido, solamente había un ver lo que iba sucediendo: el grito poderoso de una garza real, la conversación sin ningún problema de las cosas domésticas y también las serias. Las dificultades, aunque eran, no molestaban ni interrumpían ese fluir de belleza en todo, esa sensación de unión con todo y con todos.

La realidad se imponía y los deseos personales, de lo que debería ser, ante el orden necesario, quedaban relegados para que ese orden que tenía el lugar siguiera su curso. Pues cada cosa, tiene su curso natural para que no acabe todo en una anarquía, confusa y el caos, por lo que los trámites y las leyes se tienen que respetar, atenerse a ellas.

Pronto llegamos otra vez a vernos entre los arrozales inundados de agua, brillantes y refulgentes como un espejo, pues el sol ya estaba en todo lo alto. Siempre con aves acuáticas deambulando de un lugar a otro, como un grupo de aves frías y su vuelo destartalado, con su lomo negro y el pecho, sus alas blanquecinas, que se posaban y levantaban el vuelo sin dirección aparente.

No tardamos mucho en ver, los grandes tractores removiendo el fango de los arrozales, seguidos por una nube de gaviotas a la espera de ver las larvas que dejaban al descubierto, lanzándose con su pico presto para atraparlas.

El parque y su perímetro más allá del lago, tenían su razón de ser como una especie de barrera para protegerlo. Pues, todo el parque estaba sometido a unas reglas, sugerencias y advertencias, para que la tierra, las aves, y todos los animales que vivían en él, tuvieran el máximo de salubridad, paz y el sosiego que todos necesitan. Por lo que a medida que nos alejábamos del lago, los hombres iban alterando ese ambiente salvaje que es la naturaleza virgen.



En una jaula pequeña, había dos gallinas para que dieran huevos. Eran altas, de color rojizo, faltándoles algunas plomas del cuello, y les salía la cabeza por arriba. Estaban debajo de un cobertizo de tejas de fibrocemento. Pasaban allí cada día, todos los días. El verano pasado, el dueño del lugar dijo que se le morían las gallinas por el calor. Ellas siempre estaban tocándose una a la otra. Estaban rodeadas de árboles, tierra llena de plantas silvestres, naranjales, en un lugar del campo. Uno le preguntó al dueño: ¿por qué tienes las gallinas enjauladas? Porque las zorras se las comen, contestó.

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