miércoles, 1 de agosto de 2012

Escritos y publicaciones 1-8-12


Ayer leí tu entrevista en el diario..., de Valencia.  Gracias por las informaciones y comentarios.
Eso de la clase y los que la tienen, los llamados mas elegantes, es relativo. A mí la mayoría me parecen horteras, esnobs, llenos de vanidad, Y todo eso necesita un gran derroche de dinero en caprichos y tiempo. Y por eso, el mundo está como está: en desorden y confusión.

Tú, tal vez, puedes hacer realidad eso que dices para el futuro. Pues, todo tiene que ser ahora -me refiero a la comprensión-, pues el mañana es una ilusión.

Todo depende de la velocidad con que actuamos y vivimos. Si vamos muy acelerados, no hay lugar ni tiempo para pensar. Pero si todo se pausa y se calma llega la reflexión que no tiene porqué ser un problema, pues es un regurgitar del pensamiento.

Pues cuando estamos cansados, paramos y descansamos. Si es que podemos. Peo en el caso de que trabajemos para nosotros, eso creo que sí que puede ser. Otra cosa, es la angustia existencial que puede llegar cuando vemos que los resultados no son como nos gustarían que fueran. ¿No estás de acuerdo?

Pero, lo miremos como lo miremos puede llegar eso que te he dicho: el vacío existencial. Aunque no debería de ser ningún problema, a veces o en momentos lo es. ¿Tú puede que estés a veces en esos momentos como ahora?

Nadie está bien al cien por cien. Eso es otra ilusión. Reconocerlo no quiere decir que estemos amargados, sino que somos conscientes de ello. Es como cuando subes a un coche o un avión, sabes que puede acabar muy mal, pero eso no nos paraliza.

Esto es el absurdo de todo cuanto sucede, que los que deberían de ser honestos, por su autoridad y los cargos que ostentan, no lo son. Por eso, la sociedad es amoral, confusa, desordenada, lo que quiere decir que genera la brutalidad y la crueldad, el sufrimiento y el dolor. De una manera natural, como si fuera todo correcto, adecuado y preciso. Luego los ciudadanos, se contagian de esa inmoralidad y es cuando viene el caos de que cada uno hace lo que le viene en gana. Y, como eso no puede ser, recurren a la brutalidad y la violencia, para detenerlo, para contenerlo y rechazarlo.

Si primero la autoridad no empieza a descartar su corrupción e inmoralidad, todo lo que venga después no tiene ningún sentido ni valor para resolver los problemas.

Nos gustan los chismes, que son una mezcla de celos, de venganza, de vanidad. Pero la verdad, por ese camino, no llega, se pierde.

Para Pilar Gómez, subdirectora de La Razón.
Te he visto en 'Al rojo vivo', de hoy, en LaSexta, TV.
Respecto de que Valencia, como Cataluña, según tú y Carlos Pérez Henares, piden dinero cuando deben al gobierno central. Según leo en los diarios de Valencia y de Cataluña, es el gobierno central el que les debe a ellos. Porque ya han contribuido, pagando al fondo común, desde donde el gobierno distribuye. Y ellos son los perjudicados porque les devuelven menos de lo que les corresponde.
Pensar que si las comunidades autónomas no existieran se acabarían los problemas, es tan infantil como casi todo lo que has dicho. Porque la corrupción y la inmoralidad, está extendida en todos los ámbitos y en todos los cargos. Empezando por la iglesia católica, pasando por el rey y los aristócratas, los ricos y los poderosos, la mayoría de las personas.

Dijo que acababa de leer algo del ‘Conductismo’. Que se trataba de una especie de premio y castigo, donde educan a las personas como quieren. Uno le dijo que había leído un libro, ‘Walden dos’, de un autor que era conductista, Skinner. Que escribió trabajos controvertidos, en los cuales propuso el uso de técnicas psicológicas de modificación del comportamiento, para intentar mejorar la sociedad e incrementar la felicidad humana, como una forma de ingeniería social.
‘A mí me pasó lo mismo’, dijo un tanto entristecido el que acababa de descubrir el conductismo. Uno le dijo: ‘Te daban el palo y la zanahoria’. ‘Me he pasado la vida haciendo sin saber bien lo que hacía y ahora ya no puedo hacer nada’, contestó. ‘Eso es el condicionamiento. Desde pequeños nos meten en la cabeza lo que tenemos que hacer. Tú y yo, somos lo que nos bisabuelos ya estaban haciendo para que nosotros fuéramos como somos. No hay escapatoria. Una vez le dije a uno, que tenía aparcado en medio de la calle su coche, si no lo aparcaba adecuadamente. Él dijo, ya está bien. Yo le dije, luego te quejarás de que si tus nietos son esto o aquello, no te das cuenta que tú ya estás participando de su educación’, le expliqué. ‘Ya me has desmontado lo del conductismo’, dijo sorprendido el interlocutor.
Contó que hicieron un experimento con monos, poniendo arriba de un palo comida y los encerraron, donde habían puesto unos cajones esparcidos. Al cabo de un tiempo, los monos descubrieron que poniendo una caja encima de otra podían acceder a la comida. Uno dijo: 'El hambre les hacía discurrir, en principio no prestarían mucha atención a todo lo que tenían alrededor, pero el estómago los estimulaba a la acción y a discurrir’.
‘¿Y qué te parecen los toros? Nunca la iglesia católica dice nada sobre que los toros son una crueldad, una tortura’, dijo el interlocutor. Uno le dijo: ‘Eso también es conductismo, condicionamiento.  Todos los aficionados, que están en la plaza, se olvidan del toro, de su dolor, de su tortura. Nadie sabe nada del dolor del toro. No lo ven como un animal es algo diferente. Pero la tortura no empieza ahí. La tortura empieza cuando son aún jóvenes becerros, donde los hombres a caballo que los han cuidado en su manada para dirigirlos donde querían que fueran, de pronto un día con una larga lanza de madera esos  hombres, que eran sus amigos, empiezan a tumbarlos para comprobar su bravura. Y después cuando ya son mayores, los cargan en cajones estrechos y los llevan en camiones viajes de centenares de kilómetros hasta la plaza donde los van a torear. Antes, a algunos les golpean el cuerpo, en los genitales, no les dan de comer, les dan alguna droga, etc., con tal de rebajarles su bravura. Pues el toro tiene que tener su presencia, aunque esté flojo.  Y por supuesto, es una criatura de la creación, que tiene que ser respetada, tratada con afecto  y con cariño. Además, ¿por qué uno tiene que romper algo que es perfecto, agujerearle y romperle la espalda? Es como si por placer uno quisiera romper cualquier cosa. Pues ahí a todos les han dicho, de una manera o de otra desde la niñez, y copiado de sus padres, parientes, vecinos, etc., que el toro no sufre, no hay que preocuparse de él. Y eso es conductismo, condicionamiento’.
Luego pasamos al desorden que impera por todas partes, diciendo que cuando uno ve los vagones de los trenes y del metro, las fachadas de los edificios, las puertas de las tiendas que las cierran, firmadas y rayadas con espray, es cuando se da cuenta de todo el desorden que hay.  '¿Por qué no van a sus casas y rayan sus paredes? ¿Has visto algunos que suben al tren y no les importa poner los pies en el asiento de enfrente ensuciándolo, rayar los cristales de las ventanas con una navaja y no hacer caso a nadie? Todo eso viene de EEUU, antes de verse por aquí vi un tren de Nueva York todo pintado por fuera. Y al cabo de los años, aquí hacían lo mismo. Y lo mismo sucede con el tabaco americano’.
‘Aquí había una zarza parrilla que era muy gustosa y saludable, pero la Coca-Cola se apoderó'. dijo el interlocutor.
Uno explicó: ‘Eso es porque las personas quieren mucha energía y acción. Y los americanos de eso tienen mucho, se nota en los carteles publicitarios. No haría falta hacer publicidad porque si tú lees un libro mío, detrás del libro está mi energía que pasa a ti. Por tanto el tabaco y la Coca-Cola, etc., llevan y transmiten esa energía que ellos tienen’.
‘Y ese desorden está en todos los ámbitos, en la política, en la religión, en las personas. El desorden genera más desorden. Y uno tiene que verlo dónde está. Los que no lo ven tienen la ventaja que no hacen nada, pero no se enteran de nada, nada más ven que su nariz. Y los que lo ven, sufren, pero saben ver dónde está lo negativo. El dolor es preciso’. El interlocutor se rio afirmativamente. ‘Si no hubiera dolor no haríamos nada, sería peor’.

Pero como uno no sabe lo que resulta, lo tiene que expresar, como lo has hecho tú. Expresarse es preciso, pues eso es comunicarse. Y cada uno lo hace como puede. Es el condicionamiento el que compara y se divide de lo que ve.

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