lunes, 14 de noviembre de 2011

LA MENTE DIVISIVA DESGRACIA DEL HOMBRE -séptimo libro-











                                                            TONI SEGARRA















                                                               La mente divisiva,

                                                                     desgracia

                                                                         del

                                                                     hombre

                                                                     -2011-















                                                                           Índice






Introducción



                1. El significado de la vida
                2. La acción que no es acción
                3. La sensibilidad
                4. El condicionamientos
                5. La felicidad
                6. Lo nuevo
                7. La cooperación
                8. El aprender
                9. El silencio
                10. La relación
                11. La percepción
                12. La brutalidad
                13. El servicio a los demás
                14. La mente que no mide
                15. La religión
                16. La dualidad
                17. Las influencias
                18. El despertar
                19. La paz
                20. La pobreza
                21. El matrimonio
                22. El florecimiento de la verdad





Introducción

Cuando alguien intenta transmitir algo, lo ha de hacer de una manera sencilla y clara, de una manera directa y espontánea, en fin de una manera nueva en el verdadero sentido total y absoluto de la palabra. En lo nuevo está la belleza, que es cuando todo esfuerzo ha desaparecido. Pero para que advenga lo nuevo, hemos de desprendernos de lo viejo; y para que esto sea posible el inquirir y el investigar, han de formar parte de nuestras existencias. Esto quiere decir, que hemos de tener una mente completamente despierta, atenta a todo cuanto acontece, tanto dentro como fuera de nosotros.
Por tanto, la siguiente cuestión es: ¿Qué es la mente? ¿De qué se compone esa cosa que llamamos mente? ¿Es algo real, o es algo que también hemos inventado? Primero que nada, surge la percepción; luego la memoria se detiene en esa percepción, intentando reconocer algo en ella; y acto seguido, se pone en funcionamiento todo el proceso del pensamiento. La mente es todo esta combinación del reto percibido, de todo el grandioso depósito de la memoria, que se pone en funcionamiento, provocando la inacabable actividad del pensamiento.
La percepción es algo connatural en los seres vivos. La memoria es el depósito, donde están todos los acontecimientos, todo lo que hemos sido, durante toda la historia de la humanidad; y mucho antes aún. Es lo que se llama la herencia genética, que está contenida en nuestro cerebro, desde que empezaron a funcionar como tales. La mente es el último invento, del pensamiento. Es algo así como si fuera el alma, el espíritu, el super “yo”; el observador de lo que está aconteciendo, que coteja y clasifica; que dirige a su criterio, siempre egoísta, y por tanto se divide de lo que observa, de la realidad, de lo que es. Es porque la mente se encuentra temerosa, que asume el papel de director, que quiere cambiar lo que es, la realidad, en lo que debería ser; creyendo que así encontrará la seguridad que necesita, para poder permanecer tranquila y así funcionar.
Pero el pensamiento y la mente, siempre son divisivos, y por tanto nunca pueden generar tranquilidad, seguridad, paz. El miedo, es el fruto de la división, porque al estar divididos, llega el conflicto y el enfrentamiento. El pensamiento, cuando actúa siempre es para él, es para su propio beneficio, es para inventar algo nuevo, que le conviene, porque cree que la realidad no le es favorable y por tanto no le conviene.
Cuando la división y el conflicto tocan a su fin, el pensamiento y la mente no pueden existir. Porque el pensamiento, no puede operar al ser tan intensa la atención y la observación de lo que acontece. Es algo así, como cuando alguien dice que sabe nadar y cae al río, cuando está embravecido y la corriente del agua es muy rápida; entonces de nada sirve el saber nadar, porque es todo tan rápido, tan intenso, tan incontrolable, que uno no puede hacer nada de lo que tenía previsto, como nadar, intentar salirse del río yendo hacia una orilla, mantenerse a flote, y ni tan siquiera pensar.
Pero claro a nosotros no nos gusta esa intensidad, esa profundidad, esa manera tan total de encarar la vida. Y por eso, es que le abrimos la puerta al pensamiento y a la mente. Y, es entonces, cuando aparecen todos sus inventos: las fronteras, las teorías y las ideas, los nacionalismos, las religiones organizadas, los clanes tribales y familiares. Es decir, vivimos en un círculo cerrado del que no podemos salir: primero inventamos nuestra realidad -la que más nos satisface- y al darnos cuenta que seguimos como siempre, en la angustia y el dolor, inventamos otras realidad -otra teoría, otra idea- pero en la que sólo hay un cambio externo, un mero cambio de decorado, sin poder salir del sufrimiento y el dolor. Y así seguimos desde hace tantísimo tiempo que nos hemos acostumbrado, pensando que este es nuestro destino, nuestra manera definitiva de vivir.
¿Es posible salirse de este círculo en el que estamos atrapados? No digamos ni que sí, ni lo neguemos tampoco, porque de lo contrario no podremos ver toda la grandiosidad de este asunto. Además hasta que algo no se aborda, de una manera seria y profunda, no se puede decir casi nada al respecto. Lo que hemos de tener claro, es que este círculo es porque el pensamiento y la mente le dan sustento, lo crean y vigorizan. Entonces hay que ver de qué manera el pensamiento y la mente llegarán a su fin. Si vemos de una manera clara y total, que el causante de todos los problemas, de todos los conflictos, es el pensamiento y la mente, y todo lo que inventan, es entonces, en ese mismo instante de la percepción, cuando todo ello llega a su fin.
Y, uno se puede preguntar: ¿Qués es lo que queda entonces? Solamente hay un ver; mejor dicho, un vivir sin que uno se vea separado de lo que se vive; donde la imagen, que uno tiene de si mismo -que es el “yo”-, ha desaparecido; por tanto, la dualidad, la división, ya no pueden existir. Es entonces, cuando aparece la gran maravilla de que el observador es lo observado, son una misma cosa; de que el pensamiento y el pensador, son una sola cosa; de que uno es todos, y todos es uno. Y es entonces, cuando surge, cuando adviene, el orden y la inteligencia, cuando florece la compasión y el amor. Todo sigue funcionando igual: los dolores físicos, la decrepitud y la muerte, los eventos de la existencia; pero al no haber división, al no haber conflicto, la angustia y el dolor -depresiones, frustraciones, ansiedades, miedos, deseos exacerbados- no pueden arraigar, no pueden ser.
T. Segarra


1


El significado de la vida


Hay algo indescifrable y más allá de todo razonamiento, que uno no puede llegar a comprender, cuando observa a los animales devorarse entre sí; cuando observa a los hombres, destruyéndose unos a otros; sufriendo a causa del deterioro y la decrepitud. La existencia, la miremos por donde la miremos, es una continua transformación, de destrucción y de creación a la vez. Todo lo que es ha de perecer, sin que podamos ver todo el principio ni el fin de algo en concreto; porque después de la destrucción de algo, hay una transformación en otro algo. El problema está en que no podemos observar todo el infinito anterior a algo -a una vida, a un acontecimiento, a un trozo de madera que se quema- y todo lo infinito también que se desarrolla después de la destrucción.
Ya que nuestras mentes son incapaces de abarcar y observar todo el proceso de la aparentemente incomprensible existencia, debemos encararnos con lo único que sí que podemos ver y contemplar, investigar y aclarar. Esto es, la existencia diaria de cada uno de nosotros, el presente que está ahí desbordándonos a cada instante. El presente es algo que es de uno, que lo lleva encima como la misma piel; uno no puede huir de él. Porque el presente, si no tenemos el cerebro deteriorado, es como el aliento, como el latir del corazón. Podremos pensar en el futuro o con el pasado, pero esto forma parte también del presente. La existencia de cada uno, es un presente y por lo tanto algo ineludible.
La vida no sería la complicación que es, sino sintiésemos el desconsuelo, el sufrimiento, la amargura del dolor que nos está acechando a cada paso que damos. La solución del problema de la vida, es acabar con el dolor; no acabar con él para un día, un par de horas, unas semanas, sino acabar definitivamente y que no nos afecte nunca jamás. Este es el grandioso reto que tenemos que afrontar todos los hombres, si queremos que llegue la felicidad, si queremos llevar una vida de gozo y de dicha.
La existencia ya sabemos que es un llegar de no sabemos donde y un partir hacia algo que también desconocemos. Entonces sólo nos queda la solución de lo que es, el dolor. El dolor es una reacción nerviosa; es algo que los hombres hemos llevado desde siempre, lo hemos soportado, lo hemos tolerado como si fuese algo ineludible. Una de las características del dolor, es que altera la sensibilidad y la mente. Donde hay dolor no hay amor. El dolor cesa con la llegada del amor. Pero hemos de encarar la realidad del vivir cotidiano. Y entonces veremos que nuestra existencia es destructiva, debido a la ignorancia, que provoca la ansiedad y la falta de sensibilidad. Por bien lavados y bien vestidos que llevemos los cuerpos, no podemos creer que ya somos sensibles. Hemos de saber afrontar con toda nuestra energía, cada reto para que la sensibilidad llegue.
Hemos de ser totalmente conscientes de que somos sumamente ignorantes, para que podamos investigar la causa de la desdicha de nuestras vidas. Cada vez que llegamos a asombrarnos, por el nuevo descubrimiento en cualquier campo, ya sea en la biogenética, en viajes espaciales, en la robótica, o en medicina, hemos de darnos cuenta del costo de cada paso que damos y a dónde nos desemboca. Póngase los pies en el suelo, sabiendo lo que estamos pisando y nos daremos cuenta de que cada invento que nos asombra, es una huida hacia el futuro, sin haber resuelto el presente. El pasado a través del presente, se manifiesta en le futuro. Es decir, si los problemas que hemos acumulado, y que no hemos resuelto, los transportamos al futuro, por medio de una nueva imagen del presente, no haremos otra cosa que continuar en el círculo del absurdo y la estupidez. Los problemas, aunque los renovemos y les demos un aire nuevo siguen siendo los mismos problemas .
¿Qué puede surgir, por muy novedoso que nos parezca, de esta manera tan brutal y despiadada de vivir? Porque la existencia que llevamos nos parecerá más o menos correcta, pero sigue siendo tan provocadora de sufrimiento como lo ha sido hasta ahora. La autoridad, con todo su poder, sigue estando ahí, los hombres se siguen matando a causa de la división; los hombres que no tienen nada, ni pueden acceder a nada, son muy abundantes y van a la deriva. Este es el mundo que hemos creado cada uno de nosotros; es terriblemente feo, cruel y tan frío, que no le importa nada lo que está sucediendo. O mejor dicho, no nos gusta lo que sucede; y entonces, buscamos algo que nos cambie esta angustiosa situación, llegando a otra situación aún más insoportable y angustiosa.
Tantos inventos, tantos descubrimientos, tantísimas cosas que hemos elaborado para encontrar la felicidad, y sin embargo nuestras vidas no tienen nada de gozo ni tranquilidad. Esto es debido, a que cada paso que damos lo hacemos sin habernos desprendido de todo lo que provoca esta zozobrante manera de convivir. Sin haber visto toda la trama, que hace funcionar a la sociedad, y deshacerse de ella, todo lo que hagamos llevará dentro de sí esa misma trama. Aquí no hay opción, o uno cambia su conducta y manera de vivir, o seguirá estando dentro del ámbito del absurdo y la desdicha. La continuidad, la transformación superficial es lo más cómodo y vulgar; es lo que todos, desde hace miles y miles de años, han seguido haciendo. El resultado es esta manera tan tonta y desgraciada de relacionarnos.
Si no sabemos afrontar el problema del dolor, que es el problema crucial de la vida, nuestra existencia no tendrá ningún sentido ni significado verdadero. Hemos de llegar a la raíz del dolor y observarlo en toda su plenitud; y ver qué se puede hacer para que desaparezca.


2


La acción que no es acción


Nuestros cuerpos necesitan ser atendidos para que funcionen debidamente; necesitamos comida, ropas y sitios adecuados para resguardarnos y descansar; esto, tan necesario e importante, parece a simple vista algo fácil de realizar, pero ciertamente no lo es, aunque es cierto también que nunca lo ha sido. Siempre todos los seres que han habitado este planeta, han tenido que existir de una manera insegura y precaria. Ahora, aunque vivamos en la más abundancia despilfarradora, la inseguridad es algo que está en todas partes. Los que no tienen nada sufren sus consecuencias; y los que tienen demasiado de todo, también sufren porque no quieren que nadie les arrebate lo que creen que es de ellos.
Los hombres quieren poner orden, creyendo que van a solucionar los problemas e inventan leyes y sistemas, que hacen que aparezca la autoridad. Siempre que se agota la compasión, aparece la autoridad, haciendo pedazos lo maravilloso de la vida. Uno tiene que saber que la autoridad no es necesaria, ya sea la autoridad del religioso, del político, del intelectual astuto, de los falsos guías y mesías, del marido, del padre. Cuando aparece la autoridad, ya hemos terminado de investigar y de ir más allá de las palabras y los conceptos; y entonces caemos en la rutina, que es la repetición del pasado, que desde hace muchísimos años la hemos dejado que se adueñe de nuestras vidas.
Nuestras vidas son tremendamente competitivas; y para eso, hemos de tener mucha ansiedad y así nos acercamos a lo que queremos conseguir. Pero, la brutalidad y la violencia, son los dueños de nuestro destino. Uno no lo podrá creer, pero si se examina detenidamente, y si es serio y sincero, se dará cuenta que por refinadamente que actuemos, si no nos hemos desprendido de los deseos, la violencia está ahí. Trabajar en exceso y ganar abundante dinero, es violencia. Torturar el cuerpo, para conseguir algún triunfo, es violencia; lo mismo que el amoldarse y tener miedo. La violencia es algo que se usa para sacar un beneficio; y por lo tanto, es fruto de una exacerbación egoísta.
Llevar una existencia digna y limpia, es algo muy difícil. Cada vez necesitamos más y más cosas. Desde la escuela hasta la universidad, en el hogar familiar, en las distracciones, nos educan a que uno tiene que competir para conseguir algo. Nos hacen creer que es la única manera de solucionar los problemas; y ésta acción, trae consigo más desorden, más destrucción. Creemos que el deterioro de la naturaleza, el deterioro en las relaciones, el deterioro de la calidad de la vida, es cosa del azar. No seamos infantiles y nos daremos cuenta que todo está relacionado entre sí; y que por tanto, nuestro absurdo proceder es el causante de tanto caos.
Pero uno para seguir viviendo ha de hacer algo, de lo contrario caeríamos en otro absurdo. Pero ese algo debe de ser algo que nos proporcione armonía; y ésta sólo puede llegar con un comportamiento austero. No la austeridad del monje y del mezquino, que lucha por el dinero, sino la que llega por la necesidad. Ver lo que significa la necesidad, y vivirla a cada instante, es vivir en orden que es austeridad. Sin ese orden, hagamos lo que hagamos nos llevará a más confusión. Entonces, esa misma austeridad, nos abrirá las puertas a todo lo que estaba oculto y escondido.
Esto no es algo que uno tenga que practicar, pues cuando practicamos algo es porque no lo hemos entendido. El orden no es algo escrito e inmóvil, sumido en la repetición y en la rutina, es ir más allá de todo lo conocido y ver a cada instante los requerimientos que se anteponen para que lo nuevo aparezca. Cuando alguien practica algo, es porque todavía no ha visto lo negativo de toda práctica. Entregarse a una práctica es alejarse de la verdad y volver a la rutina, al tedio. Si no sabemos enfocar nuestra existencia hacia un nuevo modo de solucionar los problemas, sin que tengan cabida los viejos conceptos de tiempo, de espacio, de imitación, de seguimiento, no habremos hecho nada para que la tortuosa vida desaparezca de nosotros.
Ser implica relación; y cuanto más armoniosa más orden tendremos en nuestras vidas. No esperemos ninguna fórmula mágica que nos haga ser felices, ser hermosos y agradables. Si no tenemos el corazón rebosante de compasión por todos los seres vivientes, y por todo lo que nos rodea, hagamos lo que hagamos nos llevará a la amargura de la soledad y la desesperación. Cada día vemos que los hombres queremos solucionar los problemas que hay por todas partes, pero en su estupidez, no nos damos cuenta que el único problema es uno mismo. Si no resolvemos los problemas primero dentro de nosotros, es absurdo y sin sentido querer solucionar los problemas que están fuera, de los demás, que son los de todos.
Hablar y hablar constituye una huida hacia la frialdad y la ignorancia; si uno habla y no actúa según sus palabras, es como sembrar una semilla que no puede germinar debido a su mal estado. Ser íntegro es hablar y actuar a la vez. Ver algo y hablar de ello indefinidamente, sin darle una solución inmediata, es una forma de placer. Por eso, el hablar es otra arma usada para destruir a los hombres, cuando está al servicio de la defensa de una idea que da dinero y poder. Los políticos, los dirigentes y los guías, se empeñan en dividirnos. El mundo está embrutecido por la violencia y las guerras; y esto es a causa de la división. Cuando alguien somete a otro, es motivado por la división; la compasión no puede existir cuando alguien está dividido y fragmentado.
Siempre uno habla de la crueldad del vencido, y tal vez destruido, muerto. Pero, ¿quién es más cruel el que es así llamado, tiene ese apelativo, o el que somete a otro, o lo destruye? Las palabras son muy engañosas y más aún si son usadas para defender o atacar. Cuando alguien ha visto la nocividad del enfrentamiento, ni atacará, ni defenderá. Solamente estará atento a lo que surja dentro de la mente, para descartar todo lo negativo. Todo es muy contagioso y debemos estar muy atentos a todo lo que a la mente le llega. La lucidez es algo sumamente necesario para poder ver con claridad todo lo que bulle dentro de nosotros. A más paz, más lucidez y claridad. A más desorden y confusión, más distorsión y torpeza.


3


La sensibilidad


En este mundo tan frío y tan falto de cooperación, nos gustaría sembrar la semilla del amor. Nos gustaría que cada ser humano tuviese una llama en su corazón, que ardiese de compresión por todos los hombres, que ardiese de compasión. Vivir es estar comprometido con todo lo que nos agrada, con todo lo que nos interesa. Ya que todas las cosas forman una unidad indivisible; la división es el principal motivo del desastre que padecemos en nuestras relaciones. La división, es la ilusión que ha traído la frialdad y la insensibilidad. La vida es algo que no puede ser completa si se encuentra uno aislado, dividido, fragmentado de todo lo que le rodea. Ver un animal y no sentir toda la grandiosidad y belleza, es vivir de una manera enfermiza y sin sentido.
Ser completo es tener un sentido de unidad ante todo. La mente ha inventado todo lo necesario para sentirnos divididos: ha inventado las fronteras, los países y nacionalidades, los gobiernos soberanos, las religiones con sus dirigentes, los políticos y sus ideas. Y es una mente incompleta y dividida, que está temerosa, la que inventa todo esto. Por eso, queremos que la mente de los hombres opere un cambio, para que se vacíe de todo lo falso e ilusorio. Este cambio no debe de estar dentro del ámbito del tiempo; no podemos esperar el momento que más nos agrada, la época más complaciente. El cambio debe de ser radical, sin ninguna pérdida de tiempo; cuando lo aplazamos, es que no hemos visto el complejo, y sencillo a la vez, sentido de la vida.
Todas las cosas están relacionadas entre ellas; esta no es una opinión personal y caprichosa. Ver que todo es una unidad y no actuar es algo imposible; si vemos algo claramente, no nos queda más remedio que actuar. ¿Cuál es el obstáculo que se antepone para que tengamos la claridad mental, para poder ver? ¿Cuál es la situación de la mente, que no puede ver la totalidad de la vida? Comemos demasiado, somos seguidores de todo lo que nos proporciona placer, debido a nuestra pereza somos guiados por personas astutas e inmorales, llevamos vidas vulgares y sin ningún sentido. El egoísmo -mi cuerpo, mi casa, mi familia, mis posesiones- es el que domina cada acción. Todo esto son obstáculos, que hacen que nuestras vidas no tengan la sensibilidad necesaria, para poder encarar directamente cualquier reto.
Nuestro trasfondo psicológico es el mismo que se repite desde que el hombre empezó a deambular por la tierra. La guerra, motivada por las divisiones, es la herencia de nuestros antepasados. Hemos de ver que las guerras, no sirven para solucionar los problemas de la vida. Hemos de ver, que la causa de las guerras son los miedos. La división surge porque el hombre siente miedo. Y el miedo está sustentado por la ignorancia. Cuando tenemos la suficiente energía para descartar la ignorancia, entonces el miedo desaparece y con él la división. Estar vivo es estar relacionado con la esposa, con el vecino, con la autoridad, con el hijo, con el amigo, con los animales y las plantas, con todo lo que nos rodea; y si no estamos limpios del temor, entonces la relación se convierte en un enfrentamiento destructivo.
El miedo a perder lo que tenemos, lo que somos; el miedo a la enfermedad, a la muerte, a que se repita un posible dolor, es lo que nos hace que llevemos una existencia fragmentada. Tenemos que indagar, lo qué es la vida y lo qué es la muerte. Ambas son una misma cosa en si; si no hay muerte, no hay vida; y si no hay vida, tampoco hay muerte. Todo lo que tiene forma y vida, todo lo que es, está sujeto a la transformación; por lo tanto, ha de perecer. Si lo comprendemos claramente, veremos que en todo esto no hay tristeza ni dolor; sino que hay un fluir continuo, que no tiene principio ni fin. Si encaramos nuestras existencias habiendo visto la falsedad del miedo y el temor, entonces todas nuestras relaciones, desde las más banales a las más importantes, sufren una transformación haciéndose armónicas y felices.
Llevar una vida de contradicción, de esfuerzo, nos hace insensibles a todo lo que acontece a nuestro alrededor. La ansiedad, nos hace crueles y devoradores con todo lo que nos circunda. Vivir de esta manera no tiene ningún sentido, es vivir a la deriva, unas veces huyendo, otras corriendo atropelladamente parara conseguir lo que nos hemos propuesto. Las relaciones cada vez son más frías debido a la manera como convivimos. La naturaleza la hemos desplazado, hemos perdido el contacto con ella, nos hemos acostumbrado a vivir como si el dolor no existiese. Hemos conseguido por medio de las distracciones y entretenimientos, hacernos ver que el dolor es algo que no es cosa de nosotros. Pero eso es otra ilusión, otro engaño peligroso; el resultado es la destrucción que va en aumento de una manera desorbitada.
Cada vez que nos enfrentamos y libramos una confrontación con alguien, nos estamos destruyendo. Y, si no nos respetamos a nosotros mismos -que es lo que más nos interesa-, qué respeto y atención les daremos a los demás. Cuando uno se respeta a si mismo, está respetando y cuidando a todo el universo; y los mismo sucede cuando uno cuida y respeta a los demás. Esperar a que acontezca algo fuera de nosotros para deshacernos de lo negativo, es erróneo y desdichado. Soñar con algo y manosearlo con la mente por digno que nos pueda parecer, es seguir por el camino de la rutina y la repetición. Desafortunadamente nuestras vidas son rutinarias y repetitivas; y todo lo que hacemos nos lleva a más confusión y más sufrimiento.
Esperar a que otros nos digan lo que tenemos que hacer, es lo más cómodo; pero nos hace vulgares y de segunda mano. Y de esa manera nunca llegaremos a vernos con la vedad, con la realidad, con lo absoluto, con dios, o como se quiera llamar. Para poder tener una visión directa de lo que es, de la realidad, hemos de estar completamente desnudos internamente, no tenemos que sentirnos protegidos por ningún prejuicio ni opinión con respecto a nada. Pues la mente cuando tiene alguna idea que la domina, no puede ir más allá de lo conocido, de lo rutinario y repetitivo. Hemos de tener la suficiente energía para poder encarar cada reto, cada situación, cada día, cada instante; de una manera directa para que podamos observar todo el infinito panorama de la vida. Y esto es algo que cada cual lo tiene que descubrir él mismo.


4


El pensamiento


Si no estuviésemos condicionados seríamos seres libres. La programación de muestras mentes es algo normal, cotidiano e incluso deseable para los que quieren alcanzar cotas y relevancia en la sociedad. Estar condicionado es desempeñar un papel, sea agradable o desagradable, sea respetado o vituperado, sea elevado o el más desestimado, ya sea limpio o sucio. Pero lo realmente peligroso y nocivo, es el no percatarse de que se está condicionado. El americano está condicionado como tal, el europeo también; todos estamos, de una manera o de otra, encerrados en este drama del condicionamiento. El clima, la composición geográfica donde vivimos, lo que comemos, nuestras relaciones, la presión política y económica, así como la religiosa, todo ello de una manera o de otra siempre nos está condicionando.
Vivimos asumiendo el condicionamiento y esto es todavía más perturbador, debido a la brecha que creamos, debido a la dualidad que provocamos. Asumir algo, es tomar parte en ello. Las personas más desafortunadas no pueden tomar parte ni asumir nada; porque son inconscientes de lo que es su condicionamiento. Es una ventaja y a la vez su desesperación. Pero percatarse del condicionamiento y la programación a que hemos sido sometidos desde la más tierna infancia, y no hacer nada para desembarazarse de ello, forma parte del comportamiento inhumano y cruel que causa tanta desdicha entre los hombres. Cuando hacemos un patrón de conducta, un camino que hay que seguir, cuando nos esforzamos en algo, estamos programándonos de igual manera que se programa una computadora. Las máquinas pueden ser más eficientes que los hombres, pueden actuar con más rapidez, pero ellas son incapaces de gozar de un amanecer, de sentir compasión.
¿Qué podemos hacer ante esta fatalidad de la programación? ¿Qué haremos para que los hombres no se vean aplastados por el condicionamiento? Seguir viviendo obedeciendo, seguir amoldándose, seguir acatando el viejo patrón de conducta, basado en el esfuerzo y la competitividad, es no hacer nada para salir de la esclavitud. La esclavitud física -de dueños y criados- ha desaparecido en algunos lugares, pero la psicológica persiste como siempre ha existido. ¿Qué libertad puede tener alguien que va detrás del placer y del dinero, del poder y la continuidad, de la autoridad y del sistema que provoca? Es nuestra responsabilidad, no la del político ni la del ideólogo, sino la de cada uno el que la esclavitud y todas sus degradantes situaciones que provoca toquen a su fin.
Desentrañar la trama del conflicto no es fácil, verla tampoco lo es. Y desgraciadamente vivimos en un estado de crisis, en un conflicto permanente, en un desasosiego agotador. ¿Qué podemos hacer para que nuestra existencia sea saludable, sencilla, armoniosa y feliz? ¿Cuál será la acción que nos deje libres de residuos que nos provocan más tristeza y confusión? Sin lugar a dudas es ver instantáneamente cada impulso egoísta, cada ola mental que nos divide, y descartar todo ello en ese preciso instante; si tenemos la fortuna de ser capaces de hacerlo, viviremos una existencia dichosa y digna, limpia y alegre. Es necesario estar muy atento a todo lo que sucede tanto dentro como fuera de nosotros, observarlo profundamente; y seguir observando todo lo que se va desenlazando.
La mente llega un momento en que no sirve para nada; es algo que obstaculiza el desenlace correcto de los hechos, la llegada de lo nuevo. Por tanto, hemos de rechazarla también. Si la mente queda fuera, si desaparece, si la dejamos como algo inservible, entonces sólo queda la atención, la observación, a todo lo que sucede. Y lo que advenga será lo nuevo y lo correcto, lo ordenado y feliz.
Si la atención no es completa, si surgen reminiscencias del pasado -que es lo que es la mente-, entonces el conflicto no desaparecerá y la desdicha y la agonía seguirán en nosotros. El condicionamiento reside en la mente, allí están depositados todos los impactos, todas las vivencias ya sean agradables o amargas, todos los placeres; por lo tanto, el problema, el obstáculo, reside en cómo deshacerse de ella.
Cuando más egoístas somos, más afirmamos el poder de la mente; por lo tanto, nuestro ego, el “yo”, el “mi”, tienen que desaparecer. Aunque el deseo esté enfocado hacia un fin noble o espiritual, es una manifestación del ego personal, y como consecuencia también debe de ser desechado. Tanto el deseo de un hombre que se afana por ganar dinero, como el que intenta renunciar al mundo apartándose de él, son igual de negativos. La mente siempre busca algo a que aferrarse, le da seguridad, se siente segura y tranquila. Es por eso que lo conocido, que es el producto del pasado -que es lo único que la mente puede conocer-, sea lo que más la estimula. Por tanto, el pensamiento se tiene que cesar así mismo; él tiene que ver su inutilidad, su falta de claridad a la hora de poner orden.
Ser vulnerable como una hoja, no es renunciar a la vida; ya que ésta tiene su propio movimiento; es de la única man era que la mente puede desaparecer, ya que todo deseo de protección, todo deseo de afirmación, todo deseo de llegar a ser queda disuelto. En la inacción, hay acción total. Esto es, aunque uno no quiera actuar, hay una acción; pero esta acción no es de nadie, ya que no nace de un centro, de un deseo, sino que se origina y llega de la nada, del vacío, por lo tanto no es producto del pensamiento. Nuestro mayor reto es poder observar como se mecen las hojas de los árboles empujadas por el viento, sin que nada nos perturbe. Entonces veríamos algo que nunca antes habíamos podido ver. Entonces todo nuestro ser se transforma y se libera de todo lo que le aprisionaba. La verdad es algo que no es de nadie; la verdad es lo que es, es la realidad, nos guste o no. La realidad son las piedras, los árboles, los animales, es nuestro cuerpo y todo lo que de él se desprende, como la alegría y el dolor, el frío y la calor, el hambre y el sentimiento de felicidad al estar alimentado, el sentimiento de soledad y aislamiento, la búsqueda de placer, todo eso y todo lo que está relacionado con la vida, es la realidad; la verdad es la realidad y la manera de que todo ello funcione sin ningún conflicto. Entonces la verdad no es de nadie, ni suya ni mía, ni de un grupo de pensadores, ni de los políticos ni los religiosos, ni del intelectual que está de moda. La verdad tiene su propia capacidad para seguir siéndolo. Para poder verla, solamente tenemos que observar con una mente lúcida, pisando los pies en el suelo, mirando con racionalidad y lógica. Y si fuese necesario ir más allá de las palabras y los conceptos, encarándose cara a cara con lo que tenemos delante, con lo que es.
Comenzar a hacer algo para que la vida cambie, es descubrir la realidad. Nos puede agradar o desagradar, pero si tenemos la fortuna de seguir haciendo algo para que desaparezcan las miserias que sufren los hombres, la verdad estará en nosotros. No podemos dejar de lado los problemas banales, los pequeños e insignificantes, pues todo está unido y lo pequeño lleva a lo grande. Si uno no atiende a un pequeño desperfecto de su casa, tal vez tenga que atender a muchos que ese pequeño desperfecto ha provocado. Hemos de empezar muy cerca, con nosotros mismos, pues lo interno se manifestará y afectará a lo externo. Vivir de esa manera es algo que pocos hacen; por eso el mundo es violento y cruel, frío e insensible.


5


La felicidad


La felicidad sólo llega cuando hacemos felices a los demás. Sin ese sentimiento arrebatador de unión con todo, que nos hace que nos entreguemos sin ninguna resistencia, nuestras vidas tendrán muy poco significado, serán tristes y pesadas. No nos podemos apoyar en nada ni en nadie, todo lo tenemos que descubrir cada uno de nosotros. La sociedad donde vivimos es falsa y deshonesta; por lo tanto, los que las sustentan de una manera o de otra también lo son. Vivimos en una sociedad de castas, donde la pirámide del poder existe y se renueva. Nos sentimos orgullosos de ser civilizados y de poseer abundantes instrumentos ingeniosos, pero en lo psicológico somos exactamente igual que lo eran en la edad media. El poder fuertemente jerarquizado persiste, creando una élite poderosa e intocable y para el servicio de ésta todas la ramas del vasallaje.
Los poderes, para no perder toda su influencia y sus bienes, ceden en algo a modo de válvula de escape o de seguridad. Para eso, han recurrido a palabras como la democracia, han recurrido a alianzas para hacerse aún más poderosos. Pero la realidad es que todo el viejo sistema que se repite, está sustentado y protegido por los ejércitos de hombres armados. Podrán hablar de socialismo, de comunismo, de cristianismo, podrán hablar de sociedades del bienestar y del respeto, podrán inventar los derechos humanos, pero seguimos siendo lo que la sociedad es: astutos e insensibles, brutales y violentos. Si queremos cambiar el mundo donde vivimos no nos hemos de enredar en palabras, en ideas, en opiniones, hemos de mirarnos hacia dentro y observar lo que somos. Si vemos la fealdad, que no es de uno sino de toda la humanidad, entonces hay un destello por donde nos podemos guiar.
Por muy bien decorada que esté la actual manera de vivir, por muy activos que seamos, por muy abundante que sea nuestra información en cualquier materia, por muy abundantes que sean los recursos para provocarnos placer, la felicidad no está en nosotros. Y eso es debido a la complicidad, al aburguesamiento de nuestras vidas, a la pereza ante cualquier situación, a lo sucias que son nuestras existencias. Las palabras no son lo descrito y no tienen ninguna importancia si no van acompañadas por hechos que las sustenten. Hablar de la igualdad detentando algún poder es algo imposible. Ser egoísta y hablar de amor es no decir nada. ¿Por qué no sentimos una conmoción en lo más hondo de nuestro ser que nos haga ser puros y honestos? ¿Por qué no vivimos viendo todo el dolor y el sufrimiento que provocamos en los demás seres?
La manera de vivir cada vez es más complicada, hay más competitividad, la violencia está siempre ahí. Para poder seguir adelante, hemos de desarrollar un tremendo esfuerzo y como consecuencia de ello, todo lo que hacemos lleva el impulso de la ansiedad. En el trabajo estamos alterados; la autoridad con sus leyes apremiantes, también nos altera; el miedo a perder lo que hemos conseguido, nos quita el sosiego. Por ello, cada uno de nosotros es un conflicto desarrollándose que nunca se acaba. Pero hemos de tener muy claro que donde hay ansiedad y esfuerzo, tiene que haber desdicha, tiene que haber falta de sinceridad y de orden. Porque cada uno de nosotros es el resto de la humanidad -y aunque esto nos pueda parecer que nos quita responsabilidad-, influenciamos en ella.
El mundo está compuesto de una mente solamente, que es la totalidad de todas las mentes individuales. Por eso, hemos de estar muy despiertos y atentos a todos los requerimientos que nos fluyen sin que nosotros queramos. Uno puede sentir un gran impulso violento -sin querer serlo de ninguna de las maneras- debido a las circunstancias ambientales del momento. De manera que cuando más despiertos y alertas estemos ante todo, más correcto será nuestro comportamiento. ¿Qué es la quietud? ¿De qué manera podemos acceder a ella? La quietud es la paz. Donde hay conflicto no hay paz. Sin dejar lo que no necesitamos para poder sobrevivir de una manera austera; sin desprendernos de los deseos y los egoísmos, no puede haber paz. Por ello, aunque hagamos todos los ejercicios físicos y sus posturas, sigamos cualquier método de relajación, nos adhiramos a cualquier sistema o teoría, a cualquier secta o religión; si no hemos limpiado nuestra conducta de todo lo que nos pueda alterar, la quietud no estará en nosotros.
Uno es el resultado de todo. Porque uno si es sincero y decidido puede rechazar todo lo que sea negativo. Nos hará falta mucha energía para poder rechazar toda la hipocresía, toda la suciedad y la estupidez. Pero si sentimos todo el dolor de los hombres que no tienen nada para comer, ni tampoco lo necesario para poder vestir y dormir, tal vez seamos capaces de hacer un cambio radical en nosotros y nos libremos de toda la amargura. Ser responsable no quiere decir que uno tiene autoridad con respecto a algo o alguien; sino que habiendo visto todo el desorden existente, tiene la posibilidad de intentar hacer algo al respecto. Cuando más clara sea la visión del desorden, más energía tendremos para poder afrontar los retos. Cada reto nos debe proporcionar en si mismo su solución.
Discutir incansablemente es algo que embota y distorsiona la mente, nos hace vulgares y mediocres. Pocos llegan a la cumbre, es más fácil quedarse en la mediocridad. Sin embargo sino subimos a lo alto, sino llegamos hasta el final, habremos hecho bien poco. En lo físico el color gris se sitúa entre el blanco y el negro; en lo psicológico sólo existe el negro y el blanco, el color gris no existe. Uno no puede querer y estimar a un ser viviente a medias, templadamente; o estamos unidos a la vida o no lo estamos. Las palabras moderadamente, prudentemente, meridianamente, no tienen ningún sentido cuando hablamos de un cambio que nos haga vivir en un estado de unión con todo, de respeto, de integridad, un estado no fragmentario ni divisivo. Cuando veamos que el hablar nos enerva y nos embarulla, nos nos queda otra solución que descartar tal situación.
El silencio es necesario para sentirse feliz, para poder observar sin ningún impedimento ni compulsión; pues es el que nos hace que seamos únicos y todos a la vez. Sin el silencio interior, somos como algo que va a la deriva, somos meros instrumentos de alguien, somos incapaces de poder observar la falsedad del tiempo, la falsedad del esfuerzo y del deseo. Cuando logramos transcender el tiempo es cuando llega el silencio con toda su profundidad. Entonces empezamos a ser algo más que meras máquinas repetitivas; que personas que sólo están buscando el beneficio personal.


6


Lo nuevo


Cuando uno piensa con todo lo que ha sido y ha desaparecido, cuando piensa en las personas que han existido y ya no están, cuando observa todo el grandioso movimiento de la vida, siente que debe de haber otra dimensión que somos incapaces de percibir. En ese momento, uno siente una sensación de bienestar y de gozo. Siente que todo es tan frágil, tan cambiante, tan perfecto, que todo está bañado con un brillo especial que resalta aún más toda la belleza. No es un estado inducido por una lectura reciente, ni por ningún acontecimiento estremecedor, sino que es algo que fluye de una manera espontánea. La vida es cambio, es un incesante movimiento, es un morir para volver a nacer; es un vivir que apenas podemos vislumbrar su significado. Nada más podemos optar por la vida y todo lo que se desprende de ella.
La vida no es trabajar largas jornadas, tener un seguro de enfermedad, casarse y tener hijos, buscar la seguridad económica, pelear y dar algún zarpazo, tener toda clase de responsabilidades que nos aplastan y nos hacen feroces. Vivir es algo más que todo eso que nos hace sentirnos desdichados y agresivos. Si uno se siente responsable de su familia, si se hace autoritario por cualquier cosa, entonces está atrapado y ya no puede avanzar. Sabemos tan poca cosa, somos tan incapaces de ver la totalidad, y sin embargo, queremos con esa precariedad asumir algo que nosotros no entendemos, algo que está por encima de nuestras capacidades. En el momento que abrimos la puerta a nuestro ego, a nuestro “yo”, es cuando nos hacemos responsable y es cuando empieza a funcionar todo el proceso del pensamiento.
Mientras no entendamos que todo forma parte de una misma unidad indivisible, todo lo que hagamos será una continuidad de lo que somos ahora. Por eso, es necesario que transformemos de una manera radical nuestras vidas; que hagamos una única revolución en la que toda la vieja estructura psicológica sea desechada. Hemos de darnos cuenta que desde diferentes ámbitos -familiar, cultural, educacional, religioso- nos han condicionado a que veamos las cosas de una manera fragmentada. Nos han dicho que somos asiáticos, africanos, americanos o europeos, que somos diferentes unos de otros; las lenguas también han ayudado a este sentimiento de división. Luego están las divisiones económicas, las castas, las profesionales. El árabe está contra el israelita; y el israelita contra el árabe; el blanco contra el hombre de color; y el negro contra el hombre blanco.
La manera de vivir que hemos heredado de nuestros antepasados lejanos y cercanos, es algo que no nos sirva. Hemos de salir de todo este caos, de todo este mar de insensatez. Cada día la violencia se manifiesta de diversas formas. Aborrecemos y rechazamos los actos terroristas, las guerras con su incalculable crueldad, las brutalidades de las autoridades, las violaciones; pero no hacemos lo mismo con nuestras personales confrontaciones, con nuestras explosiones de violencia doméstica, con nuestro insensible proceder ante cualquier persona necesitada. No nos damos cuenta que mientras no desechemos de nosotros todo el actual sistema de relacionarnos, no podremos dejar de lado todo el horror de la violencia, ya sea ésta la de unos pocos como la generalizada.
La división es la que nos mantiene atrapados en esta absurda manera de vivir. Por lo tanto, hemos de ver si podemos llevar una vida de unión, una existencia de cooperación y armonía con todo. Para eso, hemos de observar todo el funcionamiento de la mente; ¿por qué ella tiene esa tendencia divisiva, a aislarse, a desentenderse de todo lo que le afecta? La mente está constituida por el pensamiento, que es memoria; todo el pasado, todo lo conocido, es lo que llamamos la memoria. La mente tiene miedo de ir a lo que no conoce, se agarra a lo conocido, no le importa permanecer atrapada en lo viejo y repetitivo; por tanto, nunca llega a abrirle la puerta a lo nuevo y no conocido. La mente piensa que sólo existe un surco por donde discurrir y todo lo demás lo encuentra como algo que no va con ella. Por eso, es necesario el ir más allá de la mente y de todo su ámbito.
Mientras exista el pasado, éste dará sostén a la memoria; y por tanto, a la mente; lo mismo sucede con el futuro, que es la prolongación del pasado remozado por el presente. El pasado, el presente y el futuro, son el sostén de toda la actividad de la mente. Esta es toda la estructura de nuestra manera de vivir: identificación o rechazo; algo que no me es familiar, lo rechazo; algo que me es conocido, con lo que siento una aparente seguridad, me apego a ello. Pero si nos damos cuenta de que todo este sistema es el responsable de las miserias, de los desastres, de los enfrentamientos entre los hombres, de las disputas que no tienen fin; entonces hay una posibilidad de cambio, de mutación interna, de desprenderse del viejo patrón de conducta que siempre hemos llevado.
Cuando logramos observar algo de una manera directa y profunda, sin que haya ninguna división entre el observador y lo observado, es cuando vamos más allá de la mente, cuando se abre a nosotros algo que nunca habíamos visto. Observar una nube o un árbol como si fuese la primera vez, sin asociar nada a eso que observamos, es algo muy difícil. Siempre observamos con los nombres que damos a cada cosa, los recuerdos que tenemos de ello, con lo que representa de una manera tradicional. De la manera de observar dependerá el que la mente desaparezca o no. Si logramos que no haya ninguna división entre un objeto que observamos y nosotros, entonces todo cambiará y aparecerá lo nuevo, lo correcto, el orden.
El problema consiste en que no queremos desprendernos ni soltar ciertas cosas, como algo que nos pertenece, como algo que hemos conseguido con toda clase de esfuerzos; y por supuesto, tampoco queremos exponer nuestras existencias. Y de esa manera tan posesiva de vivir, es preciso que siempre haya un recelo -que es el fragmento que nos divide- que hace que la mente se ponga en funcionamiento. Si no nos abandonamos a la vida y la vivimos buscando la verdad, no podremos ir más allá de la sumisión, de la desdicha y del dolor. Lo nuevo está donde la mente, y todo lo que ella conlleva como la memoria, el pensamiento, lo pasado, no existe.


7


La cooperación


Cuando nos damos cuenta de lo que es el sufrimiento, es cuando entendemos todo el hermoso significado del cooperar. Si no hay cooperación nada podremos hacer; aunque hay veces que alguien coopera de una manera forzosa, ésta cooperación no nos interesa. Deberíamos enseñar desde la más temprana edad, en la familia y en la escuela, que sin ese sentido de cooperación, que nos impulsa a hacer algo por alguien, nuestras existencias no serán alegres y llenas de vida. Cuando uno más encerrado está en si mismo, aunque creamos que estamos a salvo, es cuando más débil y mayor peligro corre. Hemos de transmitir a los niños, la necesidad de tener un corazón rebosante de amor por todos. Es preciso que los niños se den cuenta de que todo no es destrucción, de que todo no es autoridad y poder; de que el miedo que nos atenaza puede desaparecer.
Los problemas tienen que cesar para que podamos gozar plenamente de todo. Si no somos felices en un día lluvioso, si al levantarnos por la mañana no sentimos júbilo; si al ver a las personas con su ajetreo y sus problemas a cuestas no sentimos ganas de hacer algo, es porque nuestro corazón se ha enfriado y nuestras vidas son una pesada carga que no sabemos que hacer con ella. Vivir es participar de todo: es estar despierto y atento a todo cuanto acontece. Y ver todo este juego y toda la trama que hay, para que así podamos descartar lo negativo. Vivir es estar comprometido con lo que es la vida; con su crueldad, con su sufrimiento y dolor, con su alegría y felicidad. Para que podamos ver qué podemos para que nuestras vidas estén libres de todo el peso que nos está aplastando por causa de nuestra manera de vivir.
Si no llegamos hasta la raíz del dolor, no sabremos ser capaces de enfrentarnos con él. Hemos de mirar cara a cara toda la soledad que reside en los hombres; hemos de mirar los cuerpos deformados por la decrepitud, por las enfermedades; hemos de mirar a los ojos y ver todo el miedo que se esconde dentro de los hombres. Hemos de ver que la búsqueda de placer y su permanencia en él nos lleva al sufrimiento. Si después de haber visto todo esto nos convertimos en personas cínicas y amargadas, si nos consideramos víctimas de una fatalidad, entonces estaremos atascados y seguiremos a la deriva. Toda la visión de lo que es la existencia de los hombres, si la vemos realmente, de una manera cuerda y racional, nos tiene que llevar a la solución de todos los problemas.
Vivir es estar relacionado con las plantas, con los muebles, con las máquinas, con el banquero, con el albañil, con la autoridad, con el compañero, con los jóvenes y con los muy añados. La relación es algo ineludible. A más acción hay más relación y por lo tanto más retos. Si no sabemos solucionar cada reto que nos llega seguiremos viviendo como siempre: devorándonos unos a otros. Las ratas hacen lo mismo si se las encierra en un lugar y escasea la comida. Por eso, como no queremos seguir devorándonos, hemos de ver qué podemos hacer para cambiar nuestra manera de vivir. Es algo que todo hombre serio y profundo debe de cuestionarse, debe de plantearse. Ser profundo es ir hasta la solución de los problemas, no quedarse en el planteamiento, en la mitad del camino. Y la solución al problema de la vida consiste en cómo nos desharemos del dolor y del sufrimiento.
Donde existe el dolor no puede haber amor. La felicidad, es la esencia del amor. Por tanto, hemos de ver qué hemos de hacer para que el dolor desparezca de nuestras vidas; esperar que otros hagan algo al respecto, es no haber entendido la trama del dolor. Nadie puede enseñar lo que es la agonía y el sufrimiento, hemos de verlo nosotros directamente. Hemos de ser todo dolor para poder entenderlo y deshacernos de él. Si decimos que hemos tenido una visión de lo que es el sufrimiento y el dolor y no hacemos nada al respecto, es que en verdad no hemos llegado hasta la misma la raíz. Pues en el ver hay una acción directa y automática. Cuando vemos un peligro muy cerca de nosotros, para actuar no media el pensamiento sólo hay acción inmediata e instantánea.
En la huida hay un desperdicio de energía. Cuando huimos no estamos encarando correctamente la solución de los problemas. Hemos de esperar a que todo el problema se manifieste en su plenitud. A nosotros nos gusta terminar cuando antes cualquier situación que nos perturba sin haber llegado hasta dentro de ella. Somos miedosos, estamos acostumbrados a obedecer, a reprimirnos: o, en el caso contrario, nos entregamos al placer y su deseo que nos desborda. Vivimos de la mente, somos un producto del pensamiento, nunca actuamos espontáneamente, nuestra acción por tanto es repetitiva y rutinaria. La belleza de lo nuevo nos da espanto. Pero lo nuevo, si queremos que nuestras vidas sean hermosas y felices, es necesario que advenga; no por medio de la compulsión y el esfuerzo, sino de la misma manera que una flor abre sus pétalos y rebosa de esplendor y belleza.
Es necesario que optemos por la vida, de lo contrario no vale la pena que la vivamos; y optar por la vida quiere decir respetarla allá donde esté; no sentirnos inclinados a cooperar solamente con las personas que nos caen simpáticas, con la familia, con los de la misma raza e ideología; sino con todos los seres humanos: con el lejano hombre que probablemente morirá de inanición hoy o mañana, con el hombre que sufre y está agobiado por el esfuerzo diario que le provoca ansiedad y desdicha. Optar por la vida quiere decir: ver qué puedo hacer para erradicar la brutalidad y la violencia, la fealdad que provocamos con nuestros comportamientos astutos y egoístas. Cada vez que estalla un conflicto y las personas se dedican a destrozarse, de la misma manera que lo han hecho desde hace miles y miles de años, nosotros también somos responsables. Las guerras no nos gustan, pero las toleramos. Siempre tenemos pequeñas guerras dentro de nosotros que surgen hacia fuera; por eso también somos responsables de todas las batallas encarnizadas que se libran a diario.
Esperar la paz sin hacer nada al respecto, es una actitud infantil e insensata, es vivir de imágenes y de ideas. Tener la cabeza llena de pensamientos, de deseos en favor de la paz no nos la traerá; al contrario seguiremos siendo perseguidores de un ideal, que nos provocará división y por lo tanto brutalidad. Si no arrancamos todo el deseo de llegar a ser, si no estamos vacíos de teorías e ideas, todo lo que hagamos nos llevará al mismo sitio de siempre: mi idea contra la idea de otro, una opinión contrapuesta a otra, diversas causas que nos impulsan a dividirnos y a pelearnos. Estar lleno de palabras e ideales, es no haber rechazado el viejo sistema que nos ha hecho que vivamos la vida como algo pesado y desagradable. En el momento en que nos vaciamos de todo lo que nos divide, de todo el condicionamiento que hemos heredado, de toda la pesada carga del pasado, entonces la paz no será algo que invoquemos pues estará con nosotros.


8


El aprender


Para hacer una silla es necesario que sepamos manejar las herramientas y la madera. Cualquier oficio necesita de un aprendizaje. Para construir una casa, debemos conocer la reacción del cemento con el agua, debemos saber el lugar adecuado donde estarán los pilares y donde se pondrán las vigas. Para aprender acerca de cualquier cosa, se necesita tiempo. Necesito tiempo para enseñarme un idioma; para hablar y escribir necesito practicar, es decir necesito tiempo. Pero, ¿es necesario aprender acerca de la vida, acerca de la verdad? ¿Es preciso que haya un tiempo de aprendizaje para poder sur humilde y verdadero? ¿Puede el tiempo darnos la solución al problema de la vida, al problema de la convivencia cotidiana? ¿Podemos despertar en un instante y ver la solución que nos brinda la vida a cada cuestión que nos aturde y embota?
El tiempo en el ámbito psicológico, no es de ninguna utilidad. Podemos recurrir al tiempo para que sane una herida, para que se seque la tierra y desaparezca el barro, para que maduren los frutos, para que nuestro cuerpo crezca en la niñez. Donde el tiempo no tiene ninguna cabida es en la observación de la belleza; uno no puede practicar y aprendizarse para sentir la hermosura de una puesta de sol. Por eso, el factor tiempo es un impedimento a la hora de despertar a la realidad de las cosas. Cada vez que acudimos a la practica de algo para llegar a conocer la esencia de la vida, estamos atrapados y seguimos viviendo en la ignorancia. Hemos de ser capaces de ver en un único instante todo el engranaje de la existencia; si somos afortunados y participamos de esa maravilla, entonces veremos que el tiempo no sirve para nada a la hora de encarar los problemas de nuestras vidas.
Nuestras vidas tienen muy poco significado, obedecen a un patrón preestablecido, son imitativas. Somos fríos y astutos, somos buscadores del placer. Y sin embargo esperamos vivir sin perturbaciones, sin conflictos y sin penas. Todo ello es algo absurdo y demencial, puesto que cuando uno siembra la semilla del desorden y el caos lo que tiene que salir es amargura y sufrimiento. Esperamos tanto de los ídolos, de los líderes, de los guías; somos tan pobres internamente, que siempre estamos entregándonos a todo lo que nos haga que nos olvidemos de nuestros problemas. El placer trae consigo el dolor. Y el dolor distorsiona y entorpece la mente. Para que nuestras mentes puedan operar correctamente, hay que tener paz y tranquilidad. Nuestras vidas tienen de todo, pero les falta la belleza del silencio para que tengamos paz.
Sin un vivir sin esperar nada, hagamos lo que hagamos lo ensuciaremos todo, ya que el deseo se apoderará de nosotros y nos llevará sin rumbo. Necesitamos orden, pero éste no llegará si no cambiamos nuestra manera de vivir. Estamos encerrados en un círculo que para salir de él, solamente tenemos que intentarlo. Para eso, hemos de tener toda la energía, y ésta solamente llegará si somos sinceros. Si vemos que no hay opción, que solamente hemos de vivir para deshacernos del desorden y del dolor; es preciso que veamos que el éxito y el fracaso depende exclusivamente de nosotros, No podemos confiar en nadie, no podemos ponernos en manos de nadie: ni en gurús, ni en los políticos ni en especialistas. Cada uno de nosotros puede ser capaz de desentrañar todo el conflicto que se ha adueñado de nuestras vidas.
El miedo es ignorancia, la soledad también lo es. Todos los hombres formamos una única familia, una única unidad indivisible, por ello no debemos de sentirnos aislados. Los problemas no son sólo de una única persona, sino que son de toda la humanidad. Todos nosotros provocamos todos los problemas; y todos nosotros también somos los responsables de ellos. Nadie es el único culpable directamente. Pero si vemos todo esto de una manera clara y diáfana, si lo vemos con toda su sencillez y con toda su grandiosidad, ya no podremos actuar sin descartar lo negativo. Ver lo negativo, es descartarlo. Descartar algo quiere decir acabar con ello definitivamente. A nosotros no nos gusta acabar con nada; nos da miedo morir a algo. Morir es terminar, poner fin a algo para siempre.
El miedo es el que ha inventado las religiones organizadas, las diferentes ideologías, las teorías especulativas y científicas. Todo esto aunque está motivado y enfocado hacia la felicidad, nos mantiene en el mismo sitio de siempre: divididos y enfrentados, destrozándonos unos a otros. Los cristianos pretenden tener la llave del cielo, pero ellos no llegan a él. Los hindúes se creen en posesión de la esencia de la verdad, pero el dolor y el sufrimiento están con ellos. Los musulmanes pretenden poner orden, sin embargo la brutalidad y la ignorancia también están con ellos. Todas las religiones organizadas están sustentadas por libros que son incuestionables para sus seguidores. De ahí la división existente en todo el mundo. Cada uno defiende lo que considera que es lo verdadero aunque los argumentos carezcan de sentido común.
Las religiones organizadas una vez perdido el protagonismo de civilizar a los que se consideraba que vivían como salvajes, ha perdido todo su significado. El vacío dejado ha sido ocupado por la ciencia y las ideologías políticas. Los científicos no se avergüenzan de lanzar a los cuatro vientos teorías que por ser infinitas nunca se podrán demostrar. Invertimos gran cantidad de tiempo y energía en buscar lo que está delante de nosotros. Pero nosotros necesitamos que se nos distraiga, que nos dejen perplejos, necesitamos huir hacia delante cueste lo que cueste. Los políticos por su parte, despojados los hombres de algo que les dé sentido a su diario vivir, han emprendido la tarea de apoderarse de las mentes y las han condicionado; ellos dicen que todo puede ser solucionado desde los gobiernos soberanos que dirigen. Pero el mundo sigue dividido y enfrentado, siguen las brutalidades y las guerras, sigue el hambre y la pobreza.
¿Dónde está la solución a tanto problema, a tanto enredo, a tanto conflicto? ¿De qué manera podremos hallar la solución a todo este sinsentido, a toda esta manera tan absurda de vivir? ¿Dónde está el principio por donde empezó toda la desdicha? El principio no sabemos cuando fue, por tanto no nos interesa. Pero el fin de toda esta pesada carga que se repite día tras día, año tras año, vida tras vida, sí que sabemos que se puede terminar en este preciso instante. Lo que tenemos que hacer es cambiar de una manera definitiva y sincera todo nuestro comportamiento. Hemos de empezar muy dentro de nosotros y ello surgirá afuera, a lo externo. Hemos de ver lo negativo de la competitividad, del esfuerzo, de la violencia; hemos de rechazar la inmoralidad, hemos de sentir compasión por todos los seres vivientes. Hemos de sentirnos felices, llenos de alegría, porque sabemos que la eternidad vive en nosotros.


9


El silencio


Cada día es más difícil encontrar lugares donde podamos permanecer en silencio; el ruido con todo su estrépito nos ha perturbado la poca paz interior que teníamos. Nosotros hemos tolerado, hemos construido todo este barullo que siempre nos tiene atrapados. Nos da pavor mirarnos a nosotros mismos tal y como somos. Por tanto, cuando más distraídos estemos menos nos veremos, menos nos podremos interiorizar, menos introspección habrá. Esta es otra huida hacia delante, hacia el abandono al placer; otra huida que nos lleva a complicar aún más las cosas, a hacernos más dependientes y esclavizados de todo lo que nos da una falsa seguridad. El silencio se ha convertido en algo raro, como algo elitista, que solamente unos cuantos pueden gozar de él.
El escuchar la radio, el distraerse en la televisión; el enterarse de lo que sucede a los demás, el hablar sin ningún sentido de ello por medio de revistas y los diarios, es algo que se ha hecho necesario para así dejar de lado y olvidarnos de nuestros problemas, bloquear todo intento de apertura y florecimiento de nuestro ser. Esperar algo se ha hecho insoportable; porque desde que empezamos a esperar hasta la consecución de eso que queremos media un tiempo, que es lo que nos brinda la oportunidad de que podamos mirarnos e indagarnos. Nosotros no queremos vernos, sabemos que nuestra actitud ante la vida no es la correcta, así que recurrimos a la música y a las múltiples distracciones. Pero hemos de saber que sin silencio, no puede existir la felicidad. El silencio interno es imprescindible para que la mente pueda actuar en orden, como es debido, con cordura, con sensatez. De lo contrario, todo se verá de una manera distorsionada y oscura, donde la fealdad y la soledad lo invadirán todo.
El silencio no es el resultado del aquietamiento de la mente por medio de ejercicios de concentración; o por inducción debido a la repetición de palabras; o por el exceso de impactos y agotamiento físico. El silencio llega cuando uno ha transcendido todo el ámbito del miedo, cuando hemos visto toda la estructura del deseo. Y por tanto, nos damos cuenta de lo negativo del pensamiento, ya que el deseo es el pasado que da vida a la mente. El deseo busca algo de lo que ya tiene referencia, por tanto es un producto del pasado. Si buscamos lo nuevo el deseo no tendrá ninguna utilidad, desaparecerá y con él toda la brutalidad y el esfuerzo que nos provoca. Estamos acostumbrados a vivir de una manera tan insensata, con tan poco sentido, que nunca nos paramos a ver qué podemos hacer con tanta desolación y dejadez, con tanta estupidez e ignorancia.
Estamos acostumbrados a vivir con el esfuerzo, somos competitivos y peleones; y esto nos hace que nuestras existencia sean pobres, crueles y desgraciadas. Y viendo todo el deterioro que estamos causando en este maravilloso y colorido planeta, no hacemos nada para que la vida sea respetada, plena y feliz. Creemos que sabemos mucho, nos consideramos civilizados porque calzamos zapatos y dirigimos toda clase de máquinas, ordenadores, pero en realidad vivimos como si fuéramos un montón de locos; que no sabemos ni tan siquiera cuidar de nuestro cuerpo ni de todo lo que nos proporciona vida. Nuestra casa es la tierra y la estamos destruyendo cada uno a su manera: unos por ignorancia, otros por pereza; otros también, porque el deseo de placer les ha deteriorado tanto sus mentes que han perdido la lucidez y la cordura.
Creemos haber avanzado mucho en la ciencia, pero en lo interno somos igualmente que hace cuarenta o cincuenta mil años. El dolor sigue atenazando nuestras vidas, seguimos destruyéndonos unos a otros como siempre lo hemos hecho. El dolor distorsiona la claridad de la mente; donde hay dolor no puede haber amor. Así que debemos encararnos con esta cosa tan grandiosa que es el dolor. Las guerras son producto del miedo; éste de la división; y el dolor aparece cuando en la relación no hay unión. El dolor es energía que si la sabemos encauzar es la palanca para deshacernos de él. ¿Por qué estamos divididos y fragmentados? ¿Por qué ese miedo que hace que la unión no pueda ser? ¿Por qué esa sensación de soledad y de amargura que nos hace fríos e insensibles a toda la belleza de la vida?
Para deshacernos del dolor hemos de amar a toda la vida, hemos de comprender lo qué es la vida y también lo qué es la muerte. La vida y la muerte son ambas una misma cosa -aunque uno deba optar por la vida-. Para que hay vida, para que todo este infinito movimiento continúe, ha de haber también destrucción. La vida es destrucción, amor y construcción. Si no sabemos entender todo este vasto y complejo movimiento, del cual todos formamos parte de él, seguiremos estando atrapados en la desdicha y el dolor. No sabemos porqué razón nos han inculcado -aparte de lo ya conocido, como el miedo a lo desconocido-, en algún momento de nuestra historia pasada, de que cada hombre forma algo dividido de todo lo demás. De dónde nos viene esta tara, esta incapacidad, es una cuestión que no podemos dilucidar; ya que el principio del desorden no sabemos dónde estuvo. Lo que sí que podemos saber es dónde está el final de la confusión.
Cuando miramos algo, ¿quién es el que mira, observa? Y, ¿qué es el observador? El observador, es lo observado. Cuando entre el objeto que observamos y nosotros no existe nada que pueda anteponerse, como la raza, el idioma, los prejuicios tanto políticos como religiosos, el sexo, el lugar de nacimiento, la condición económica y social, entonces toda la división toca a su fin. La unidad sólo puede ser cuando la mente, y toda su infinita incapacidad, no es. Mientras la mente siga operando, todo lo que hagamos no será lo correcto y ordenado. La mente solamente tiene utilidad a la hora de saber cómo nos llamamos y dónde vivimos, en lo demás no tiene ninguna capacidad. Cuando tenemos una impresión de algo, ésta queda registrada en la memoria; cuando el pensamiento tiene un reto con el que enfrentarse acude a la memoria para darle una solución que ya conoce; por tanto, la solución que dé, no será limpia ni diáfana porque está teñida del pasado.
Lo conocido no puede ser lo correcto, porque la manera de operar de la mente es el miedo, que es el deseo de ser, de perdurar, de devenir. El pensamiento es divisivo porque él tiene miedo de desaparecer, sabe que si admite y se funde con la unidad desaparecerá. De esta manera hace lo necesario para que la unidad no sea. Pero mientras no tengamos ese sentimiento de unión con todo, el dolor seguirá en nosotros. Esto no es una opinión del que escribe, esto es la realidad, lo que es, la verdad. Lo importante no es quien dice y descubre esto o aquello, lo verdaderamente importante es lo que se dice en si. Hemos de mirar la belleza del cuadro pintado, no al pintor, ya que este no tiene ninguna importancia.


10


La relación


Es necesario poseer una gran sensibilidad para que nuestra vida cotidiana, la de todos los días, la que hacemos en la oficina, en la casa donde pasamos gran cantidad de tiempo, en la calle, en el trabajo que nos es necesario para proseguir adelante, tenga unas relaciones limpias y honestas. Ser honesto es tanto como decir ordenado y virtuoso. La virtud nace del abandono a la verdad. La virtud llega en el mismo instante en que la mente y todo su incesante flujo desaparece. Donde la mente prosigue con su cavilar, sus planes, sus ideas, la virtud no puede ser. Ser honesto es vivir sin saber qué puede ocurrir mañana. La virtud llega cuando uno ha visto que toda autoridad es un producto de la mente; y por tanto, uno no quiere tener nada que ver ni con la autoridad ni con la mente.
Cada día vemos que los hombres se ensucian sus vidas debido a la obediencia a unas ideas, a unos patrones de conducta, que alguien ha establecido como los mejores; ensucian sus vidas con la obediencia a unos fines que hay que llevar a término. La libertad es algo que hemos de descubrir de instante en instante. Si uno dice que la libertad es esto o aquello, sin lugar a dudas es su libertad, pero no la de los otros. Uno no tiene porqué seguir a nadie ni a nada. Hemos de cuestionarlo todo. Hemos de llegar hasta la raíz de cualquier asunto que se nos presente. Hemos de llegar hasta la verdad a pesar de que no guste a los demás. La verdad es algo que uno para poder seguirla ha de tener una mente sumamente ágil y veloz. Hemos de ver a cada instante la falsedad y los juegos que la mente intenta hacer cuando un reto la perturba. Nosotros no queremos ser perturbados por nada. Queremos que todo siga igual, aunque sepamos que todos los días se mueren hombres de hambre; aunque sepamos que todos los días se destrozan los hombres por ideas y nacionalismos; aunque veamos que la estupidez destruye nuestra felicidad. Somos placenteros y miedosos; por eso, nuestras vidas son tan feas y tan desgraciadas, tan faltas de compasión, tan egoístas y tan poco caritativas.
Estar relacionado es algo necesario, todos los seres vivientes lo hacen les guste o no, quieran o no quieran; y todo lo que existe también está relacionado con todo. O sea, vivir quiere decir relación. Uno está relacionado con el clima, con las calles donde habitualmente pasa, con el vehículo que le transporta de un lugar a otro, con su dolor y su soledad depresiva, con todo lo que forma parte de este mundo. Cuando esta relación es inarmónica es cuando la vida nos parece un pesado tormento. Pero la relación prosigue, es decir después y mientras sentimos un mal momento la vida continúa sin cesar. Todo la existencia es un dolor continuo. La vida es dolor y sufrimiento. Pero cuando no huimos del dolor, y por tanto lo vemos tal y como es, entonces desaparece. No es que el dolor no exista, sino que ya no nos perturba ni afecta. Esto no es una teoría, póngalo a prueba con sus dolores y sufrimientos y observe todo lo que ocurre dentro de usted, dentro de su mente. El dolor es su vida, por tanto no le tema, no huya de él, entonces en un instante verá que irreal es.
Sin haber desentrañado los motivos que nos hacen que vivamos postrados por el miedo, que produce el dolor, aunque nos dediquemos a ir de un lado a otro pretendiendo hacer obras sociales no haremos nada ordenado. Pues el orden, que es armonía, debe de nacer de dentro de nosotros. No lo hemos de buscar en actividades, ni en ejercicios, ni en prácticas repetitivas que nos embotan y emponzoñan aún más nuestras mentes. El mismo motivo de poner en orden y armonía nuestras vidas, es algo que nos mantiene en la confusión y el desorden. Ya que el deseo de llegar a ser algo, por correcto y virtuoso que parezca, es el que nos impide que la verdad llegue a nosotros. Seguir hasta el final cualquier pensamiento, es algo que fortalece la mente, le da energía para poder llegar hasta que desaparecen. Entonces cuando uno ve algo claramente, sin nada que lo perturbe, la acción es nueva y es cuando se produce el verdadero cambio.
Los políticos, los dirigentes de las religiones organizadas, los líderes y los gurús, siempre están hablando de cambiar el estado y la situación de los hombres Pero ellos no se dan cuenta que en realidad no quieren que nada cambie. Ellos quieren que todo continúe de la misma manera que siempre ha sido, por tanto están engañando a los hombres. Y el cambio que proponen, está basado en la mentira, en la falsedad, en la astucia. Hablan de libertad sin haberse desprendido de la autoridad, hablan de felicidad sin haberse desprendido de la trama del dolor, hablan de orden cuando ellos con su comportamiento provocan el caos. El cambio que los hombres necesitamos, es algo que ha de nacer de lo profundo de nuestro ser, del ver la necesidad de que nuestra manera de vivir con toda su torpeza y desgracia, ha de llegar a su fin.
Nada más tenemos que estar atentos a todo cuanto acontece en nuestro interior. Hemos de ver cada impulso egoísta, sus razones, sus motivos, su falsedad, se manera de abrirse paso para desarrollarse; y cuando lo veamos intensamente, en ese mismo instante se desvanecerá. Esto es algo muy difícil debido a que la observación total y completa no puede ser si hay alguna fricción, alguna división entre el impulso mental y el que lo observa, el observador. En el momento en que dividimos el observador de lo observado, la atención profunda que es la unión total no puede ser. El observador es el que dice y se agarra a mis ideas, mis prejuicios, mis desos, mis temores, anteponiéndose a lo que es, la realidad. Donde hay atención, hay amor. Y el amor, no conoce ningún obstáculo para la felicidad. El amor es la esencia del universo, que lo mueve y nos da vida. Donde el tiempo, como ayer, hoy y mañana, no existe para perturbar la unión donde florece el amor.
Si vemos lo que son nuestras vidas nos daremos cuenta de que todo lo que hacemos ha sido provocado por el empuje, por el condicionamiento de la sociedad. Nos empujan a casarnos y a tener hijos, nos empujan a trabajar en esto o aquello, nos empujan a vestir de acuerdo a unos patrones de dinero, nos hacen viajar a determinados lugares, nos hacen ser acomodaticios y vulgares. Por eso, nuestras vidas son tan de segunda mano, son tan poco verdaderas, son tan imitativas. Así, de esta manera de vivir, no podremos salir del círculo en el que estamos atrapados. Podremos ser altamente eficientes en cualquier materia, podremos desarrollar las ciencias, podremos adherirnos a cualquier secta religiosa ya sea grande o pequeña y decir que somos espirituales, pero si no salimos del círculo, que es nuestra manera de vivir, no nos encontraremos con la verdad, que es lo que nos traerá la felicidad.


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La percepción


El análisis, la comparación, el contraste, es algo que se nos ha dicho que es de utilidad a la hora de averiguar cualquier asunto. Y salvo en el ámbito doméstico, a la hora de comprar un artículo para hacernos más llevadero nuestro diario vivir, esto también es falso ya en el ámbito psicológico nos provoca división y fragmentación. Porque, ¿quién es el que analiza y coteja? ¿Es diferente el analizador de lo analizado? Si alguien analiza algún asunto, todo su condicionamiento impregnará lo que está analizando. Puesto que el que analiza es lo analizado. A nosotros nos han enseñado a compararnos, nos han enseñado a que toleremos la división, a creernos que no hay otra manera de vivir que no sea el enfrentamiento y el destrozarnos unos a otros. Nunca terminamos con nada, no nos agrada deshacernos de algo para siempre, definitivamente, para que nunca más nos perturbe y nos altere nuestra percepción.
Una mente astuta, no es una mente con percepción sino que es una mente calculadora y mezquina. Una mente así no es capaz de avanzar, debido a que siempre está tratando de solucionar los mismos problemas; y por tanto, está enredada en lo que ella considera que es su problema.. Ya hemos mencionado, que el analizar y todo lo que resulta de ello es algo incompleto. Cuando alguien hace una encuesta, ella reflejará todo lo que es el que la realiza y lo que son los encuestados; pero esto no quiere decir que sea la opinión de la totalidad de las personas; por tanto, es algo incompleto, algo que no nos sirve. Cuando nos encaramos con la verdad no vale la mediocridad, ni la falsedad, ni la resistencia, hemos de ser sinceros y serios, profundos y claros. Cuando intentamos solucionar algún problema, alguna cuestión, algún reto que se nos presenta momentáneamente, la mente sufre una fuerte tensión; y es entonces, cuando empieza todo el proceso del análisis, de la comparación. Por una parte, queremos deshacernos de eso que nos perturba y altera; y por otra no sabemos de que manera lo haremos.
Cada vez nuestras vidas son más complicadas, están más debilitadas y al mismo tiempo necesitan gran cantidad de estímulos. El sexo se ha convertido en una evasión de la lucha diaria, del conflicto que nos llega de la mañana a la noche y que no cesa ni en el sueño. Qué pocos minutos tenemos de descanso: siempre estamos batallando, con nuestra esposa, con nuestro vecino, con el pariente, con el compañero de trabajo, con nuestros hijos; y en último término, nuestras mentes prosiguen con esa lucha que parece no tener fin. Hasta que encontramos algo que nos distraiga, que nos aleje y nos haga olvidar aunque sea momentáneamente nuestra desgraciada existencia.
Por eso, porque no queremos vivir de esa manera tan absurda, porque queremos que la vida tenga una gran brillantez, porque queremos sentir un gran gozo en cada instante, no vamos a tolerar que la mente y todos sus enredos nos dejen donde siempre hemos estado. Para ello, hemos de encarar cada circunstancia, cada reto, de una manera diferente. Hemos de mirar las cosas y los problemas como si fuera la primera vez, hemos de mirarlos y dejarlos que se desarrollen sin tocarlos. Y en un instante, si seguimos atentos a todo el proceso de la mente que va observando todo cuanto acontece dentro y fuera de ella, todos los problemas desaparecen; y por tanto, quedan resueltos. Aunque los problemas alguien diga que están ahí, ya no serán nuestros puesto que nosotros no los provocamos. Todos los problemas han de ser resueltos internamente primero y luego los externos desaparecerán.
Nosotros queremos cambiar lo externo sin haber hecho un cambio en la psique que nos haga frescos e inmaculados, que nos haga ver a todo como parte de una gran unidad. No esperemos que alguien nos indique cómo o de qué manera llegaremos a esa unidad, porque nadie nos lo puede indicar. Toda idea, todo deseo, todo sistema, es un producto del pensamiento y por tanto del tiempo que es donde se asienta la mente. Y la mente no puede llegar a lo incognoscible, a lo intemporal, a lo que está más allá de las palabras. Estamos condicionados para resolver problemas, y la mente cree poder solucionarlos, y por eso los inventa. Cuando la mente se percata que ella no puede hacer nada con respecto a ningún problema, entonces se aquieta. Y es cuando lo nuevo, y la solución a todos los problemas y dificultades, queda al descubierto. La percepción va seguida de acción inmediata., que es acción total.
En la inacción, hay una explosión de energía que no es producto del esfuerzo. Cuando dejamos que todo quede expuesto, y que el tiempo desaparezca, estamos haciendo la mayor de las revoluciones. Puesto que los retos, no serán algo aislado que nos molestan y perturban, sino que se verán como una parte del todo. Todas las revoluciones han querido hacer un cambio en la sociedad, en la manera de vivir, en la manera de solucionar los problemas que tenemos los hombres. Pero no lo han logrado debido a que no llegaron hasta la raíz de los problemas de la vida, no supieron descubrir lo que de verdad nos confunde y nos enfrenta. La verdadera revolución llega cuando uno se ha percatado de que todo forma parte de una gran unidad. De que todo es una continua sucesión de efectos relacionados entre si, debido a una causa que nosotros no podemos ver en su principio.
Lo externo no puede molestar a lo interno; éste ha sido el gran error de los que han pretendido cambiar la manera de vivir. Mientras haya división y antagonismo, no podrá haber orden ni nada nuevo que haga que el hombre viva en paz y armonía. La concentración es el producto de una mente asustada, de una mente que se esfuerza por imponer algo a cambio de una falsa seguridad. Mientras no nos demos cuenta de que formamos parte de la unidad indivisible, de que todos somos parte de la totalidad que todo lo abarca, no saldremos del miedo, de la violencia, de las guerras. ¿Por qué hemos de tener miedo si todos somos una misma cosa indivisible? ¿Por qué damos tanta importancia a nuestras opiniones, a nuestros problemas, a nuestras necesidades, si en un instante todo queda resuelto y solucionado?
Los hombres estamos fuertemente condicionados y por eso es que no acertamos en solucionar los problemas que nos aplastan y consumen; pero si uno logra deshacerse de la ignorancia, que es el condicionamiento, entonces está influyendo para que desaparezca de los hombres. Ya que uno es el resto de mundo, y todo el mundo a la vez.


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La brutalidad


Cuando uno ve todo el esfuerzo, las mentiras y falsedades, las contradicciones y los enfrentamientos, que tenemos que hacer para poder seguir adelante, es cuando nos damos cuenta de que necesariamente, debido a este comportamiento erróneo, la brutalidad ha de proseguir. Nosotros no queremos que nuestras existencias sean brutales, sean violentas, sean causantes de sufrimientos. Pero eso es algo que está en nuestras mentes, es un ideal, una teoría; la realidad es que nuestras vidas son brutales, están condicionadas y por tanto nos desencadenan ansiedad. El querer ajustarse a un patrón de vida, la rutina y la repetición, es algo que nos hace que perdamos la sensibilidad.
Cada uno de nosotros está empeñado en sacar hacia delante sus propios asuntos, lo que considera que son sus necesidades, lo que considera que es importante. Aunque esta manera de proceder es común a todos los hombres, cada uno de nosotros pensamos que lo nuestro es lo más urgente, lo más perentorio. ¿Qué es nuestra vida? ¿Qué es nuestra manera cotidiana de comportarnos, de dirigirnos, de relacionarnos? ¿De dónde nos llega tanta agresividad, tanta violencia? ¿Dónde está el punto en que uno puede deshacerse de todo lo que nos hace brutales? Mientras no comprendamos todo el proceso de lo que es el vivir, seguiremos devorándonos unos a otros. Hemos de saber ver en toda su plenitud lo que es, esa cosa tan misteriosa y a la vez tan sencilla: la vida. Mientras sigamos acudiendo a los lugares de distracción, mientras nos dediquemos a viajar sin parar, mientras hagamos de nuestras existencias una persecución del placer, seguiremos siendo cómplices de todo el hambre que padecen grandes cantidades de seres humanos, seguiremos siendo cómplices de todos los sufrimientos de los que no tienen absolutamente nada, seguiremos siendo cómplices de los que hacen las guerras y toda su destrucción.
No nos damos cuenta que para que una parte del mundo viva en la abundancia, en el inmoral consumismo, en la estúpida locura del placer, la otra parte ha de costear con su pobreza todo el despilfarro que todo lo engulle. No nos damos cuenta que para que uno viva en el placer, otros han de vivir en el dolor. Esto no es una teoría fantasiosa y caprichosa, esto es la realidad, esto es lo que nos molesta que nos lo digan y que nos surja en el pensamiento; por eso es que nos entregamos a toda clase de juegos y distracciones, a todo lo que nos haga eludir lo que de verdad somos. Por eso, buscamos a los líderes y nos afiliamos a los partidos políticos, por eso buscamos a los psiquiatras y a toda clase de personas que nos puedan consolar en esa amargura que es nuestra vida. Pero nadie nos puede ayudar ni consolar indefinidamente a cada momento en que nos encontramos agobiados y sumergidos en el dolor,
Esperamos que nos llegue la solución de fuera, que alguien nos diga lo qué hay que hacer, que nos diga de qué manera debemos de comportarnos, que nos digan por qué camino hemos de seguir. Nos entregamos para salir de la confusión a alguien que también está sumergido en ella. Así nunca llegamos a poner término a nuestros sufrimientos, a que todo este asunto de la resistencia y la contradicción lleguen a su fin. Nadie nos puede dar la solución, hemos de ser nosotros quienes lleguemos hasta ella. Si nos ponemos en manos de alguien, por reconocida reputación que tenga ya sea intelectual, por ser un especialista en tal o cual materia, espiritual, magnetismo o por otra capacidad que diga que tenga, nos dejará en el mismo sitio que hemos estado siempre: en el desorden y en la confusión, en el caos.
Pero nosotros no queremos seguir viviendo en este desorden, en esta manera tan brutal, tan carente de compasión. Nosotros queremos que desaparezcan las agresiones, la represión, la autoridad, la subordinación obediente; queremos que desaparezcan los miedos paralizantes y provocadores de explosiones incontroladas. Queremos que nuestras vidas no tengan nada de que avergonzarse. Y para eso hace falta que estemos atentos a todo lo que sucede tanto dentro como fuera de nosotros. Hemos de observar todos los requerimientos y las compulsiones que surgen en nuestras mentes, rechazar lo negativo y lo que llegue después será lo positivo. Lo positivo no sabemos lo que es; lo que si que sabemos es dónde está lo negativo; y al descartar éste sólo queda algo que no conocemos pero que no tiene nada que ver con lo negativo.
¿De qué manera podremos observar lo negativo? ¿Qué cualidad ha de tener la mente que es capaz de vivir una vida de virtud; y por tanto, rechazar lo negativo allá donde esté? ¿Puede una mente alterada ser capaz de observar todo lo que la influye desde dentro y desde fuera? Todo el proceso de nuestras mentes es un proceso de acumulación de experiencias, de recuerdos, de acontecimientos vividos con anterioridad; y cuando el reto nos llega lo queremos resolver con esta mente cargada del pasado. Es decir con una mente que está envejecida, con todo lo que ha acumulado y todo lo que ha adquirido, poseída por imágenes e ideas, poseída por opiniones y proyectos, queremos llegar a lo nuevo y lo inmaculado, a lo que no ha sido tocado por el pensamiento, queremos llegar al orden.
Mientras nuestras vidas no tengan claridad y la visión necesaria para poder ver todo lo que es nuestra existencia, todo lo que son nuestras relaciones, no podremos llegar a lo nuevo. Si no hemos visto la necesidad ineludible, la necesidad que no se ve perturbada por la opción, de que todo nuestro sistema psicológico tiene que hacer un cambio radical para que nuestras respuestas a los retos no produzcan dolor, sufrimiento y confusión, seguiremos siendo brutales y violentos. No podemos invocar a nada ni a nadie para que el cambio se realice. Solamente hemos de ver la absoluta necesidad de que toda esta vida de agresiones, de insultos, de malos tratos, de pobreza y miserias, de falsedades y de hombres hambrientos que mueren día a día sin cesar, ha de llegar a su fin. Y para eso, hace falta que la conducta, que la relación, esté fundamentada en la compasión y en el amor.


13


El servicio a los demás


El vivir como lo estamos haciendo nos está llevando a límites altamente peligrosos para nuestra existencia y la de toda la vida que existe en toda la tierra. No es que uno sea culpable directamente de todo cuanto está ocurriendo, ni tampoco el vecino, ni tampoco la autoridad que intenta poner orden; sino que todos los comportamientos negativos están abocando al lugar donde habitamos hacia una situación que nos es perjudicial. Ya hemos dicho algunas veces, que el primer responsable de todo, la causa que inició la cadena para que los hombres heredásemos tanta desdicha y tanta maldad, no sabemos cuando empezó, ni qué es lo que ocurrió. Los hombres sabemos muy poco de nosotros, sabemos algunas cosas anatómicas y físicas, pero el principio y el final de todo no lo podemos conocer.
La sociedad que hemos creado, que está basada en el placer, en el logro, en la competitividad, no puede dejar de ensuciar los ríos y el aire, los mares y las ciudades, para poder seguir hacia delante. Hemos creado una sociedad en la que hay abundancia de todo, sin embargo la pobreza, los que no tienen nada, son muy abundantes. Los gobiernos soberanos y sus dirigentes, los planes de las instituciones internacionales, los llamados de las religiones organizadas, no pueden poner el orden que necesitamos. Algunas personas intentan hacer algo para que todo esto cambie, para que se solucionen algunos problemas, para que la vida sea más agradable, pero ellas también no logran traer el orden; no pueden sacarnos del círculo del absurdo en que vivimos.
¿Qué puede transmitir a los demás un hombre que no es feliz con su manera cotidiana de vivir? ¿Qué puede hacer alguien que haga lo que haga estará sustentado por el esfuerzo y por la brutalidad? ¿Qué podemos hacer los hombres por los demás si no nos hemos deshecho de la autoridad y por tanto de la división? ¿Qué sentido tiene emprender servicios sociales sino los podemos atender correctamente? Nuestro condicionamiento no nos deja ser correctos, vivir ordenadamente, ser felices, hasta el punto que lo que parece que es noble y deseable, digno y virtuoso, se convierte en caótico y en algo que da continuidad al sufrimiento. Uno ha de estar antes que nada en orden, ser feliz, vivir en armonía; la ayuda a los demás entonces tendrá un sentido verdadero, será algo que no necesitará ser nombrado. Ya que cuando alguien está en orden, cuando su vida está asentada en la virtud, todo lo que hace es un servicio a los demás.
Cuando alguien más alterado está, más confundido vive, más es su actividad, más expande su acción. El silencio, que es algo necesario para que nuestras vidas tengan paz, desaparece cuando vamos de un lugar a otro; cuando nos entregamos a trabajos que maltratan nuestro cuerpo; cuando esforzamos nuestras mentes con el agotamiento; cuando siempre nos aplasta el sentimiento de responsabilidad. Cuando nos creemos que nosotros somos necesarios para nuestros familiares, estamos deteriorándonos internamente, perdemos la libertad, nos convertimos en autoridad y proseguimos con la confusión. Nosotros queremos, con nuestra pequeñez y mezquindad, con nuestra incapacidad y estupidez, encararnos con lo que es inabarcable e incomprensible a nuestro entendimiento. Todo hombre lleva en sí esa falta de abarcar en su más íntimo rincón de su corazón a todo el universo.
Ser virtuoso quiere decir ser paciente con lo que nos desagrada, ser arrollador cuando es necesario, ser vulnerable como una hoja y ser tan fuerte como el sol. Mientras en nosotros haya algo por lo que tengamos que esforzarnos, hagamos lo que hagamos será una continuidad de lo que ha sido siempre. ¿Por qué no nos decidimos de una vez para siempre en hacer las cosas sin que medie nada de esfuerzo? ¿Por qué no vivimos sin que nada nos empuje, sin que nada nos altere ni nos presione? ¿Por qué nuestras vidas tienen que ser algo que nos tortura y que estén llenas de sufrimiento? ¿Por qué no podemos vivir con los animales y las plantas en perfecta armonía? ¿Por qué no somos felices y transmitimos nuestra felicidad? ¿Por qué nos gusta vivir en el dolor; y que vivan los demás también? ¿Por qué decimos palabras tan hermosas, como humildad, compasión, amor, y no entendemos su significado?
Vivir para el dolor es vivir para la insensatez, para las ideas, para la mente y todo el contenido de ella. La mente es donde se ubican todos los dolores, donde nacen, crecen y perecen, y vuelven a nacer; porque es allí donde empieza toda la trama del deseo, del devenir, del llegar a ser; donde empieza la espera que es el tiempo, que es incertidumbre, que es miedo. Ser feliz es muy fácil, lo que es muy difícil es querer ser feliz. Porque en ese querer va implícito el deseo que es el que obstruye la puerta que nos lleva a la felicidad. Vemos que los hombres nos hemos agrupado, que hemos formado partidos políticos, que hemos formado grupos y sectas religiosas, que hemos formado grupos cerrados, para conseguir más poder y seguir perpetuándolo; vemos que todos actúan como algo que tiene la finalidad de defender; y en todo ello está el miedo y la insatisfacción, está la desdicha.
No esperemos a mañana para gozar de la felicidad; no esperemos a que alguien nos enseñe como llegar hasta ella. Hemos de ser felices ahora, mientras lee estas lineas que intentan hacer algo para que los hombres lo sean.


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La mente que no mide


La belleza no es una puesta de sol. La belleza es una vida de virtud y excelencia. Una mente alterada, en desorden, no sabe lo que es la belleza, no la puede percibir. Vivir en la dualidad, en la contradicción, es la manera vulgar como viven los hombres. El pensamiento ha inventado el ideal, lo que debería ser, algo que nos satisface. Pero el pensamiento tiene que vérselas con lo que es, la realidad; y es en ese momento, donde surge la contradicción y el conflicto. La mente ha inventado el ideal de la no-violencia; pero ella sigue siéndolo, sigue estando dividida, causando contradicción y por tanto violencia.
La mente al querer dividirse de lo que es, de lo que somos en realidad, es cuando en vez de solucionar el conflicto lo acrecienta aún más. Cuando decimos que queremos ser no-violentos no estamos encarando el problema correctamente; pues la realidad es que los hombres somos violentos, vivimos con ella desde siempre. Y esa idea de querer ser no-violentos se impone prolongando el conflicto. ¿Quién es el que quier ser no-violento? ¿Es diferente el hombre que desea ser no-violento de la violencia? ¿O el hombre y la violencia son una misma cosa indivisible? Cuando uno ha visto que no hay diferencia alguna, cuando no hay dualidad, cuando no existen dos cosas separadas, como lo que me gustaría que fuese y lo que en realidad es, es cuando la mente se aquieta y el conflicto y la violencia desaparecen.
La manera de convivir está basada en el esfuerzo, en la competitividad, en la contradicción, y todo esto provoca división y antagonismo; hace que cada uno de nosotros esté tirando hacia una parte, por lo que la violencia siempre está presente. No vale decir que uno no es violento porque es algo que queda bien. Sin haber llegado al fondo de lo qué es la división y toda su crueldad, uno no puede estar libre de la violencia. No podemos estar libres de la violencia siendo autoritarios, teniendo la cabeza llena de ideas, dividiéndonos con los partidos políticos y las religiones organizadas. Tampoco podemos dejar la violencia si nos identificamos con una raza, si nos sentimos identificados en el clan familiar.
Hemos tolerado la división tanto tiempo que no sabemos vivir sin estar divididos. Como nuestras vidas son una batalla continua a veces nos erigimos en vencedores; pero los vencidos vuelven a la carga para conquistar la victoria, lo que sucede o no; y entonces, prosigue la disputa con el vencido. Si no logramos deshacernos de lo que nos divide, como el llamar judío o árabe, socialista o fascista, cristiano o budista, capitalista o comunista, no podremos vivir en paz. Aunque vivamos en la abundancia material, aunque vivamos rodeados de aparatos tecnológicos, aunque la ciencia haga avances en lo referente al cuidado del cuerpo, si no logramos deshacernos de lo que nos divide seguiremos viviendo igual que hace varios miles de años: destruyéndonos y matándonos.
Cada día vemos como los viejos conflictos que parecían enterrados vuelven a aparecer y se recrudecen; cada día desaparece un dictador y su corte, pero vuelve aparecer y le sucede otro e instaura otra saga. Somos exactamente iguale que los bárbaros, los faraones, los romanos, estamos siguiendo viviendo en la división, nos lastimamos, hacemos guerras y prolongamos la esclavitud disfrazada de palabras y buenas intenciones. Pero nos obstinamos y nos auto-halagamos diciendo que todo va mejor, que la violencia es cosa de grupos reducidos, como los terroristas, los maleantes y los perturbados mentales. Cuando en realidad estos son una consecuencia de la manera de convivir con la brutalidad, con falsedad y violencia. Una sociedad armada y violenta, forzosa y necesariamente ha de producir toda clase de conflictos ya sean armados o verbales. Una sociedad que está basada en la fuera de las armas y en la autoridad, en la inflexibilidad y en los ideales, necesariamente ha de provocar violencia.
Una de las cosas que menos nos gusta es enfrentarnos con un tirano. Y el mayor tirano que tenemos es el pensamiento. Vivimos enredados, vivimos esclavizados, vivimos pendientes del pensamiento. Y en toda dependencia hay esclavitud, hay dolor; y nosotros dependemos del pensamiento, él se ha convertido en necesario, se ha convertido en el dueño y señor de nuestras vidas. Pero, ¿tiene alguna utilidad el pensamiento? ¿Podemos vivir la vida de cada día sin que el pensamiento interfiera a cada instante? El cuerpo si no nos inmiscuimos con él, tiene su propia inteligencia, tiene su ordenado movimiento, cuando el pensamiento quiere manejarlo y dirigirlo, cuando cree que es capaz de perfeccionarlo y cuidar de él, es cuando más en peligro lo pone. El pensamiento nos es de utilidad cuando hemos de recordar una dirección, la hora de salida del autobús o del avión.
Toda la desgraciada manera de actuar, todo el sinsentido, toda la crueldad y la frialdad que desarrollamos es el fruto del pensamiento. Hemos inventado toda clase de leyes, toda clase de normas; hemos inventado los más descabellados acontecimientos para que parezcan fruto del azar, cuando en realidad no lo son, hemos dicho lo que tiene que ser, y el resultado es más matanzas y más destrucción. Que un hombre que tenga la piel de color negro y otro hombre la piel de color blanco, que viven mirándose con desconfianza, que se odien y luchen entre sí, es producto del pensamiento. Al ser egoístas, al tener miedo de perder cualquier estúpida tontería, el pensamiento inventa y desarrolla toda clase de obstáculos para sentirse a salvo y protegido: como el color del cabello, la manera de vestir, la manera de hablar, la manera de comer y relacionarse.
Siempre nos hemos matado: desde que vivíamos en las cavernas hasta ahora que volamos hacia otros planetas. El motivo siempre ha sido el mismo: el miedo a perder lo que somos, lo que tenemos y poseemos, el miedo al mañana y al dolor. Y este terrible miedo es el que nos ha estado dividiendo y provocando que nos destrocemos. Cada vez que un hombre muere en un campo de batalla, en una penitenciaría, o por bombas o tiros en cualquier calle, es debido al miedo, a la división, al odio. El pensamiento, su inutilidad y su torpeza han de ser han de ser descartados, han de desaparecer. Y esta torpeza, que es el pensamiento, sólo puede desaparecer cuando nos damos perfectamente cuenta de que somos parte de una unidad, de que somos la unidad indivisible.


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La religión


La creencia en ciertas teorías, la sanción de actos considerados malvados, la obediencia a un líder indiscutible, los cultos y adoración a imágenes y a palabras, son algunas características más sobresalientes de las religiones organizadas. Sus dirigentes y sus más fervientes seguidores sostienen que sus teorías religiosas tienen lo necesario para poner el orden en los espíritus de los hombres y en consecuencia en el mundo. Las religiones organizadas son antiquísimas, pero ellas no han traído la paz. El orden que sus representantes intentan imponer, provoca aún más caos y desorden. Sus libros sagrados son los amos de sus mentes que emponzoñan y narcotizan, esclavizando a cuantos se a cogen a ellos.
Las religiones organizadas existen para dominar y manejar a los hombres; ellas dicen que quieren cooperar, que quieren ayudar, que quieren traer la felicidad, pero la realidad es el dominio de las vidas de sus seguidores. Ninguna religión organizada deja libertad a sus seguidores, al contrario los aturde con rezos y plegarias, los comprime reprimiéndolos, los esclaviza a otro hombre que se ha erigido en autoridad. Cada una tiene un único salvador, que es la encarnación y el representante de dios en la tierra. Son un negocio, son como los políticos y los gobiernos soberanos, aunque hablen de reconciliación, de justicia, de amor, no esperemos nada de ellas pues siempre nos han dividido, siempre han estado con el poder, tolerándolo y mezclándose con sus intrigas.
Llevar una vida de virtud, es ser alguien que ha entendido en todo su significado la palabra religión. Una vida virtuosa no tiene ningún precepto, porque cada vez que surge algo negativo ve su nocividad con tanta intensidad que instantáneamente desaparece. Una mente religiosa es aquella que está en un estado de atención tal que ha transcendido todo deseo. Por tanto, no hay ningún precepto, ninguna norma, ningún ideario, nada escrito que pueda esclavizar, nada por lo que ir en contra, nada que sea absolutamente malvado. El odio es el que ha surgido debido a la división, debido a que llevamos vidas fragmentadas, debido a que no sabemos vérnoslas con lo que es, con la realidad.
Cuando alguien no sabe cómo encarar el presente, que es su desdicha, su larga jornada de trabajo, su búsqueda de placer, su aplastante responsabilidad, su soledad, su falta de sensibilidad para poder percibir la belleza, es cuando inventamos algo que no puede ser pero que nos consolamos diciendo que si que puede ser; el pensamiento se ha inmiscuido y ha empezado todo el proceso de repetición, de división y de desdicha. Cuando miramos intensamente, con toda nuestra atención, el presente, lo que es, la realidad de nuestras vidas, con todos los instantes y momentos que nos perturban, es cuando hay una posibilidad de que llegue lo que la mente no ha tocado, lo nuevo. Es entonces, cuando se produce el cambio, la revolución en nuestras vidas; es entonces, cuando todo tiene orden. No podemos traer orden a nuestras existencias de ninguna otra manera, pues si ha pasado por el tamiz del pensamiento cualquier solución a cualquier reto provocará confusión.
Lo nuevo es algo explosivo, revitalizador y lleno de abundante energía; es lo único que nos puede sacar de la agonía y la lucha, de la sinrazón y del enfrentamiento. La mente finita no puede tocar lo infinito; un fragmento no puede abarcar a la totalidad; la parte no es el todo; por tanto, si no nos fundimos con toda la mente universal -y para eso ha de desaparecer el “yo”, que es el que da sustento al pensamiento-, no podremos llegar a lo nuevo, no podrá surgir el orden que es felicidad.
Cuando vemos qué poco podemos hacer para ayudar a los demás, es cuando hay una mutación, hay un comportamiento que nada tiene que ver con todo lo que conocemos, con todo ese brutal esfuerzo, con todo lo que sale del deseo, con toda nuestra ignorancia. El pensamiento es el que nos divide de la totalidad; el que ha inventado el tiempo como ayer, hoy y mañana; el que se ha erigido en director, en la autoridad para poner orden. Aunque no pueda hacer otra cosa que seguir con lo de siempre, que son las divisiones, el caos y el sufrimiento. El pensamiento es la impotencia y la confusión, la continuidad y la ignorancia. Mientras no muera el pensamiento, no desaparezca todo su contenido que es la conciencia, no podremos llegar a la virtud, no podremos llevar una vida religiosa.
El pensamiento está compuesto por la conciencia; y la conciencia es conocimiento, es el pasado, es lo conocido, es lo que ya ha sido alguna vez. Y en ese ámbito es con el cual el pensamiento pretende poner orden, que es lo nuevo y lo inmaculado, lo que está más allá de lo que la mente pueda sugerir. Nosotros los hombres queremos con nuestra pequeñez e incapacidad, poner las manos en lo inconmensurable e inabarcable, en lo que está fuera de lo cognoscible. El resultado es la continuidad del sufrimiento y el dolor, de los desastres, de la dominación, de las divisiones y los enfrentamientos. Esto es lo que están haciendo las religiones organizadas: divisiones y enfrentamientos, enredarnos y dirigirnos por donde quieren que vayamos. El resultado es la sumisión, el fanatismo de la ignorancia.
Cuando uno ve a alguien vestido con un hábito o la vestimenta característica de los religiosos, siente todo el dolor que provocan, siente toda la inflexibilidad e incapacidad que llevan tras de si. Ya sean las túnicas amarillentas y los turbantes de oriente; ya sean los hábitos oscurecidos y toscos de occidente. Todos obedecen como robots, tanto a los libros que consideran sagrados, como a sus dirigentes. No quieren saber nada que no esté mencionado o reflejado en sus escrituras, que por el mero hecho de estar escritas pierden toda su vigencia con lo sagrado. Las religiones organizadas, no se dan cuenta que los maestros y sus profetas tuvieron que mirar cara a cara a lo nuevo y lo que nadie antes había visto y descubierto. Y este es nuestro trabajo que menos nos gusta hacer: mirar cara a cara a lo desconocido, lo que es nuevo y no tocado por la astuta mente.


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La dualidad


Todos queremos llevar una vida virtuosa, queremos que todo lo que hagamos tenga esas excelencia que lleva consigo el orden; queremos tener un corazón con mucho amor que rebose de felicidad y de gozo. Pero no sabemos qué es lo que les sucede a nuestras vidas, que todo es contradicción, que todo es desdicha, que todo es conflicto y desesperación, salvo algunos momentos fugaces que sentimos esa paz y ese orden que todos anhelamos, No sabemos porqué estamos aquí en esta hermosa tierra; ni tampoco sabemos quién es el que la ha provocado, generado y organizado tal y como es, con sus inmensos océanos y mares, con sus grandes montañas y bosques, con toda su grandiosidad y variedad de vida; con toda la matemática precisión en la relación con las estrellas y los astros, con todo el flujo de vida que no cesa.
Nosotros nada más conocemos lo que es nuestra existencia, lo que es el intervalo de tiempo que va desde que empezamos a tener conciencia hasta que morimos. Si no hay conciencia de las cosas, de todo lo que nos rodea, nos estimula y nos da vida, la existencia es a un nivel meramente vegetal, orgánico, a un nivel físico. Cuando nos encaramos para profundizar en estas cuestiones de la esencia, la finalidad, el principio y el fin de todo, es cuando nos damos cuenta de qué poco sabemos de eso que llamamos vida. Nada más sabemos el resultado, la consecuencia del vivir, lo que adviene al estar consciente y más o menos despierto. Lo que viene y está adherido a la vida es el dolor. Vivir tal y como lo conocemos ahora es sufrir, es seguir día tras día con esa pesada carga que es el dolor.
No podemos olvidarnos y dejar de lado el dolor; porque éste es algo que es una consecuencia nuestra y por tanto siempre estará con nosotros; a menos que solucionemos ese complejo problema que es el vivir siempre lo tendremos en nosotros, siempre seremos esclavos y dominados por él. Así que debemos de averiguar qué es esa cosa rara y maravillosa, tan sorprendente y tan pesada, esa cosa que llamamos vida. Porque la vida de cada uno de nosotros es un problema, se ha convertido en un espantoso problema, al que si somos serios hemos de intentar darle solución, no de acuerdo con el especialista tal, ni conforme a las ideas de cualquier salvador ni tampoco siguiendo a algún líder.
Hemos de encararnos cara a cara, y completamente desnudos en lo interno, para ver qué podemos hacer con el dolor que es la consecuencia inmediata de nuestras existencias; hemos de investigar hasta la misma raíz ese proceso tan asombroso que es la vida. Para eso, hemos de cuestionar todo lo que se ha dicho con anterioridad al respecto; hemos de descartar todo lo que nos ha llegado de una manera o de otra y que nos está condicionando nuestra manera de vivir. A la hora de investigar, si queremos ser sinceros y honrados con nosotros mismos, no hay ninguna cabida ni lugar para la autoridad que dice y habla en posesión de una idea, de una teoría, de un plan preestablecido. Cada uno de nosotros hemos de ser el que llegue a ver toda la trama en la que estamos inmersos, en el enredo en que estamos liados.
Esperamos que un día u otro, o que el próximo año, podremos deshacernos de todo lo que nos obstruye el que podamos ver clara y diáfanamente todo lo que son nuestras existencias. Pero esto es un error, puesto que toda espera es un devenir, un llegar a ser, un deseo por muy fino y sutil que pueda parecer. En el tiempo va implícito el movimiento del pensar: esto que soy ahora no me gusta, por tanto voy a practicar o hacer algo para que dentro de unos meses, o cuatro o diez años, me convierta en otra cosa, que parece más sensata, más lógica. Pero al cabo del tiempo seguimos estando donde siempre: peleándonos, luchando, discutiendo sin llegar a ningún sitio en el cual podamos permanecer en paz y armonía para siempre.
Por tanto, el tiempo y el llegar a ser algo diferente de lo que somos, también tenemos que descartarlo, por ser algo que no nos sirve a la hora de solucionar el asunto de lo que es la vida. Si el tiempo no existe, es una ilusión nuestra, ¿qué es lo que existe entonces? Sólo existe la conciencia, sólo existe la observación de todo cuanto acontece dentro de nosotros y en nuestro alrededor. Cuando hemos visto que el tiempo, el llegar a ser, el devenir, es una ilusión, es entonces cuando hay un cambio, una mutación en todo nuestro comportamiento, que va a romper con todo el viejo sistema que nos dirigía. Es entonces cuando no hay nada que conseguir y todo se consigue; es entonces, cuando se ve la locura del esfuerzo y la brutalidad que provoca; es entonces, cuando se nos abre la puerta que nos lleva al amor.
Para llegar a entender lo que es la vida, hemos de entender lo que es la muerte. Sin haber entendido y visto la belleza de la muerte, no podremos deshacernos del problema de la vida. Pues para que haya vida ha de haber destrucción y muerte. La vida para que sea, ha de haber destrucción: los animales que comen vegetales han de arrancar de la tierra, o de arbustos y árboles, todo lo que los alimente y les dé vida; los que comen carne -incluidos los hombres-, han de matar a otros seres que tienen vida para poder seguir adelante. Toda la vida es un proceso de destrucción, de amor y de construcción a la vez. Sin comprender esto claramente, no podremos deshacernos de la ignorancia que es apego, que es el aferrarse a algo, incluidos nuestros cuerpos y nuestras vidas.
¿Qué seríamos sin todo lo que nos atenaza, sin todo lo que nos esclaviza, sin todo lo que nos lleva de un sitio a otro en busca de algo que nos dé un poco de paz y de armonía sin encontrarlo? Si viésemos la falsedad que nos rodea y nos impregna en un instante, si viésemos tan clara y tan dentro de nosotros, que se convierte en nosotros mismos, en ese mismo instante nos desharíamos de ella sin ningún esfuerzo. Entonces veríamos lo falso en lo falso, lo verdadero en lo verdadero, y lo verdadero también en lo falso. Veríamos que todo conflicto nace y muere dentro de nosotros; que nosotros somos los únicos que podemos desenredar la trama en que estamos atrapados, que todo lo que nace, que todo lo que es y tiene vida, ha de morir. Por todo eso, por el verlo de una manera verdadera; por ver todos los entresijos del pensamiento y de la mente, nuestro comportamiento cotidiano no estaría perturbado ni por el esfuerzo ni por el deseo.


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Las influencias


Cuando vemos que todo lo que nos rodea está sin brillo ni belleza, es el momento en que debemos de hacer algo para que el gozo de ver las cosas tal y como son, sea y prosiga. Todo lo que nos rodea nos condiciona de una manera u otra: el clima, lo que comemos, el campo y la ciudad, el trabajo que realizamos. Pero lo que más nos afecta son las personas con quien nos relacionamos. Hay que estar muy atentos a las influencias que nos llegan, pues es altamente contagioso cualquier comportamiento negativo. Relacionarse con personas de comportamiento negativo, nos puede llevar a acciones desfavorables. No debemos dejar que nos tiranicen, que nos confundan, que nos transmitan malos influjos. Hay que ser como una roca, para que no nos puedan arrastrar y llevarnos a la deriva.
Porque la sociedad en que vivimos está descomponiéndose, está destruyéndose, está acabada. Y esto sucede por la inmoralidad, por el desorden, por ser una sociedad corrupta y cruel. Las familias y las instituciones, las religiones, los valores fuertemente apuntalados y sostenidos, todo se está viniendo abajo. Es por eso, que las influencias que nos llegan son altamente perturbadoras, son en verdad abrumadoras, son muy poderosas. Son momentos que nos pueden desvirtuar, por eso es necesario estar siempre muy alertas y atentos a todo lo que acontece. Aquí el problema se agrava aún más ya que no podemos elegir, pues solamente hay una sociedad que domina y dirige al mundo y a los hombres. Hay una escala de valores que se impone en todas partes y eso es lo que forma lo que llamamos sociedad.
No importa que los hombres vivan en Rusia, en América, en India, en China o Europa, todos piensan de la misma manera a la hora de enfocar sus vidas cotidianas; podrán cambiar los hábitos en el comer y en el vestir; podrán cambiar los hábitos en el trabajo, y la manera de encontrar lo que está más allá de las palabras, y que se llama vulgarmente religión, sus comportamientos responden a un único patrón de conducta que está basado en la contradicción, en el esfuerzo y en la lucha. Al igual que los animales, los hombres no sabemos de dónde y el porqué nace tanto instinto de destrucción, tanta agresividad y violencia. Es una herencia antiquísima que los hombres hemos perdurado a través de miles y miles de años. Y uno se pregunta: ¿Qué podemos hacer ante esto que parece una fatalidad, ante tanta crueldad, ante tanta frialdad y brutalidad, ante tanta desolación y violencia?
Hay una gran cantidad de teorías que explican la evolución y el comportamiento de los animales, hemos gastado mucho tiempo en componer grandes volúmenes para explicar el comportamiento humano. Hay infinidad de libros y teorías que pretenden llevar al hombre a lo que se llama la paz y la felicidad. Pero día a día nos seguimos destruyendo, seguimos haciendo pequeñas y grandes guerras monstruosas; seguimos haciendo exactamente igual que nuestros antecesores que vivían en chozas cubiertos por unas cuantas pieles de animales. No debemos esperar nada, pues ese algo que parece que nos va a sacar de donde estamos atascados, es un producto del pensamiento y como consecuencia no podrá traer orden.
El grave problema que nos atañe a los hombres, es cómo poner orden en nuestras vidas. No el orden externo, como el ir aseado, la puntualidad, el hablar con moderación, que tiene su preciso momento y lugar; sino, el orden que está más allá de todo plan, que está más allá de nuestros mezquinos egoísmos. Si no morimos a todo lo que nace en la mente, a todo lo que acariciamos por sublime y sagrado que parezca, nuestras existencias no tendrán armonía y por tanto estarán en desorden. Pues el orden no es nada que se pueda ordenar desde la mente; él ha de surgir como surge una brizna de hierba, como florece y a los pocos días perece una hermosa flor. Los hombres somos imitativos, somos vulgares, somos de segunda mano, nos amoldamos a un patrón establecido por nosotros o por los demás.
Desde pequeños, en la escuela y antes en la familia, se nos dice lo que debemos hacer, se nos condiciona para que aceptemos el comportamiento convencional, los valores que aún siendo falsos sostienen a la sociedad, y nos son presentados como al algo que es incuestionable e inmejorable. El orden establecido, es un orden impuesto y por tanto no tiene nada de verdadero orden, pues donde hay autoridad de la clase que sea, el conflicto y la contradicción allí estarán. Es una tarea ardua el vivir en armonía, el ser apacible, el vivir en ese silencio que todo lo impregna y todo lo transforma en belleza. Cuando dejamos de ser cualquier cosa que se nos ha dicho o que nosotros nos habíamos propuesto, es cuando dejamos la puerta abierta para que el amor llegue. Nosotros queremos ser algo, no nos gusta ver la nada, no nos gusta ver la vacuidad de las cosas, no nos gusta vernos tal y como somos; y por eso inventamos la santidad, la no-violencia, lo que debería ser en contraposición a lo que es.
Todos los planes, todas las teorías, todas las ideas, todos los principios aunque estén respaldados por la moralidad de la sociedad, aunque parezcan que nos lleven al progreso y al bienestar, deben ser desechados si queremos ser seres humanos completos. Porque no queremos que nuestras vidas tengan nada que ver con las guerras, con las divisiones ideológicas y de toda clase; con todo lo que ha hecho de la vida del hombre un problema que nos angustia, es por lo que hemos de llegar hasta el fin de todo lo que nos reta, de todo lo que nos perturba. No podemos quedarnos en la mediocridad, en la medianía, debemos llegar hasta lo más alto, hasta el fin. Para ello, tendremos que estar muy atentos a todo lo que sucede dentro y fuera de nosotros.
Si la atención es completa no tendremos ningún problema para enfrentarnos con cualquier reto que nos llegue; pues la atención es amor, que todo lo disuelve en gozo y felicidad. El amor nos hace ver en un instante todo lo negativo que pueda haber; con tanta intensidad que la acción es algo que no tiene nada que ver con nosotros. Entonces el actuar tiene un significado distinto, entonces hemos deshecho la fatalidad del egoísmo. La atención es algo que nos une a lo que observamos, fundiendo al observador y a lo observado en una misma cosa, donde no hay barreras ni resistencias ni prejuicios; donde no hay autoridad que sancione, donde sólo existe la consciencia de lo que es, de la realidad de lo que se está viviendo.


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El despertar


Cuando observamos lo que está ocurriendo en el mundo, con toda la falta de respeto, con toda la desafortunada conducta de sus dirigentes, con toda las desgraciada situación de los hombres que mueren de hambre rodeados en su agonía por la miseria y desesperación, nos damos cuenta que la mayoría de nosotros estamos dormidos. Vivimos narcotizados con nuestras mezquinas necesidades: seguridad de empleo, adquisición de todo tipo de objetos, planificación de viajes, la casa y sus comodidades, y la búsqueda de placer. Todo ello nos tiene atrapados, nos tiene dentro de una lucha continua que no tiene fin. Sin que seamos capaces de llegar hasta el fondo y ver qué podemos hacer para que nuestras vidas tengan algo más de belleza, para que seamos hombres que nada tienen que ver con toda la desgracia que traen los conflictos y las guerras.
Las guerras no nacen en el campo de batalla, ellas nacen en cada uno de los hombres que se prestan a hacerlas. La semilla de los conflictos armados y violentos es la división; y ésta nace y crece, se desarrolla en el interior de cada ser humano. La violencia es la expresión, en su más alto grado de la división. Vivir una vida de división, es algo feo y desgraciado, es algo que hace sucumbir al hombre y a todo lo que le rodea. Cuando estamos divididos, hay en nuestras mentes pensamientos de odio, de indiferencia, de separación, de tolerancia a lo negativo; que conducen nuestras vidas a la insensibilidad y al dolor. Nosotros no queremos que nuestras vidas estén torturadas por el dolor, pero no hacemos nada para que éste desaparezca, para que no nos afecte nunca más, para que seamos libres de una manera verdadera.
Hemos de tener una mente ágil, flexible, llena de vida, fresca, que renueve a cada instante toda su esencia, que su contenido no le afecte a la hora de encarar cualquiera de los múltiples retos a que se ve expuesta. Para ello, uno tiene que morir a todo el fuerte bagaje de la educación, tiene que morir a su tendencia racial, tiene que morir a sus familiares, tiene que deshacerse de todos los apegos que le esclavizan, tiene que sentirse como alguien que no tiene nada y sin embargo participa de todo como si fuese de él. Estamos apegados a tantas cosas, que nuestro comportamiento siempre va enfocado para proseguir con esos apegos. No sabemos vivir de otra manera. Estamos apegados a nuestros hijos, a nuestro esposo, a nuestra compañera, a nuestros muebles y libros, a nuestra búsqueda de seguridad tanto física como psicológica, estamos apegados a nuestra rutinaria manera de vivir.
Por eso nuestras vidas que son los conflictos con el dinero, con nuestros vecinos, con los hijos, con los políticos, con los compañeros de trabajo, se han hecho algo insoportable. Y al ser algo fastidioso nos desencadena más conflicto, debido a que el dolor distorsiona la visión de las cosas y toda la mente. Es algo necesario, si queremos tener una visión clara y verdadera de las cosas, que el dolor desaparezca de nosotros. Eso lo tenemos que tener muy claro: si hay dolor, la felicidad que es amor, no estará en nosotros. Podremos decir que estamos en el camino de la perfección, que estamos progresando, que con tal método dictado por cualquier gurú o cualquier líder gozamos de paz; pero si no hemos visto toda la estructura del dolor, seguiremos estando donde siempre hemos estado.
No hay salvador, no hay nadie ni nada que pueda llevarnos a la verdad. Cada uno de nosotros se ha de encarar directamente con cada uno de los obstáculos que nos impiden la visión clara, para que podamos penetrar en lo que es, en la realidad. Tenemos que deshacernos de todas las tonterías, de todos los miedos, de todos los anhelos, de todo lo que nos marea, para que seamos algo que no tiene ningún lazo con lo negativo y así ser una misma cosa con lo que observamos. Cuando el observador es lo observado, la confusión llega a su fin, ya no existe el ego, el ”yo”, el “mi” y el “tú”, sólo hay la inefabilidad de la unión. Llegar hasta aquí, es haber hecho de la vida un instrumento de búsqueda, de inquisición y de seriedad, ya que los retos así lo requieren.
Una mente romántica, una mente que siempre está mirando atrás, una mente que está estancada en sus problemas, no puede observar la belleza que está por doquier. El problema es del pasado, es el pasado que quiere permanecer ya que está muerto. Lo que ha sido está muerto, ya no es. Lo que es, es el presente activo, lo que nos limpia la existencia, la que nos proporciona la energía para poder vivir con cordura, con sensatez, con armonía y con paz. La paz es no tener nada que perturbe la observación del orden. El presente activo, lo que sucede de instante a instante, todo el imparable fluir de la vida, es el orden. Cuando nos inmiscuimos en ese proceso, que es la sucesión de las cosas, los cambios, los accidentes de cualquier índole, lo agradable y desagradable, es cuando alteramos el orden y llega la confusión.
Los hombres estamos limitados por demasiadas cosas, tanto físicas como psicológicas. El cuerpo, que le afecta principalmente lo físico, también se altera de los embates de noticias, de cambios, de situaciones inesperadas, ante demasiados problemas. El cuerpo es el vehículo de la vida y cuando ésta se altera también lo hace el cuerpo. Así que la vida, nuestro diario vivir, es la esencia de todo. El vivir es algo bello, pero se puede trocar en algo feo y monstruoso. El cuerpo es la consecuencia de infinidad de ayeres, los que conocemos y los que nunca hemos visto. Pero en el cuerpo está gran parte de nuestra existencia, él nos causa también dolor, molestias, que no son otra cosa que la acumulación de algo que no sabemos como ha llegado.
La soledad es útil cuando uno sabe como vivirla. La soledad es como el ayuno: purifica y debilita, deteriora y engrandece. Cuando uno se ve arrojado a la soledad, su vida tiene mucho de sagrado, de necesidad, de sentido de utilidad vital. Nosotros no queremos la soledad, nos espanta lo que vemos o podamos ver en los demás o en nosotros mismos; por eso, cuando no podemos eludirla es cuando más humildes y desamparados estamos. Ser vulnerable es una de las cosas necesarias para ser puro e inmaculado, ser nuevo y de primera mano, ser un ser humano completo.


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La paz


Creer que la paz va a llegar mencionándola y hablando de ella, es algo ridículo y falso. No debemos consentir que nuestras mentes sean fantasiosas, sean esnobs, sean infantiles y superficiales. Debemos investigar muy cuidadosa y detenidamente, como si fuéramos dos personas amigas que tienen todo el tiempo para poder mirar en cualquier dirección, ¿qué es eso que llamamos paz? Porque los hombres nos hemos acostumbrado a repetir palabras, a mencionarlas repetidamente, a jugar con ellas, sin saber cuál es la esencia de ellas, cuál el hermosos significado que encierran. Indudablemente cuando los hombres mencionamos tanto una palabra, es porque lo que representa es algo que nos perturba o queremos conseguir. La palabra paz, es algo que si somos honestos y sinceros no nos debe perturbar. Por tanto, si la mencionamos tanto tiempo y repetidamente, es porque no la tenemos, es porque la queremos conseguir.
El que queramos ser felices es algo positivo en principio, algo que nos diferencia de la vulgaridad. Ser feliz quiere decir llevar una vida de orden, y por tanto, de paz. La ausencia de conflictos, la ausencia de división, la ausencia de antagonismo, eso es la paz. Nosotros anhelamos la felicidad, pero somos desafortunados porque no sabemos llegar hasta ella; no tenemos la suficiente energía para deshacernos del fuerte condicionamiento que nos tiene atrapados, que nos tiene sumergidos en la agonía y la tristeza de la lucha. Se nos ha dicho que hemos de luchar, la sociedad quiere héroes; las religiones organizadas reclaman mártires y ensalzan el dolor como medio de purificación, por ello se dedican a reprimir y a transigir que se vulneren las leyes por las cuales se rige el universo.
Y por todo ello la paz no está en nosotros. No está en nosotros porque estamos medio dormidos, porque vivimos una vida de mediocridad, porque somos placenteros y hedonistas. ¿Qué es lo que está ocurriendo en todas partes? El cuerpo, su excesivo cuidado y su admiración sensual está obsesionando a las personas que viven en la zona del mundo donde viven en la opulencia y el despilfarro. La imitación y la adopción del sistema de vida de los que viven en la abundancia, a costa de los que viven en la precariedad, es la única salida que encuentra para salir de su desgraciada situación. No hemos resuelto ningún problema, solamente nos hemos limitado a imitar y a copiar el sistema de vivir de nuestros antiguos antepasados: ellos luchaban y obedecían a sus instintos.
Cuando lleguemos de verdad a sentir la ineludible necesidad de que nuestras existencias donde mejor se desarrollan es en un estado de paz, entonces ésta llegará. Entonces, los obstáculos no los veremos porque esa misma necesidad de felicidad y de gozo hará que desaparezcan. Los obstáculos estarán ahí, pero para nosotros ya no lo serán. Más aún serán un motivo, se convertirán en un medio para poder facilitarnos el que lleguemos a ella. No hemos de pretender saber si esa paz será duradera o si será definitiva, pues todo esto es producto del pensamiento que introduce el factor tiempo, en el: ¿qué sucederá después? No ven la ineludible necesidad de dejar de luchar, de echar las armas, de vaciarse de todo el odio que han acumulado durante tanto tiempo.
No hemos de ser pueriles pensando que la ausencia de confusión, la felicidad, o lo que se llama paz, es algo que se puede conseguir mediante alguna treta o artimaña de la mente; y que una vez conseguida, hemos de vivir despreocupados. Para que advenga eso que tanto anhelamos, eso que está más allá de toda descripción, es necesario que nuestro comportamiento tenga la sensibilidad suficiente para poder descartar todo lo negativo. Lo que hace que nuestras existencias sean algo desagradable, lo que hace que la brutalidad esté en todas partes, eso es negativo. Si de verdad quisiéramos la paz, no tendríamos ni un solo día de guerra. Es porque no hemos visto la urgente necesidad de la paz, por lo que nuestras vidas son un constante bregar, un constante fastidio, algo que nos pesa y no sabes que hacer con ello.
Si tuviéramos la suerte de ver en un instante todo el horror y toda la desgracia que desencadenan las guerras, no dudaríamos a la hora de cambiar todo nuestro condicionamiento que ensalza el esfuerzo y la contradicción. No podemos, si somos serios y sinceros hablar de paz si nosotros estamos provocando lo contrario; no podemos pedir paz, cuando entregamos a nuestro hijos a la guerra. Todo nuestro comportamiento está enfocado hacia la guerra: en el deporte, en la escuela, en los premios literarios, en la consecución de empleo, en el enfoque de la autoridad, en el ensalzar a los líderes, en la tendencia a contrastar, en la sublimación del mejor. ¿Qué puede salir de tanta confrontación? Lo más preocupante es que lo vemos tan natural, tan establecido, que no lo cuestionamos, que lo aceptamos y al final lo asumimos siendo engullidos.
Cada vez que aceptamos en nuestras vidas toda la trama que hace mover a los gobiernos soberanos, que hace mover a las religiones organizadas, que hace mover cualquier imperio por minúsculo que sea. Estamos siendo tolerantes con los fundamentos que provocan las guerras. Si queremos que en este encantador planeta, tan rico de vida por todas partes, no haya guerras lo único que hemos de hacer es que finalicen dentro de nosotros. Porque las guerras nacen en cada uno de nosotros, nacen y crecen muy dentro de uno; y si no lo resolvemos en ese estado incipiente se transforman en la monstruosidad de los conflictos armados. Cada hombre que odia a otro, es cómplice y por tanto está contribuyendo a que la guerra, que se está desarrollando en cualquier campo de batalla, prosiga. El odio que sentimos a alguien no es sólo a una persona, sino que es a la totalidad, ya que todos formamos parte de esa gran unidad que todo lo abarca.
La mente no conoce otro sistema para resolver los problemas y los retos que se presentan, que no sea el de agarrarse a lo viejo y conocido. Como el pasado está muerto, y no puede ser otra vez, todo este tremendo esfuerzo por querer ajustarse a lo que conoce, a lo que tiene la certidumbre, es el que promueve e inicia todo el desarrollo del conflicto entre lo que nos gustaría que fuera y la realidad, el conflicto entre lo que es y lo que debería ser. El pensamiento, y con él la mente, han de dejar de funcionar si queremos que nuestras existencias tengan esa cualidad tan misteriosa, tan digna y tan sagrada, que es ese estado donde los opuestos, las contradicciones y los conflictos no tienen cabida.


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La pobreza


Si observamos el mundo veremos que las personas que no tienen lo suficiente para vivir dignamente, están en todos los lugares. Tanto en los países desarrollados y ricos en todos los aspectos materiales, como en los países subdesarrollados y que viven en el más absoluto desorden, existe la pobreza. Es algo así como una especie de epidemia que los hombres no podemos eliminar; conocemos la vacuna -que es el respeto y la compasión por los demás-, pero ésta no hace ningún efecto a la hora de aplicarla. La pobreza es uno de los graves y persistentes problemas con que el hombre tiene que convivir. Uno cuando ve a un hombre altamente necesitado, que se encuentra al borde de caer en el abismo de la desesperación, lo primero que siente es una profunda e íntima vergüenza, seguida de afecto y compasión; aunque también siente la impotencia de poder solucionar los problemas definitivamente.
Muchos piensan que podemos hacer bien poco por los más desafortunados, que ellos están ya habituados a vivir de esa manera y que cuanto hagamos ellos lo van a estropear, desperdiciar, o hacer un mal uso. Esto es una opinión poco profunda y al mismo tiempo no exenta de frialdad y de crueldad. Porque lo primero que debe hacer alguien al que se le pide algo de una manera necesaria, es escuchar, es tender la mano y ver que se puede hacer. Cuando alguien da la espalda a alguien que está necesitado, está obstruyendo el proceso imparable de la vida. Porque, qué es la vida sino un dar y un recibir. Todos de una manera o de otra damos algo y todos también recibimos. El que quiere negar esto, es porque tiene la mente deteriorada por su miedo y su egoísmo.
El problema de la pobreza no es tan simple como en principio puede parecer, Muchos han intentado darle algunas soluciones: los que detentan el poder lo han hecho, las religiones organizadas también; algunos líderes y salvadores, algunos teóricos e idealistas, también se han atrevido. La pobreza sigue estando en cualquier lugar del mundo donde uno vaya. Algunos en su ansia porque desaparezca esa cosa tan horrible que es la falta de lo necesario, y también debido a la ignorancia, han desencadenado toda clase de acontecimientos violentos, divisiones que han desembocado en la locura de la guerra. Hoy en día todos los enfrentamientos en los países subdesarrollados tienen sus fundamentos en querer salir unos de la pobreza, mientras otros quieren impedírselo. Siempre ha sido así, porque para que haya ricos, bien situados, hombres con abundantes comodidades, ansiosos de toda clase de placeres, otros han de sufrir para que esto pueda ser.
Para la solución al problema que estamos investigando, al igual que todos los demás problemas que tenemos los hombres, está dentro de cada uno de nosotros. No hay problemas regionales, económicos, no hay problemas de ricos y miserables, no hay problemas del sur o del norte, el problema es el hombre individual, cada uno de nosotros. Todos los problemas son del hombre, él los hace, él los crea, él les da la solución -si es que es afortunado y puede-. Por tanto, este desagradable y feo asunto de la pobreza, con toda su belleza que también lleva consigo, es cosa de cada uno. El estruendo, todo el fárrago que hemos creado con nuestras necesidades caprichosas nos está aturdiendo de tal manera que nuestro discernimiento no puede operar. Tenemos la mente tan repleta de deseos, de necesidades superfluas y banales que nos parecemos a niños malcriados.
Estar contra la pobreza, y esa otra tortura que es no tener lo necesario, viviendo en la abundancia destruyendo comida, destruyendo zapatos y ropa, es afirmarla, es proseguir con ella. Poner al cuerpo, toda clase de adornos y objetos para llamar la atención, es seguir haciendo las cosas para que los hombres que sienten la vida como algo pavoroso sigan sintiéndolo. Dedicar al cuerpo toda clase de cuidados excesivos para evitar en envejecimiento necesario e ineludible, es también no hacer nada para que la pobreza desaparezca. Hemos de ir con mucho cuidado con lo que decimos al respecto de cualquier cosa, ya que luego sino somos consecuentes con ello dentro de nosotros habrá confusión, contradicción, habrá inestabilidad. Vivir anhelando lo que tienen los ricos, e imitar su forma de encarar sus vidas, es no hacer nada para que todos nos podamos ver más o menos iguales.
La pobreza es una manifestación del desorden en que vivimos, es el resultado de nuestra manera de vivir, es le resultado de la competitividad, de la manera errónea de encarar el problema de la relación, de la existencia. La sociedad en que estamos está basada en la obediencia y en la imitación, está basada en los valores que nos han abocado al estado actual en que vivimos. Nos guste o no, la solución de los problemas que a cada uno nos afectan está en cada uno de nosotros; no podemos seguir encarándolos de la misma manera que siempre lo hemos hecho. Encaramos la solución de los problemas de una manera incompleta, porque nosotros no llevamos una vida íntegra, total. Nuestras vidas son mezquinas, son torpes, son desequilibradas, son una manifestación de lo que es la sociedad en que estamos inmersos.
Y con esta situación, el sufrimiento y las miserias han de proseguir. Necesitamos ser libres para ayudar a los demás. Necesitamos para poder ser libres ver toda la estructura y la manera como operan nuestras mentes. Nuestras mentes son el resultado de nuestra educación, del ambiente familiar, de lo que quieren los políticos que pensemos, de las supersticiosas y divisivas teorías religiosas. Y todo esto nos hace fríos, nos divide, nos provoca actitudes crueles. Pero el mero hecho de describir algo, no quiere decir que sea lo descrito, que lo entendamos, que lo veamos en toda su totalidad. Hemos de indagar y llegar hasta la misma esencia del problema del desorden y para ello lo primero que hemos de hacer es darnos cuenta que el desorden somos nosotros; que todo lo que queramos que sea en lo externo, primero ha de nacer en lo interno de cada uno.
Nuestro enfoque en la vida es la búsqueda de seguridad, es la búsqueda de certidumbre. Para sentirnos seguros, necesitamos exacerbar nuestro egoísmo, necesitamos toda clase de objetos y cosas innecesarias; y esto es algo que no tiene fin, porque la seguridad psicológica no existe. La dependencia de algo nos puede dar la sensación de que estamos seguros, pero es en ese momento cuando más inseguros estamos. La máxima seguridad es el amor. Y en el amor todo fluye, no hay barreras, no hay dependencias, no hay esclavitud, no hay falta de seguridad, no hay indecisión, ni sentimientos de posesión. Sólo cuando hemos visto todo el funcionamiento de la mente, y su invento que es el “yo”, es cuando podemos dar solución a todos los problemas que nos rodean. Si tenemos la fortuna de llegar hasta la raíz, tal vez, sabremos como encarar cada uno de los retos que nos llegan.


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El matrimonio


Tal como se conoce hoy en día el matrimonio, es algo que poco sirve para que nazca una nueva manera de vivir, en la que la libertad sea algo que haga posible la feliz relación. El matrimonio es un contrato, un acuerdo, firmado en un papel; es algo que interesas a ambas partes. Ahora bien. Hace falta saber los motivos que han hecho posible esa unión. Si es el amor -como debería ser- entonces el primer paso es limpio. Pero, ¿por qué tenemos hijos? ¿Los tenemos para prolongar nuestra imagen, lo que somos y como somos, para darles nuestro apellido, o ser para un fin noble y virtuoso?
Antes que nada deberíamos saber qué es el amor, deberíamos de llegar muy en lo hondo de esa manejada palabra. Ciertamente el sexo no es amor; ni tampoco es obediencia por temor, ni es mentir, ni tampoco es aferrarse a alguien por santo y sabio que sea. Cuando alguien dice que ama a otro, debería de cuidarse de que fuera verdad. Porque debajo de eso que decimos amor, se esconden los deseos egoístas, posibilidad de realizar toda clase de frustraciones, posibilidad de encontrar refugio. De cualquier manera, el amor surge allá donde alguien tiende una mano a otro.
Donde comienza a verse que el matrimonio es algo muy difícil tal y como lo concebimos, es en la relación, en el vivir de cada día. Ya que somos el reflejo del mundo que hemos construido, todo él está dentro de la casa, del hogar. La relación no puede ser armoniosa si no dejamos de buscar el éxito, si no dejamos de devorarnos, si no sentimos la brutalidad que provocamos cuando nos lanzamos a buscar lo que necesitamos para poder subsistir. Para que hay entendimiento entre dos personas ambas deben de mirar en la misma dirección. Si ello no es así, las disputas corroerán todo lo que se plantee. Es inútil proseguir con las discusiones, cuando alguien está dominado por deseos contrarios a otro; proseguir con este sistema empeorará aún más la complicada relación si uno no cede y renuncia.
El problema del matrimonio se agrava aún más todavía cuando se tienen hijos, ya que estos van a ser influenciados por todo lo que ocurra a los padres. La solución más acertada cuando no hay posibilidad de entendimiento, es la separación de los padres, es el acabar y poner fin al ambiente de enfrentamiento, que envenena todo el ámbito del hogar. De esta manera uno ya no es responsable -como lo era antes- de tanta contradicción y conflicto, de tanto esfuerzo por intentar llevar al otro hacia “su verdad”, hacia lo que es “su realidad”; y por tanto, deja de influenciar negativamente a sus hijos.
La autoridad es negativa, es la base de la sociedad, por eso todo se está desmoronando, todo se está deteriorando. Tanto los políticos, como los que intentan dominar por medio de ideas, ya sean económicas o religiosas, se basan en la autoridad. El resultado son los estados con sus fronteras, con sus hombres armados que las defienden, con sus propagandas nacionalistas y religiosas. Mientras no haya auto-conocimiento, no viviremos íntegramente y por tanto estaremos faltos de sabiduría. Y es por eso, por lo que nos tienen que guiar los políticos, los dirigentes religiosos, o cualquier especialista.
Cuando no hay auto-comprensión, cuando uno no sabe quién es, proseguimos viviendo una existencia mecánica y con muy poco sentido. Hemos de conocernos y saber qué es lo que somos, de qué manera nos comportamos, hacia dónde nos dirigimos, qué lugar desempeñamos en la vida. Somos un manojo de recuerdos, somos lo que nos han inculcado en la escuela, en la familia; somos tantas cosas que nosotros, tal vez, no queremos que es preciso indagar e inquirir de qué estamos formados. La mente ha inventado el “yo”; y es el “yo” es el que domina nuestra existencia.
El “mi”, lo “mío”, es la consecuencia del “yo”, es lo que inventa para poder perpetuarse. Si decimos que esto es “mío”, nos estamos dividiendo de los demás , porque ellos también dicen lo mismo. Debemos de cambiar nuestra manera de enfocar el sentimiento de propiedad, ver que uno forma parte de algo que es una totalidad indivisible.
El problema de los hombres es que debemos vivenciar todo lo que se nos dice, todo lo que está fuertemente establecido. Si a alguien se le obliga a ser caritativo, esto no tiene ningún sentido y pronto desencadenará toda clase de conflictos. Puesto que, al no vivenciar todo lo que es la caridad, con su necesidad del que recibe, con su gozo de sentirse útil, con su matemática precisión de lo que es el dar, uno se encuentra dominado por su egoísmo. Mientras no descubramos y entendamos todos los procesos de la mente, todo lo que hagamos nos llevará al conflicto. La autoridad surge cuando no nos entendemos y por tanto no sabemos los procesos de la vida; cuando vemos todo el proceso de la dependencia, cuando vemos que la seguridad no existe, cuando vemos que todos formamos una misma cosa indivisible, la autoridad desaparece porque no tiene sentido que sea; esto es, uno no la provoca.
Sacrificar el presente por el futuro es lo que estamos haciendo con nuestra manera de enfocar los problemas. El futuro será lo que es el presente; si ahora somos violentos, lo que hagamos tendrá que ser brutal y causante de sufrimiento. La libertad está al principio no al fin; lo que queramos ser hemos de serlo ahora mismo, no luego o a la semana que viene. Este enfoque erróneo es el causante de todas las guerras, de todas las miserias y el hambre que hay por el mundo. Los idealistas, los teóricos, los salvadores y los dirigentes, planifican para el futuro, pero desatienden al presente. Ellos dicen: “Según estos planes, dentro de un mes, un año o en los próximos cinco, tendremos tales resultados”. Pero no se dan cuenta que el error está en el principio, puesto que los hombres al no conocerse íntegramente, ni conocer los motivos de tales medidas, tienen que actuar bajo presión, bajo la autoridad, de donde se desencadena toda la confusión y el caos en que vivimos. Además los dirigentes y los salvadores, tampoco conocen el proceso de cómo funciona la mente, ni intentan descubrirlo, ni ponerlo a la luz.
Hemos de intentar que nuestros hijos tengan una educación en la que los valores sean el conocimiento propio e íntegro, el conocimiento de lo que es la vida en su totalidad, de la relación que tenemos con la naturaleza y con esa totalidad de la que formamos parte. En las escuelas tradicionales, en las escuelas estatales, en las escuelas dirigidas por algún grupo religioso, tales valores no se los van a impartir. Hemos de buscar educadores auténticos, que quieran formar un nuevo tipo de escuela, que desarrolle la libertad desde el principio, que el maestro y el niño no sean dos cosas divididas; y que haga posible que la vida sea algo que no está determinado por el temor y el conflicto.


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El florecimiento de la verdad


El principio de todo conflicto surge, cuando alguien dice o cree algo en contraposición de lo que algún otro también dice o cree. Lo que dice A se enfrenta a lo que dice B y al revés: lo que dice B está enfrentado a lo que dice A; de tal forma que no puede haber consenso, unión, armonía. Éste es el asunto donde están atrapadas las mentes de los hombres, sin saber qué hacer; por ello, llega la reacción condicionada y repetitiva que la mayoría adopta sin darse apenas cuenta. Es en este preciso instante, en el que podemos hacer algo al respecto: si hay desacuerdo y desunión, si hay confrontación y división, y el resultado de ello, con sus disputas, sus malas ganas, su agresividad y su violencia pronto a manifestarse, es algo que no nos da gozo, que nos deja aún más sumidos en la división y en el sufrimiento. ¿Qué podemos hacer para que esto que nos llena la vida de desdicha, desaparezca en un instante? ¿Qué podemos hacer para que sintamos la vida como un fluir de gozo y felicidad?
Para que haya entendimiento entre dos personas, una de las dos ha de renunciar, ha de morir, ha de ceder -si es que están en desacuerdo, sino lo están no procede renunciar ni ceder-. ¿Cuál de las dos personas saldrá beneficiosa, si ambas se consideran en posesión de la verdad, al ceder y renunciar a sus intereses y su egoísmo? Si queremos construir algo correcto, los medios tendrán que ser también correctos. Ya que los medios correctos, proporcionan fines igualmente correctos. ¿Qué es lo correcto? Sin lugar a dudas, renunciar, desistir de los deseos egoístas; ver el “yo” y todo su funcionamiento que nos empuja a lo “mío”, a lo de “mi”. Cuando renunciamos hay una explosión imprevisible, algo que no estaba previsto, algo que el pensamiento no tenía acceso a ello; y es entonces cuando adviene lo nuevo. Es porque la mente no tenía noción, no conocía nada de lo que podía surgir al renunciar, por lo que se encuentra ante estas situaciones tan temerosa y asustada.
La mente siempre espera algún rasgo, algo en que identificarse, algo que le dé la certidumbre, para no enfrentarse a lo nuevo desnuda. Pero si queremos encararnos con la verdad y la realidad, ella ha de perecer, ha de desistir en sus inventos, en sus obstáculos, en sus cavilaciones. Es esta actitud, tan obstinada y desesperada a la vez, la que provoca toda la desdicha y el sufrimiento. Cuando llegamos hasta aquí, es necesario que descubramos la esencia de la mente, la manera cómo opera, de qué está compuesta, cómo ha surgido y desarrollado.
La mente es el resultado de la memoria, de los muchísimos ayeres, de los placeres y los dolores; es el resultado del tiempo como ayer, hoy y mañana; es el resultado de nuestras frustraciones y de los anhelos; es el resultado del miedo. La mente nace por la impresión, luego si es agradable la queremos retener y si es desagradable la queremos rechazar lo antes posible. La impresión produce el pensamiento que es el que coteja, contrasta, que es el que analiza sin fin; que es el que valora según su inventado criterio. Por eso, usa su invento que es el “yo” para llegar donde no debería, ya que para llegar tiene que inventar “su” realidad y “su” verdad, que no es otra cosa que la manera cotidiana con que convivimos.
Nosotros estamos dominados por el “yo”; y es este “yo” el que desencadena y el causante de todo el sufrimiento que hay en el mundo. El “yo” es el que ha hecho posible los nacionalismos, con “mi” país, “mi” nación; y todas las divisiones económicas y raciales. Y esto es lo que nos divide, nos enfrenta y nos pone disponibles para destrozarnos. Mientras no nos deshagamos de todo lo que nos divide como “mi” idea y “tu” idea, como “mi” sistema y “tu” sistema, seguiremos teniendo hombres violentos dispuestos a hacer lo que sea con tal de proseguir con nuestro egoísmo.
Por nuestro egoísmo hemos construido esta sociedad que es corrupta, que es inmoral, que es cruel; y con todo esto queremos tener paz y ser felices. Nos hemos industrializado, estamos destruyendo a su vez los ríos, los lagos, las playas y las montañas colindantes y todo ello a causa de nuestra avaricia y el poder; una gran guerra más devastadora que las anteriores que la precedieron está al llegar. La falta de compasión nos está enfriando el ya frío corazón. No podemos si queremos que la guerra no sea, dejar que todo siga de la misma manera de siempre. Es preciso que nos demos cuenta de la confusión que provocamos con nuestro sistema tan egoísta, tan divisivo y tan mezquino de comportarnos. No esperemos un milagro de fuera de nosotros, ya que según los medios obtendremos el fin; si los medios son adecuados, son limpios y pacíficos, el resultado será la convivencia en paz.
No podemos pedir que advenga, cuando nuestros medios para conseguirla son violentos, son crueles, son despiadados. Si vamos en busca del éxito, si nos identificamos con una idea o teoría y estamos dispuestos a defenderla, si nuestros actos son brutales, si vivimos una vida de avaricia, si el esfuerzo forma parte de todos los actos, ya nos parezcan nobles o rechazables, no tendremos paz ni felicidad. Cuando alguien dice que quiere la paz, no tiene que provocar lo contrario: la división, la violencia, la guerra. Hemos de pagar el precio por la paz, ya que ésta no puede llegar sin más; ésta no puede ser, si no le hemos hecho el adecuado lugar para poder ubicarla. Deshacerse de todo lo concerniente a la raza, de todo nacionalismo, de toda idea de “mi” país, deshacerse del clan familiar, deshacerse del ansia de seguridad en todos los niveles, tanto económico como psicológico; deshacerse de todas ideas supersticiosas y religiosas que tanto nos dividen. Este es el precio que hemos de pagar si es que queremos que nuestras vidas no tengan nada que ver con las matanzas de las guerras, con la cruel violencia individual o colectiva.
Nuestros hijos recibirán lo que nosotros les demos. Si la educación que les damos hace hincapié en la búsqueda del éxito, en el esfuerzo, en la imitación, si no les enseñamos a que sean creadores y no meras máquinas repetitivas, lo más probable es que sean destrozados tanto interna como externamente. La violencia cada día es más patente, los nacionalismos se renuevan haciéndose sentir, el actual sistema económico nos ha dividido entre los que tienen de sobra de todo y los que no tienen en cuanto apenas nada; las sensualidad con su búsqueda de continuidad, nos hace fríos e insensibles. Ante este desgraciado panorama, ¿qué es lo que puede suceder? Cuando sembramos la división y el odio, lo que florezca debe de ser más odio y más división, con todas sus desafortunadas consecuencias. Es de nosotros la opción: si queremos paz, hemos de hacer las cosas para que llegue lo antes posible. De lo contrario, si seguimos con las disputas, con nuestros egoísmos, con nuestras avaricias, seguiremos destruyéndonos unos a otros.












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