martes, 1 de mayo de 2012

Escritos y publicaciones 1-5-12


La espiritualidad es una palabra más para designar el mundo de la liberación, la iluminación, la ausencia del "yo", la compasión y el amor.
Que exista o no, eso es cosa de cada cual. Porque sería tanto como preguntar: ¿existe la libertad? ¿Tú qué dices Doug?

Hay que vivir la vida.

Creo que el mencionar a dios, la palabra, lo complica todo. Porque dios está más allá de todo lo que digamos o no digamos, más allá de toda palabra, idea o teoría. Y como con palabras no podemos expresar aquello que está más allá de ellas, lo que digamos hace que sigamos confundiéndonos.
Y fruto de esa totalidad, que es la vida, se dice que hay libre albedrío, libertad. Pero al mismo tiempo, también se dice que los pelos de tu cuerpo están contados, ninguna hoja se mueve sin la voluntad del universo. Por lo que hablar de todo esto sirve de poco.
Lo que nos tiene que importar es ver donde está lo falso y negativo y descartarlo. Y lo negativo es todo lo que genere y cause dolor y sufrimiento a nosotros mismos y a los demás.

Si uno no quiere nada, si está vacío de deseo y vanidad, la cosa cambia.

Descartar es muy sencillo cuando estamos completamente atentos y despiertos a todo lo que sucede. ¿Podemos tener esa atención profunda en la que el ver algo negativo o no y actuar en ese preciso instante es lo mismo, sin que haya en ello tiempo alguno entre el ver y actuar?
Si vemos un peligro, como cuando estamos en un alto edificio y miramos por la ventana hacia abajo, como cuando vemos un animal salvaje, ¿verdad que la acción es inmediata, sin que medie el pensamiento? Entonces, el problema es ver por qué no tenemos esa intensidad en cada reto y acto de nuestras vidas. ¿Será por qué lo tenemos todo, vivimos en la abundancia, por insensibilidad e indolencia? El reto es conocernos a nosotros mismos tal cual somos y a partir de ahí todo cambiará. Es muy fácil si puedes verlo, Fernanda.

También te doy la bienvenida por confiar en mí. Es una alegría que todo funcione bien, o de la mejor manera pos¡ble. ¡Qué no nos falte la dicha, pase lo que pase! Hasta otra, Mar.

Daniel, serías tan amable de volver a enviarme la dirección donde tendría que haber enviado mis e-mails que tú has recibido; pues, recibo unos cincuenta cada día. Y, ayer estuve una media hora buscándolos pero me fue imposible encontrarlos. También te comunico, que solamente llevo un año y medio con ordenador; y todo esto para mí es muy complicado, salvo lo que más uso que es escribir, leer, copiar y pegar.
Acabo de llamarte por teléfono, por dos veces, y sale un grabación de voz, sin opción para dejar algún mensaje.
Siento mucho lo ocurrido, por lo que ruego que aceptes mis disculpas.
Con afecto y con cariño.

Para saber cómo fueron todas las guerras pasadas, hay que ver como son en la actualidad, ahora. Pues, la guerra siempre tiene el mismo paradigma: el egoísmo, donde el animal que llevamos dentro se manifiesta en todo su esplendor.
Es una ilusión la división entre razas, clanes familiares, tribus, nacionalismos, etc.; de la misma manera, que es una ilusión creer que yo soy diferente de ti. Se siente una grandiosa maravilla cuando uno comprueba y vive, que no existe la división en el ámbito psicológico entre las personas.
Por eso, el vencedor no es sólo el que se dice que vence, ni el perdedor el que pierde, sino que hay todo una trama, como un puzle, donde todo está unido y encajado. Cuando alguien pierde una guerra, es porque la gran mayoría quiere que la pierda. Es decir, los actores invisibles para la persona normal y corriente, se conjugan para vencer. No es posible vencer en solitario, eso no sucede.
En las guerras más recientes es donde se ve claramente -porque de una manera o de otra las vivimos- el efecto unitario de una gran coalición contra una minoría -que no lo es tanto, aunque no tiene el poder del vencedor-: la ex Yugoslavia, donde todos estaban contra ella, excepto el bloque comunista; Irak, donde el país más poderoso, y por tanto el más bélico, se las arregló para que todos lo poyaran al declararle la guerra e invadirlo, derrocar y eliminar a sus dirigentes; Libia, donde, todo el poder occidental –Europa, EEUU, OTAN, ONU- en poco tiempo derrocaron y aniquilaron el viejo régimen y poder.
Y por eso, es como una distracción y un entretenimiento el escrutar quién tuvo más culpa, quién se merecía ganar, porqué se ganó, etc. Cuando la guerra nace dentro de nosotros; y es a eso, a lo que tenemos que invertir toda nuestra energía. Pues, si no solucionamos esa guerra que todos tenemos dentro, ella sale fuera y ser manifiesta en nuestro alrededor, en la sociedad donde vivimos, ya sea con la esposa, con los hijos, con los compañeros de trabajo, con el político, con los que no comparto su manera de encarar la vida.
Para que no haya guerra, hemos de vivir en el vacío, en la nada, donde uno es un ser humano sin nacionalismo, sin fronteras, donde la palabra extranjero no tenga ni valor ni sentido; vivir sin ninguna creencia, ya sea religiosa, política o de otra índole, vivir sintiendo el dolor de los que no tienen en cuanto apenas nada para sobrevivir ni para poder enfrentarse a la vida por su falta de energía, de educación y de instrucción. Porque, mientras haya división, la guerra está ahí, está en uno. Sé que el precio para vivir vacío de lo que genera la división y la guerra, puede ser muy alto y caro. Pero, si uno siente todo el dolor de lo que son las guerras, con su violencia y destrucción, donde se asesina en masa, no pensará en el precio. Porque esa misma visión de la maldad en toda su profundidad hasta la raíz, es la que nos hace actuar de inmediato. Pues cuando uno ve con claridad, con toda su atención, con todos sus nervios, con todo su corazón, en ese ver hay acción total e inmediata, donde no hay división entre el ver y el actuar ya que es la misma cosa. Y, en esa acción, en ese vacío, está el orden que es compasión y es amor.

No se trata de llegar a una etapa, nivel o plano. Lo que se trata es de ver claramente lo que sucede, ver claramente el reto que es saber que hay violencia y guerra en todas partes -aunque en todas no sea una guerra con aviones y bombardeos-. ¿Por qué no podemos ver tan claramente, con toda la intensidad que da la absoluta y total atención? ¿Es por qué trabajamos demasiado y estamos ofuscados, es porque tenemos alguna actividad que nos tiene atrapados -sexo, droga, música y fiestas, viajar sin cesar, hablar a todas horas, estar siempre rodeados por personas? Descúbrelo, Mangallesh, y observa lo negativo como si fuera un veneno, un precipicio donde si caes ahí está la muerte.

En verdad parece que todo sea como el pez que se come su cola. Pero, cuando ves ese hecho puedes dejar de morderte la cola, como hay personas que se muerden la uñas y un día deciden que ya no se las muerden más. Entonces, ¿qué es lo que queda? Ver que tenemos ganas de comernos la cola y mordernos las uñas, pero no lo hacemos porque hemos visto que eso es una tontería, una pérdida de tiempo y algo dañino para nosotros. Pero lo hemos visto a tal intensidad, con tanta claridad, donde ha participado todo mi ser, con mis nervios y mi sangre, de manera que el ver y la acción son una misma cosa.
Ir a lo positivo es darle la dirección y el mando al "yo". Porque el "yo" solamente puede existir en lo conocido, lo que decimos que es lo "positivo". Por eso, el "yo" no puede ser al encarar los retos negativamente. La negación de lo conocido es negar al “yo”, hacer que desaparezca.

Cuando el observador no existe, el dolor en el ámbito psicológico se transforma en energía, desaparece y ya no existe. Ya que el dolor psicológico siempre es del “yo”. Aunque el dolor físico si que persiste, aunque tenga otra dimensión de aceptación, de comprensión, de unión con él.

El esfuerzo tiene su raíz en el daño, en la crueldad. Si tú ves la necesidad de hacer algo como atender a una persona que quiere decirte algo, ¿por qué habrías de esforzarte? Si lo haces, te harás daño a ti y a la persona que quiere decirte algo.

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