domingo, 9 de octubre de 2011

LA VIDA COTIDIANA -tercer libro-










                                                                 T o n i S e g a r r a

















                                                                         L A V I D A
                                                                   C O T I D I A N A

                                                                            -1991-




















                                                                          Indice


                  1. Engendrar seres humanos
                  2. Renunciar
                  3. La civilización
                  4. Sentimiento luctuoso
                  5. El conformismo
                  6. El respeto
                  7. Las influencias
                  8. La insensibilidad
                  9. La superstición
                  10. Las necesidades
                  11. La ignorancia
                  12. Ver es actuar
                  13. La tolerancia
                  14. Hombres a la deriva
                  15. La muerte
                  16. Las dificultades
                  17. Seriedad profundamente
                  18. El condicionamiento
                  19. La violencia
                  20. Lo falso
                  21. La verdadera caridad
                  22. El exceso de trabajo
                  23. La brutalidad



1


Engendrar seres humanos


La primavera estaba llegando; el día era luminoso. El sol calentaba y cuando había acción -idas y venidas- se sentía calor.
La madre era de mediana edad, tenía un aire juvenil y relajado. Cuando entró en el hospital, se le veía toda la preocupación de la mujer que sabe que va a dar a luz dentro de un corto tiempo. Las contracciones uterinas y la dilatación vaginal cada vez eran más dolorosas y continuadas. Una mujer joven, que atendió todo el parto, al meter un largo plástico por la vagina rompió algo y comenzó a expulsar un líquido amarillento. Los dolores y las contracciones se acentuaban. La madre rápidamente fue transportada a la mesa del paritorio. El lugar, como todo el hospital, transmitía un aire de seguridad, de precisión, en todo lo que hacía respecto a las instalaciones y dependencias. No así el personal que lo tenía a su cargo y lo dirigía: había frialdad en las miradas, tensión, indiferencias, huidas, discusiones a un nivel casi imperceptibles, y la desgana del que se siente obligado a hacer algo le guste o no.
Nada más fue instalada la madre adecuadamente, apareció la parte más alta de la cabeza, con el pelo mojado, del que pronto rompería en lloro y sería entregado a la vida. La madre sentía la desesperación y la impotencia ante tan importante y delicado momento. Una de las dos jóvenes mujeres, que ayudaban al alumbramiento, hizo un corte en la parte baja de la vagina, ya que el bebé no podía salir, y enseguida apareció la cara. Se le informo a la madre que no empujara, que esperara un poco, ya que el cordón umbilical lo llevaba enrollado por cuelo. Un corte del blanquecino cordón y como un milagro apareció una mujer de palmo y medio, que lloraba y al mismo tiempo parecía que reía.

Engendrar personas es algo difícil de ser controlado, en el sentido de ver la superpoblación y la complicada subsistencia en este monstruoso y despiadado mundo. Cuando se engendra un ser humano, si no es por accidente, hay infinitos motivos y justificaciones para hacer razonable tal actitud. El traer un nuevo ser humano al mundo es muy problemático y costoso, pero la vida tiene su movimiento imparable e indescifrable. O, tal vez, nuestra debilidad e ignorancia nos resta fuerza y energía para que podamos encarar la vida y vivirla de una manera en que veamos que cada acción es confusa u ordenada. Y de esa misma instantánea y profunda visión haya un actuar sin necesidad de represión, viendo la necesidad de la actuación ordenada, sin dudas ni resentimientos, sin amarguras. En el ver claramente hay acción total. Si uno ve claramente toda la desdicha de este enloquecido mundo, con sus ciudades abarrotadas, sus basuras, sus dificultades y miserias, si lo ve claramente y con toda la maravillosa profundidad, si ve que el traer otro ser humano es añadir más problemas, ¿cuál será nuestra acción?
Desde la más tierna edad se nos enseña a actuar imitativamente, se nos habla de libertad -en el sentido de opción-; aunque nos creemos originales en alguna cosa somos repetitivos y rutinarios, estamos adormecidos. Y toda esta errónea manera de educarnos, de enseñarnos a afrontar la vida, es donde radica y surgen todos nuestros males y desgracias. El sistema educativo en las escuelas, en la familia, en las universidades, está basado en la imitación, en la competitividad, en el esforzarse; en amoldarse a un patrón de comportamiento que nos hacen creer que es moral, que es el correcto y el más razonable. Toda la educación consiste en capacitar a las personas en materias y técnicas para que puedan proseguir y continuar con la misma intencionalidad egoísta en que está basado todo el sistema educativo.
La educación, la verdadera educación, debe poner al descubierto toda la vida, con sus injusticias, sus brutalidades, sus violencias. Debe capacitar a los hombres en lo necesario para poder afrontar su subsistencia. Para poder ocupar un lugar, obtener un empleo. La educación debe desvelar toda la trama y la mentira de lo que se considera moralidad, la moralidad de los líderes, de los políticos, de los religiosos. A las personas se las educa solamente en un fragmento, en un sector de la totalidad de la vida. Este pequeño trozo es en el que están todas las materias, la ciencias, las artes, para poder ser abogado, un hombre de negocios, arquitecto, dirigente. El resto, toda la totalidad, es la vida entera. Esa vida la tenemos que vivir sin la menor confusión posible, de lo contrario nuestra vida será lo que es ahora: disputas, ansiedades, carnicerías humanas, locuras destructivas. Ese fragmento, ese hacer hincapié relegando la totalidad, es el responsable del actual estado de cosas.
La escuela es el lugar donde uno va a aprender, a que le enseñen. La palabra enseñar quiere decir: “Mira esto, mira aquello”; también quiere decir, guiar, dirigir, orientar. Por desgracia en las escuelas se enseña bien poco de la vida, la verdadera vida tal y como es. No la vida con su miedo, con su ajuste, con su insensibilidad. Los niños y los jóvenes deben sentirse en la escuela como en su casa, deben tener libertad en las opiniones, deben poder expresar todo aquello que no ven claro. Los maestros que sólo enseñan técnicas y disciplinas, para poder tener un buen empleo, cargo, ganar mucho dinero, son maestros incompletos. El maestro debe enseñar todo el condicionamiento en que vivimos e intentar vivir libre de ese condicionamiento, para que los alumnos vean en sus propios ojos que se puede vivir de otra manera que no sea imitativa, repetitiva, rutinaria. Para que florezca en la tierna mente ese algo tan necesario como es el estar libre del egoísmo. La responsabilidad del maestro es máxima cuando el niño llega a la escuela con su personalidad y su mente fuertemente influenciadas por su ámbito familiar, que es de donde le surge toda la base psicológica.
Los padres, tan atareados por conseguir el dinero necesario para seguir adelante, no se dan cuenta que ellos son los directos responsables de todo cuanto acontece a su alrededor. Ellos han heredado el actual mundo de sus padres y antepasados, y como no fueron capaces de ver toda la monstruosidad y falsedad en que se asentaban sus vidas, ahora son incapaces de saber qué hacer ante la gran responsabilidad que es tener y educar hijos. Ven la desintegración de la sociedad, los jóvenes con su indolencia y rebeldía, las drogas, las dificultades económicas, los grandes y acelerados cambios tecnológicos, lo poca cosa que son ante la brutalidad de los estados. Y ante todo esto envían a sus hijos a la escuela como el mejor y único remedio, donde allí resolverán los problemas que tanto les perturban.
Esto es el gran problema y la máxima confusión: creer que cambiando lo externo vendrá un cambio interno. Cambiar el sistema, los dirigentes, cambiar las estructuras, y pensar que todo esto traerá orden, sin hacer uno un cambio radical en que el viejo patrón egoísta de conducta, de brutalidad, de mentiras, llegue a su fin. Sin este desprenderse de lo viejo, de la inmoralidad de nuestras vidas, todo cambio no es nada más que un reajuste al viejo patrón,
Los padres tiemblan ante el comportamiento de los jóvenes hijos, no saben qué hacer. Quieren que sus hijos sean respetuosos con algo que les maltrata, los engaña, los dirige a su conveniencia. Y ante ello no ven otra solución que hacer lo mismo que hicieron con ellos: reformar las apariencias externas, dejando su real y verdadero comportamiento igual que antes. Esto se puede apreciar más claramente en Rusia y China: ha habido un cambio pero el patrón egoísta, inflexible y autoritario es el mismo.
La gran responsabilidad del que engendra un hijo es hacer que no herede este mundo de caos, de odios, de mentiras, de angustias y sufrimientos. Y de la única manera que puede evitarlo es arrancando de sí toda la vieja manera de vivir, para que pueda sentirse limpio y sosegado y poder vivir una vida de bondad, sinceridad y amor.

La primavera había llegado. Hacía viento del oeste, limpio, seco y caliente. El mar se veía muy visible, a pesar de la distancia. La larga y alta montaña, toda pelada y accidentada -sólo se le podía apreciar un árbol allá en lo alto- era serena y hermosa. Las golondrinas y los gorriones iban de un lado a otro sin apenas parar. Un palomo muy alto, solitario y veloz, pasó hacia algún lugar por encima de las casas.


2


Renunciar


El edificio era frío y vulgar, con una fachada lisa llena de altas y estrechas ventanas rectangulares. Se encontraba solitario. Un hombre bien vestido, que fumaba con pipa y llevaba una cartera colgada del hombro, esperaba en un rellano de la entrada pacientemente. El hombre indicó que estaba esperando un largo tiempo, ya que en la sala donde tenía que hacer el trámite no había nadie. Pasados unos minutos aparecieron dos mujeres de la calle e informaron que aún tardaría otro largo tiempo para que pudieran atendernos. Sorprendidos nos dispusimos a sentarnos en unas sillas dentro de la sala. Llegó otra mujer bien vestida y dispuesta, e informó que tendríamos que esperar hasta que venga el encargado del departamento, ya que había salido a la oficina de correos y estando otros empleados disfrutando de un pequeño permiso no había más remedio que esperar. Al cabo de un tiempo decidimos dirigirnos al responsable del lugar. Y pedimos nos informaran dónde se encontraba. Antes que nada intentaron persuadirnos de no hablar directamente con él. Al final de una corta espera apareció una joven, alta y morena mujer, que desempeñaba las funciones de juez y amable y cortésmente fuimos hasta su despacho. Mientras oía el relato de lo que estaba sucediendo, su mirada se llenó de compasión y padecimiento. Ella con un tono amigable, respetuoso y comprensivo, informó de lo que ya se había dicho anteriormente con respecto a la falta de personal. Que estaban cansados de hacer reuniones y solicitar soluciones a la superioridad. Con un tono de desánimo, de cansancio y desaliento, vino a decir que las cosas iban así y que ella misma estaba harta de todo ello. Al final se le sugirió que renunciara a su cargo, ya que las soluciones parecían imposibles de resolverse.

Cada persona cuando tiene un conflicto intenta culpar a algo o a alguien de ser el provocador del desorden. Siempre miramos hacia fuera. Nos falta profundidad, nos falta conocernos muy en lo hondo, nos falta sensibilidad. Cada uno de nosotros siempre está enfrentándose, resistiendo, con el vecino, la esposa, el compañero, el pariente, sintiendo que ellos son los responsables de nuestras perturbaciones. Estamos tan acostumbrados a esforzarnos, a competir, a resistir, que hasta la naturaleza nos es una molestia, un estorbo. Las moscas, el calor, el frío, las piedras del camino, las hierbas salidas accidentalmente en algún lugar que parecen indignas, todo se nos ha convertido en obstáculos que nos enervan y nos hacen seguir con esta lucha estúpida y destructiva que es nuestra vida. Cada uno de nosotros tiene que ver quién es. No la imagen que tienen los otros. O la imagen que uno se ha construido a lo largo del tiempo. Ver realmente quién soy. Ver si soy capaz de ver, de descubrir mis más recónditos secretos de la mente. Y viendo quién soy en realidad, ver de qué soy capaz y de que no lo soy. La antigua máxima conócete a ti mismo, es en realidad una de las llaves para poder acceder a la comprensión de cuanto nos rodea.
Lo más cómodo es culpar al gobierno, a la administración, a la burocracia, a las malas escuelas con su negativa educación, de todos nuestros males. Pensando que los políticos nos tienen que resolver los problemas. No esperemos que lo hagan, pues no lo harán. Si queremos que todo cambie debemos empezar por nosotros. Si vemos que la manera de educar a los niños es absurda y falsa, no esperemos que el gobierno haga algo al respecto. Actuemos preocupándonos de ver la manera de construir escuelas que impartan una educación limpia, sincera y con gran sensibilidad. Si vemos que el mundo es inmoral y deshonesto, es violento y destructivo, no esperemos a alguien que nos diga lo que tenemos que hacer. Investiguemos profundamente cuáles son las causas de esta locura -que parece no ser tal- en aque vivimos. No espere que se lo diga la autoridad del especialista, del religioso, del líder, del salvador, del político, porque ellos están igual de confundidos que usted y su respuesta tendrá que ser también confusa.
Intente profundizar un poco y se dará cuenta de que su vida es egoísta, que su relación es fragmentada, que está identificado con alguna opinión que le arrastra fuertemente. Y ante todo esto espera que en su vida haya orden. Mientras haya división habrá conflicto. Conflicto del “mi” contra el “tú”, del “nosotros” contra “ellos”; conflicto de lo interno contra lo externo. Mientras lo externo se imponga a lo interno, o lo interno a lo externo, no habrá orden sino tirantez, desdicha y guerra. Todas las guerras terminan y empiezan en uno. Si uno tiene la gran y suficiente energía para ver con profunda atención lo que sucede, en el momento en que surja el conflicto lo descarta naturalmente sin ningún esfuerzo. ¿Cómo tendrá esa gran atención, que es la energía necesaria para poder afrontar cada reto ordenadamente? Porque sin esa profunda atención la energía no fluye en su totalidad y entonces hay división, con toda su desgraciada acción. Hay muchos métodos y teorías que son usados tanto en India, como en todo el resto del mundo, para provocar esa grandiosa y profunda atención. Los hindúes piensan que practicando ciertos ejercicios, posturas físicas -que es una parte de lo que se llama yoga- y repitiendo ciertos sonidos bucales, obtendrán esa imperceptible y maravillosa atención. Todas las religiones tienen su sistema de aquietar la mente. Pero no se dan cuenta que el ajustarse a un método o sistema, el adherirse a una secta o a una congregación, divide y fragmenta a los hombres.
Donde hay división aparece el desorden y la confusión. Si hay desorden y confusión no puede haber paz y sosiego para poder observar lo que es, con esa atención que se consigue sin esfuerzo que hace desaparecer lo interno y lo externo, lo “mío” y lo “tuyo”, el “nosotros” y el “ellos”.
Viendo que todos los métodos y sistemas al alcance de uno -incluyendo las drogas y los modernos tratamientos psicológicos y deportivos- para aquietar la mente y sentir la paz necesaria para que advenga esa profunda e instantánea atención, no hacen otra cosa que hacernos dependiente de ellos, restándonos así divididos, viendo en los demás a alguien diferente de uno mismo. ¿Qué haremos? ¿Cómo llegaremos a esa profunda atención, donde todo es orden y amor? ¿Qué hará viendo las noticias de las personas que no tienen nada, ni siquiera hogar para dormir? ¿Qué hará viendo en los noticiarios de TV y en los diarios, la violencia creciente y las guerras permanentes e inacabables? ¿Qué haremos ante el desorden que tenemos dentro de nosotros; ante la insensibilidad fría y cruel, que incluso está bien mirada? Todas las cosas están relacionadas entre sí y uno no puede pretender olvidarse de lo que sucede fuera de nosotros, lejos de uno. Es porque vivimos en un fragmento de la totalidad, por lo que tenemos este comportamiento tan egoísta e inhumano. Es como si cuidásemos un trozo de nuestro cuerpo -un pie, un brazo, la cara- y todo lo demás, el resto del cuerpo, lo olvidásemos sin prestar la más mínima atención y cuidado.
La vida es una totalidad: con toda la naturaleza, con todos los hombres. Y todo lo que hagamos va a influir en nosotros y en los demás, aunque un o no lo pueda ver y apreciar si no está sumamente despierto y alerta a todo lo que ocurre.
Para que pueda haber esa inmensidad de energía en uno, es necesario ver la necesidad de un cambio radical, que nos demos cuenta de que nuestra manera cotidiana de vivir es la causante de conflictos, de angustias, de odios. Este cambio radical no quiere decir que uno va hacer disparates como raparse la cabeza, o dejarse el pelo largo, o enfrentarse violentamente con todo el mundo. Esta revolución tiene que ser psicológica, interna, para que lo interno se manifieste en lo externo. De ello sale una pasión por toda la vida, una gran fuerza y energía, que le da a uno esa atención necesaria para ver lo falso en lo falso y lo verdadero en lo verdadero.
Ver lo falso y descartarlo es vivir ordenadamente. Eso quiere decir que uno tienen que tener una mente muy ágil, muy despierta. Que la manera de enfocar los problemas tiene que ser con una mente siempre nueva y fresca, sin que el pasado tenga cabida. Porque si somos reflexivos y profundos nos daremos cuenta de que somos el pasado que se manifiesta en el presente. Cada problema y circunstancia nunca se repite, lo que quiere decir que la experiencia de algo pasado no sirve para aplicarla en el presente. Somos la experiencia de muchos miles de años, somos nuestros recuerdos, nuestra cultura, somos nuestros antepasados. Y todo ese pasado se antepone distorsionando y deformando el presente. Es por eso que nuestras soluciones a los problemas nunca son correctas.
Morir al pasado es necesario para que florezca una nueva manera de vivir. Morir al pasado quiere decir: morir a mi familia, a mi país, morir a la falsa moralidad, morir a toda clase de autoridad, morir al egoísmo que todo lo atropella. Sin este morir a todo lo fuertemente condicionado de nuestro pensamiento, la vida seguirá siendo lo que es en la actualidad: un mar de división y conflicto, con su sufrimiento y su angustia diaria.

Los almendros llenos de vida tenían sus tiernos frutos pequeños y delicados, llenos de fragilidad ante todos los peligros. Los naranjos despedían el dulce olor a azahar en que estaban envueltos. A los viñedos empezaban a salirles los tiernos brotes para empezar su ciclo anual, Las montañas vivas y salvajes en las alturas, transmitían toda su encantadora y fascinante belleza. Los hombres se encontraban alegres y activos ante la llegada de la explosiva primavera.


3


La civilización


Habíamos terminado de comer y limpiar los platos. La televisión iba a informar de las noticias del día. Una de ellas había ocurrido en Europa. Estaba pasado un entierro de unos presuntos activistas, cuando de pronto fueron reconocidos, dos miembros del ejército que iban vestidos de civil y conducían un coche. Al verse reconocidos lanzaron el coche contra las personas del cortejo fúnebre, sin poderlo atravesar. Seguidamente pusieron marcha atrás para emprender la huida, cuando de pronto fueron rodeados por un gran número de personas que intentaban abrir el coche y romper los cristales. Las personas del coche sacaron las armas y las personas que los rodeaban huyeron rápidamente. Finalmente, en una de las varias huidas e intentos de abrir el coche, un hombre rompió un cristal con el brazo, y otro se subió arriba con un hierro y rompió el cristal delantero. Los dos hombres que se encontraban en el coche fueron hallados muertos en un descampado.

Los hombres, sobre todo los occidentales están muy satisfechos y se consideran altamente civilizados y desarrollados por los inventos y adelantos tecnológicos que han logrado. La ciencia y los estados son los remedios que creen va a solucionar todos los graves problemas que nos rodean. Si miramos a nuestro pequeño mundo veremos que hay incertidumbre económica, que hay miedo, que hay derroche e insensibilidad, que hay la brutalidad en la relación de unos con otros. Si miramos el resto del mundo veremos la gran locura de la violencia sin fin, las costosas y sangrientas guerras, las mentiras y falsedades, la autoridad imponiéndose en todas partes. Y los hombres lo olvidamos, como si no pasara nada, y nos dedicamos a las distracciones deportivas, intelectuales, o al ocio, creyendo que la ciencia y los encargados de dirigir los estados nos van a traer el bienestar y las soluciones.
Los científicos y con ellos todos nosotros hemos descuidado una parte del hombre: su espíritu, su alma, su mente, o como se lo quiera llamar. Y este descuido es lo que nos hace comportarnos como animales, que vamos bien vestidos y que tenemos desarrolladas ciertas capacidades manuales e intelectuales. Pero en nuestras relaciones, nuestras acciones diarias, somos brutales y egoístas. Lo que nos enseñan desde la niñez es competir, buscar la seguridad, esforzarse, y todo esto trae la tremenda agonía de los hombres. De toda esta manera de educarnos han salido las fronteras, los clanes, los grupos violentos, los estados con sus gobiernos, la familia, la raza, las culturas dominantes y aplastantes, las religiones organizadas.
¿Sabe lo que quiere decir cooperar? Cooperar quiere decir ayudar, entregarse a otros para lograr un fin. La ciencia es útil y práctica: debemos saber hacer la comida, hacer puentes, curar enfermedades, plantar y cosechar cereales, fabricar y arreglar un avión, pero sin esa base de la cooperación toda la ciencia y la técnica nos domina y destruye. Cuando alguien, en su casa o en lugar de trabajo, le pide un favor, una pretensión, ¿cómo responde? Si usted se encuentra en su casa y tiene ganas de pasear, y llega el vecino y le dice que por favor le ayude a hacer la comida, ya que su mujer está enferma en la cama. ¿Qué hará? Lo más normal es que piense que le han fastidiado el paseo y se resista a hacer el favor; y por otro lado piensa que si no le ayuda no estará en paz consigo mismo y no podrá disfrutar del paseo. Si hace el favor aplastando su deseo, esto provocará confusión y conflicto en usted y el vecino. Si va a pasear, pensará en la petición de su vecino y se sentirá fragmentado en su interior. Entonces, ¿qué hará para que la acción no deje residuos, ni provoque confusión? Si usted se encuentra agotado y necesita pasear para aliviar su pesadez, debe hacerlo con todo su corazón y esta acción no tendrá ningún residuo. Si ve la necesidad, dentro de lo más hondo de su ser, de prestar la ayuda a su vecino y lo hace, no sentirá ningún sentimiento de desilusión o frustración por su paseo. Lo importante es ver la necesidad instantáneamente, sin que medie el pensamiento. Es como si viese un precipicio delante de usted, esa visión, esa gran cualidad del ver el precipicio, le hace actuar sin que medie el intelecto,
Las personas, con nuestra frialdad, hemos creado un muro alrededor nuestro y este muro nos debilita y nos turba cada vez más. La técnica, la ciencia, los estados, la industrialización, han hecho de la mente del hombre algo tan frío e insípido como el metal. En nombre de la ciencia se ensaya con animales y personas nuevos productos químicos, manipulando los órganos y los cuerpos; se destruye toda clase de vida. Por medio de la seguridad de los estados nos destruimos y nos matamos unos a otros, como si los estados fueran piezas de museo a las que hay que custodiar y salvaguardar. En todo ello está involucrado el medio y la obediencia. Somos tan poco originales, tan de segunda mano, que nos tienen que guiar y dirigir. Por medio de la obediencia ha habido catastróficas y sanguinarias confrontaciones entre hombres, que sin ser empujados no habrían tenido el respaldo y la posibilidad. Obedecer sin más es tan degradante como si se rebajase la categoría del hombre a la de un animal. Cuanto más de segunda mano somos, cuanto más nos dejamos dirigir, más conflicto estamos sembrando en nosotros y en el que nos guía. Puede ver toda la belleza que es el darse cuenta de que puede vivir sin obedecer ninguna orden estúpida, irracional y malvada.
¿Puede sentir dentro de usted qué es inmanejable? Que no se amolda. Que las circunstancias no hacen mella en usted. Que ve lo falso y lo descarta sin ningún problema, sin ningún conflicto. Porque si al descartar lo falso surge el conflicto, es porque no lo hemos descartado del todo. Descartar quiere decir terminar con algo definitivamente. Y he visto, con todo mi corazón y con todo mi ser, el peligro de usar armas. He visto que las armas destruyen animales y personas, y que me pueden destruir a mí mismo. Entonces no las uso, no las empuño. Puede que en ello me juegue la vida. Pero no importa. He visto en lo más hondo de mi ser lo que son las armas y he terminado con ellas para siempre. Un hombre honesto, es un hombre sin miedo; él no tiene nada que temer, porque es incapaz de hacer daño a nadie. El miedo, el daño, la confusión van juntos. Sin miedo, la obediencia ha terminado. Ya no hay autoridad, ni guías, ni gurús, ni salvadores. Sólo estoy en relación directa con toda la naturaleza y todos los seres.
Ahora bien, ¿cómo reaccionaré ante un reto de mi mente, un impulso de mi ser? ¿Cómo sabré si es correcto o si es incorrecto? Donde hay esfuerzo no hay atención. Donde hay esfuerzo no hay sensibilidad. En el ver mismo dónde está el esfuerzo es sensibilidad. Y esta sensibilidad lleva a la sabiduría que todo lo penetra y todo lo resuelve. Pensar algo y decir y hacer lo contrario, es no tener sensibilidad. Para ser un hombre serio y sensible hay que ver la realidad tal como es. No como nos gustaría que fuese. La realidad no me gusta e invento algo que bloquee o sustituya esa realidad. En ello hay disipación de energía y desorden. Para tener esa cualidad de percepción instantánea, uno tiene que morir a todo. Morir a mis grandes deseos absurdos y tontos. Y morir también a los pequeños e insignificantes. La vida y la muerte es algo que está fuertemente unido e inseparable. Sin comprender lo que es morir, la totalidad de la belleza de la vida no puede llegar. Sin la muerte no hay vida. Esto lo podemos ver muy dentro de nosotros: si no muero a una vieja costumbre, que llevo repitiendo durante muchos años a pesar de saber que es desordenada e incorrecta, no puedo ver la maravillosa cosa que puede suceder tras ese vacío que sucede cuando nos desprendemos de algo. Más claramente sucede con lo físico: la semilla muere y se multiplica. Los hombres tenemos que morir para que la vida se renueve en otros seres humanos. Es algo terriblemente duro, pero maravilloso y necesario.
Se nos educa y enseña desde la infancia para conducir aviones, para realizar operaciones complicadas, para construir un puente o una gran presa, para hacer encantadores muebles y toda clase de artículos necesarios para vivir. Y sin embargo, en algo tan importante y transcendental como es la comprensión de la totalidad de la vida, en eso estamos completamente descuidados, desinformados, inmaduros. La vida de los hombres es tan vulgar, superficial y tan poco reflexiva, que malgastamos nuestro tiempo y energía en la búsqueda de seguridad y placeres. Qué pocas veces nos ponemos frente a frente ante una cuestión que nos da miedo y pavor. Y es por eso que siempre estamos reformando el presente con lo que sabemos del pasado, sin llegar nunca a lo nuevo y no pensado.

El viento venía fuerte cruzando todo el valle, era fresco y algo molesto por su ímpetu. El verdor de los naranjos y los pinos se acentuaba. Las personas y los animales se cobijaban.


4


Sentimiento luctuoso


No era un pueblo grande, pero tampoco era pequeño. Estaba situado al comienzo del valle que llegaba hasta el mar. Algunas casas -las más humildes- llegaban hasta la empinada montaña, que al no poder subir a ella se desparramaban a lo largo de su falda. Al norte donde terminaba el valle, con sus pueblecitos rodeados de almendros, naranjos, algarrobos y viñedos, se alzaba una larga montaña larga, formando una pared que dividía todo el lugar en dos valles. Al sureste junto al mar se alzaba una enorme roca de varios kilómetros de largo, rojiza y gris y despoblada en lo alto. Las personas eran muy laboriosas y en épocas de carestía muchos habían emigrado a América. En muchas casas hacían trabajos para fabricas de bolsos y sombreros con materiales del campo, que las mujeres entre los menesteres domésticos hacían. En la actualidad los pobladores vivían una situación económica bastante desahogada y tranquila. El floreciente turismo de la costa, que llegaba hasta sus alrededores, le brindaba una salida a sus productos y a la mano de obra,
Tenía un ermita fuera ya de las casas subiendo a la montaña, limpia y aseada, con un camino bordeado de cipreses altos y elegantes. Estaba destinada a guardar la imagen de un santo y sólo la abrían una vez al año.
En el centro del pueblo, en una plaza rectangular, se alzaba la única iglesia. La fachada era de grandes piedras rectangulares, una encima de otras que daban soporte a un campanario cuadrangular no muy alto. Era sobria y se notaban los muchos años que tenía. En todo lo alto, arriba de las campanas, tenía unos altavoces grises donde anunciaban las noticias parroquiales. Una de ellas era informar de los fallecimientos ocurridos. Cada vez que fallecía un vecino, una voz seca y fría lanzaba a los aires la luctuosa noticia provocando un silencio expectante. Cierta vez se le sugirió al cura que también podrían noticiarse los nacimientos.

Entender la vida es entender la muerte. Es porque no la entendemos, porque le damos tanta importancia a la muerte. La vida, esa cosa tan rara y maravillosa, tan fascinante y embriagadora, no puede ser si no hay muerte. Si tuviéramos toda la energía puesta en los problemas, en la relación con las personas, en la relación con los árboles, los animales, en cada cosa que vemos por donde vamos y transcurrimos, veríamos la belleza de la muerte. Nuestra vida no es así. Cada uno de nosotros vive con su mundo aparte. Tal vez somos simpáticos y educados, pero sin dejar ese muro que nos aparta del otro, del vecino, del hombre que pasa por la calle. Estamos acostumbrados a mirar las cosas desde un centro. Ese centro es mi familia, mi país, mi idea, mis prejuicios. Ese centro nos destruye y es lo que está destruyendo al antiquísimo y hermoso planeta en que vivimos. El progreso tecnológico, es uno de los centros desde donde actuamos. Cada avance significa destrucción y más destrucción. Las autopistas, los innumerables coches y máquinas que circulan por tierra, todo es destructivo. Como el centro, la idea, mi miedo, la necesidad de seguridad, nos desbordan nos lanzamos sin prestar atención a lo que destruimos, a lo que nos impide conseguir eso que creemos urgente e importantísimamente necesario.
Y si no lo conseguimos nos airamos y nos odiamos. Mientras odiamos estamos perdiendo la gran oportunidad de gozar de la gran maravilla de ver las nubes, los árboles, las montañas; del ver todo lo complicada y a la vez sencilla vida dependiente una de otra. Cuanto más destruimos, nuestra verdadera seguridad más en peligro está. La verdadera lucidez y cordura está en ver lo que destruimos en cada paso e intentar transformar el comportamiento para que sea lo menos destructivo posible. Esto quiere decir que tenemos que morir al egoísta deseo de placer, y sabiendo que lleva tras de él -dolor, división y miserias-, antes que nos enrede lo descarto en el mismo instante en que surge. Ahora bien, cómo sabré si es o no placer. El placer lleva implícita una pérdida de energía. Donde no hay placer existe todo lo maravilloso de la necesidad. Cuando hacemos algo por necesidad, todas las puertas se abren. De ahí que la austeridad, para un hombre serio se algo tan importante y necesario. En esto no hay represión, ya que la represión es brutalidad e insensibilidad. En la represión no hay esa atención profunda para ver lo falso y lo verdadero allá donde estén La represión y el placer son una misma cosa: falta de lucidez, falta de cordura, falta de bondad y falta de amor.
Todo lo relacionado con la muerte nos espanta, pero cada día nos destruimos y nos matamos. Siempre estamos sembrando la muerte allá donde vamos: con las divisiones nacionales e ideológicas, con las deshonestas actitudes frente a los que sufren y padecen toda clase de brutalidades. Da pavor informarse de lo ocurre en el mundo: cada día se recrudecen las matanzas de hombres; cada día se mueren de hambre tiernos, delicados e inofensivos niños; cada día los poderosos se obstinan en su poder, despreciando los más débiles y necesitados. Y todo ello, queramos o no, trae conflicto y muerte. Esa misma muerte -que la vemos lejana-, es igual que la muerte cercana que nos altera y perturba socavando todo nuestro ser. Nos zozobra la muerte, y la queremos lo más lejos posible, pero no dudamos en tolerar y hacer actos que van directamente a provocar la muerte. Todos hablamos de paz: desde los políticos, los religiosos, los salvadores, los maestro y los gurús, las personas por la calle, pero la paz se queda en una palabra fría e insignificante. La paz es vida, lo contrario -la división, la corrupción en todos los niveles, la desesperación para poder subsistir- es la gélida, estúpida y absurda muerte.
Si sintiéramos la muerte lejana, de un hombre que cae y se le siega su vida en un campo de batalla, igual que si fuera la muerte de un hermano, de un hijo, un padre, un compañero, tal vez la muerte anónima y repetitiva, nos sería tan repugnante, porque tendríamos la suficiente energía para poder ver lo erróneo de nuestra manera de vivir. Si sintiéramos todo el horror, que es el que mueran miles y miles de personas de hambre en grandes zonas de este bonito planeta, si sintiéramos todo este grandioso e inmenso dolor de esos hombres, tal vez cambiaríamos instantáneamente nuestras estúpida y desafortunada manera de vivir y enfocar las cosas. Lo más desgraciado, para la mayoría de los hombres, es necesitar un gran reto que conmueva todo su ser, para poder vislumbrar ese algo hermoso y verdadero que llevamos dentro.
Alguien puede decir: qué él solo poca cosa puede hacer. Entonces uno se pregunta: si tenemos un poco de agua y se acerca un hombre sediento ¿por qué no hemos de dar esa poca agua que tenemos? ¿Por qué la malgastamos, o la dejamos que se deteriore? Aun sin tener nada material que ofrecer, a los millones y millones de seres humanos que sufren la falta de alimento y de todo lo necesario para que la vida no sea un martirio y un terror ante todo, debemos sentirnos muy cerca de ellos y sentirlos muy dentro de nuestro corazón. La única utilidad de la vida, es ver la manera de hacer que desaparezca el dolor en nosotros y en los demás. Sino la vida es una locura sin fin, donde todo tiene un precio y donde todo es mirado bajo la búsqueda del placer y de la falsa seguridad. Cuando llore por alguien que se ha muerto, llore por usted. No diga debería haberlo tratado mejor, debería haberle ayudado en sus problemas. Llore por usted, porque usted es el que aún vive y ve lo desafortunado que es su comportamiento. Vea que la muerte es el fin. Que todo termina ahí.
Como somos tan ignorantes y miedosos, nos inventamos el más allá, algo que nos dé otra oportunidad para purgarnos y redimirnos; nos inventamos la reencarnación, que consiste en volver a nacer en otro ser humano o animal para poder perfeccionar nuestra conducta. Y sin embargo el presente, lo que acontece ahora mismo, lo dejamos y lo vemos como si fuera algo que nada tiene que ver con nosotros. Estamos tan adormecidos, tenemos la percepción tan distorsionada, somos tan placenteros y burgueses, que sólo vemos nuestro insignificante mundo. Nuestra vida es búsqueda egoísta. Y mientras esta insensata búsqueda egoísta no toque a su fin, nuestra ignorancia y nuestra desdicha seguirán haciendo de nosotros unos hombres que vivimos, un largo o corto tiempo, arrastrando la agonía, la desesperación, el tedio.
Que importancia tiene vivir noventa o cien años, si nuestra vida es tormentosa para mí y para los que viven a mi alrededor. La vida de los hombres cada vez es más prolongada, pero el sufrimiento y la confusión en que vivimos también va en aumento y no parece encontrarse el remedio para tan desgraciada situación. Aunque la solución a los problemas que nos estremecen parece imposible, sólo un cambio radical de nuestra manera de vivir, una revolución psicológica, podrá hacernos sentir esa infinita dicha y belleza que todo lo abarca.

El día había traído algunas nubes, que poco a poco cubrieron todo el cielo, dejando caer abundante lluvia. Empezó suave parando; y volviendo a limpiar toda la tierra. En algunos momentos el agua caía con gran intensidad e iba acompañadas de truenos algo lejanos. Todo había quedado limpio y silencioso. Los gorriones, con el mal tiempo, se habían hecho más familiares. Las golondrinas se veían escasas, lejanas y desconocidas. La montaña silenciosa y cortante relucía el suave tenue verde de sus escasos matorrales, que con la abundante lluvia se vitalizaban. Varias veces el arco-iris apareció flojo y débil. Y el sol iluminaba grandes zonas oscurecidas por las nubes.
Era la fiesta de pascua florida y los niños se divertían y excitaban prendiendo fuego a los cohetes, que explotaban durante casi todo el día. Los mayores también los hacían explotar, pero eran más grandes y estruendosos. Las personas se encontraban alteradas con las fiestas: había que comprar ropa para la ocasión y comida, y prepararse para desplazarse a algún lugar. Por las calles, silenciosas y solitarias en la madrugada, quedaban botellas de bebidas alcohólicas y vasos rotos. Toda la larga noche grupos de jóvenes, o solitarios, cantaban y voceaban como si el día y la noche hubieran cambiado su exacto venir. Ellos durante la noche vivían todo lo que podían y durante la mayor parte del día dormían y descansaban.


5


El conformismo


Una joven mujer, morena y aseada, en la primera hora de la mañana estaba tendiendo la ropa lavada, arriba del tejado de un edificio de cinco plantas. Tenía tres hijos, aún menores de quince años. El marido trabajaba fuera de casa y ella también. Eran amables y simpáticos, tanto ellos como sus tres hijos, y parecían felices. Habían sido tragados por la fuerte corriente del consumismo y parecían acoplados. Trabajaban, ganaban dinero, tenían toda clase de objetos para hacer más confortables sus vidas. Se les veía activos, pero sin prisas. Iban bien vestidos, comían, tenían todo lo necesario para poder estar al día en todo lo que se refiere a las últimas novedades para cubrir sus necesidades. Era una familia como tantas que hay: sencilla, vulgar y conformista.

El trabajo es necesario para poder comer y lo que se llama vivir. Uno tiene que hacer algo para tener dinero y luego comprar alimentos y lo que necesite, como ropa, la casa, cacharros de cocina y las máquinas para hacer más soportable la vida. Los más trabajan en fábricas, oficinas hospitales, escuelas, en el campo como jornaleros, etc. Debe haber otras maneras de poder ganar dinero que son difíciles de observar, por su originalidad y poco convencionales. Antes en India, y tal vez ahora también, ciertas personas abandonaban todo: su casa, su familia, sus pertenencias, su trabajo. Y se dedicaban a informar a las personas que se amaran, que no se odiaran, que no fueran egoístas. Iban por todo el país, desde arriba hasta abajo, desde un lado a otro sin nada. Tan solo lo que llevaban encima puesto. Y las personas los alimentaban, los cuidaban y cobijaban. Esto, en Europa y todo lo llamado Occidente, es muy difícil de hacer, sino casi imposible. Todos debemos someternos a algún trabajo denigrante, embrutecedor, por bien considerado que esté socialmente, por eficaz que sea. La rutina y la repetición destruyen lo mejor que tenemos en nosotros que es la sensibilidad.
Sin sensibilidad la vida tiene muy poco sentido. Nos robotizamos, nos marcamos una pauta; nuestras mentes siempre transcurren por el mismo surco que nos hemos trazado a imitación, o por mandato de otros. Una mente así tiene poca profundidad, siempre está ajustándose, cotejándose. Una mente así siempre mira desde un centro. Mi opinión, mi teoría -que generalmente siempre son de los demás-, mis prejuicios imponiéndose al presente, que es lo que es. Hemos perdido el sentido de la belleza que es la vida. La vida se ha convertido en una acción constante, en un constante bregar, luchar, esforzarse, y esto quita sensibilidad a nuestra vida. Al perder la sensibilidad, sentimos el dolor que es miedo y temor. Al sentirme inseguro recurro a algo que me dé la seguridad perdida, algo más grande con que pueda identificarme. Entonces me hago socialista, me identifico con la última moda vulgar y estúpida, me siento católico, me enredo en cualquier teoría intelectual, o en algún sistema exótico orientalista. Y cuando más seguros creemos estar, es cuando nuestra vida en más peligro se encuentra.
Donde hay identificación y apego surge la división. Y eso es lo que es nuestra vida, una constante división. La demanda constante de seguridad, es lo que nos divide. Todos los que no entran dentro de nuestro pequeño y peculiar sistema de vivir, los consideramos como algo a lo que hay que controlar y alejar, para sentir la tranquilidad que necesitamos, Sin darnos cuenta, que nuestra vida, con esa actitud, corre el mayor de los peligros. Si usted no estuviera dividido de los demás, no necesitaría defenderse de nadie. Porque no tendría enemigos. El enemigo surge cuando hay un rechazo, una fragmentación en nuestra mente. Y la fragmentación llega de la mano del “yo”. Mi “yo” enfrentado al no “yo”. En otras palabras el negro contra el blanco, los capitalistas consumistas contra los comunistas, la izquierda contra la derecha, los jóvenes contra los viejos; el norte desarrollado y tecnificado imponiendo a los del sur, más calmados y pausados, sus últimas novedades. En una palabra toda nuestra vida es defender y atacar. ¿Por qué no somos vulnerables? Porque somos ignorantes. La falta de sensibilidad y la ignorancia es una misma cosa. La ignorancia es lo que nos hace amoldarnos a un patrón preestablecido por otros, sin que nos demos cuenta de ello. Por eso hay que tener una mente y una actitud crítica ante todo. Hay que empezar con todo desde uno mismo. Sin opiniones de unos y de otros que nos arrastren. Tenemos que cuestionar cada opinión, cada información, cada principio. Investigarlo profundamente y llegar hasta la raíz de cada reto o problema. Si no hacemos este maravilloso y gran trabajo, nos veremos arrastrados a la vulgaridad dominante.
Sin esta manera de enfocar la vida ¿cómo veremos el gran dolor que causa la brutalidad y la mentira? ¿Cómo veremos que nosotros, con nuestra tolerancia, somos tan culpables como los dirigentes y los políticos, de lo que pasa en el mundo? El mundo somos nosotros; y nosotros hacemos el mundo. Cuando oye una información, o alguien le ordena hacer algo, ¿cómo reacciona? ¿Obedece sin más? ¿Se traga todo la tendenciosa y manipulada información? Para poder cuestionar e investigar todas las cosas, uno tiene que tener sensibilidad. Y esta llega con la quietud interna. Alguien que esté todo el día trabajando, no puede tener esa sensibilidad. El trabajo en demasía debilita el cuerpo y la mente, y entonces ya no podemos hacer nada. Solamente seguir actuando sin darnos cuenta de lo que es falso y lo que es verdadero.
El verdadero trabajo de un hombre consiste en deshacer en sí su ignorancia y ayudar a los otros a que vean y se desprendan de la suya. Cuando uno sabe observar y ver la realidad de las cosas, no necesita ni dirigentes, ni maestros, ni gurús, ni autoridad, que le digan lo que ha de hacer. Entonces en cada acción, en cada pensamiento, observa y mira y descarta lo negativo para que quede lo positivo. En lo positivo está el orden, que no es de nadie. Ni mi orden, ni el de la autoridad, ni el de la mayoría aplastante y brutal, ni el de los técnicos y científicos. El verdadero orden está más allá de todo cuanto se pueda imaginar. Por eso es que el pensamiento es un estorbo para que advenga el orden. Pues el pensamiento es lo viejo acumulado durante los muchos miles de ayeres, lo conocido, la repetición, lo establecido como verdad. El orden es la realidad, lo que es. Y en el ver lo que es, está la mayor sabiduría. Cuando uno ve lo que es, sabe que la moralidad que es considerada como tal, es una falsa moralidad que se ajusta a los intereses personales, que miente y falsea la realidad.
¿Alguna vez hemos visto la verdad? ¿La realidad cruda y desnuda? Si la ha visto ya sabe lo que es. Nada más tiene que actuar, que es lo mismo que vivir. Si la ha visto y no vive ordenadamente, provoca confusión en sí y en los demás, entonces está adormecido. Y está atascado. Si no la ha visto, pero sabe que está ahí, no tardará en encontrarla. Solamente tiene que entregarse a los demás y desprenderse de su egoísmo; y verá como todo su ser tiene una maravillosa y gran transformación.

Los vencejos habían aparecido. Todos negros, delgados, volaban de aquí para allá, sin ningún rumbo. Volaban suaves, rápidos, con mucha elegancia y precisión. Tenían un volar fácil y delicado. Iban mezclados con las golondrinas, que habían llegado con anterioridad. Toda una inmensa y abarcante capa de nubes provocó un silencio y una gran quietud. La desaparición de vencejos, gorriones y golondrinas, daba a entender que la lluvia no tardaría en llegar acompañada de tenues relámpagos y de truenos poco ruidosos. Después de un corto tiempo apareció el sol y llenó de luz, ruidos y acción todo el lugar.


6


El respeto


No era muy alto. Tenía la espalda ancha y de complexión fuerte. Las personas le llamaban Pelele, que quiere decir simple e inútil y también muñeco de trapo y de paja. No parecía ni joven, ni viejo. Aparentaba unos cuarenta y cinco años. Vivía en una casa pequeña, en la parte más humilde del pueblo, justo al lado de la montaña. Cada vez que había un acontecimiento festivo y las personas se agitaban, bajaba al centro para participar. Gustaba de dirigir el tráfico en los cruces y calles concurridas. Cuando soltaban toros, sentía una gran excitación y con una alta vara se ponía delante de la improvisada plaza para poner orden entre las personas. Tenía un gran sentimiento de servicio. Aunque se encontrara rodeado de gente, siempre se le notaba apartado y distante de todos. Era un hombre diferente. La gente decía que le gustaba beber bebidas alcohólicas.
Cierto día bajaba por una de las calles principales a media tarde. Dirigía y ayudaba a un camión que tenía dificultades. Y también a los coches que le seguían. Unos niños de diez a quince años empezaron a meterse con él, a atosigarle y acosarle. De vez en cuando se giraba y los amenazaba diciéndoles que se marcharan. Era lento de reflejos y se le notaba impotente para correr. Su defensa eran amenazas e insultos. Un día festivo, cuando el invierno dejó paso a un día primaveral y calurosos, al ver a un grupo de jóvenes mujeres empezó a proferir palabras injuriosas contra ellas. Los niños y los jóvenes gustaban de quitarle y echarle por los suelos las prendas con que se cubría la cabeza.

¿Nos damos cuenta que una de las cosas más importantes y maravillosas que existen son los hombres? El hombre actual -todos nosotros- es el resultado de una evolución de muchos miles de años. Hemos evolucionado físicamente. Hemos avanzado en lo que se refiere construir la rueda, en surcar los aires, en construir máquinas que nos proporcionan energía y tiempo, hemos avanzado en el construir viviendas, en dominar y planificar la naturaleza. Todos estos avances -que si lo miramos bien no lo son- no han sido correspondidos por los avances -que si lo serían de verdad- en la bondad, en la felicidad, en el servicio, en el respeto a los hombres, en el amor. El hombre actual se asemeja a un gran matemático que domina los números y las operaciones, pero que es incapaz de resolver un único problema que es la manera de enfocar su vida y su vivir. Vivir con abundante aparatos, ropas y alimentos en cantidad, no es el verdadero y originario vivir. El hombre de hace un millón de años vivía físicamente igual que un animal salvaje. Pero de ahí a que afirmemos que ahora mismo se vive mejor en lo concerniente a lo físico, es algo ridículo y poco profundo. El hombre actual se ha debilitado, se ha idiotizado. El solo no puede nada. ¿Qué haría una mujer que vive en una gran urbe, si se encontrase sola a la hora de dar a luz a su hijo? ¿Cómo soportamos el frío o el calor? ¿Qué haríamos una noche en medio de un bosque?
¿Para qué nos sirven tantas cosas materiales? Siempre que el hombre hace un avance material pierde más libertad. Una vez ha creado, ha inventado algo, se esclaviza, pierde frescura y belleza. ¿Sabe qué es lo que más necesitamos? Necesitamos hacer un cambio radical y profundo en nuestra psique, en nuestra mente. La evolución en lo concerniente al espíritu no existe. Uno puede hacer un cambio de manera que puede llegar a la totalidad, donde el más y el menos no tienen cabida. La evolución quiere decir de algo negativo a algo positivo; o al revés, de algo positivo a algo negativo. Cuando alguien ha despertado a la realidad no hay evolución. La evolución es entonces -como tantas otras- una palabra, un sonido que no tiene ningún significado, ni valor. La energía, la materia, puede evolucionar, puede crecer, puede disminuir. El espíritu que ha sentido lo verdaderamente necesario e ineludible del desprenderse del egoísmo y la brutalidad, que ha visto con todo su ser la necesidad del respeto y el amor, y lo necesita como el aire que respira, no evolucionará negativamente.
Sería absurdo decir al vecino, al compañero, a alguien que conocemos repentinamente: “Ahora no le puedo querer y estimar, deje que pasen unos días y mi respeto hacía usted evolucionará.” En esto está involucrada la trampa del tiempo. Hoy no puedo, pero mañana, pasado mañana, algún día, dentro de un tiempo, podré hacer lo que hoy me siento incapaz, podré desprenderme de esta desgraciada y absurda manera de vivir. Y entonces mañana u otro día, la mente inventa otra escusa, inventa otro obstáculo. Y así pasan los días, los años y cuando más tarda más atrapado está. Cuando uno ve algo claramente, no hay opción, se decide, actúa sin mediar el pensamiento. Si uno ve la tontería que es el vivir cotidiano, lo necia que es nuestra conducta, la falsa moralidad de gobernantes y dirigentes; las mentiras de los maestros y salvadores; si uno ve todo este enredo interminable, ¿por qué no salimos de él? ¿Qué es lo que nos hace permanecer esclavizados y sumergidos en este lodazal de agonías, amarguras e insensibilidad? ¿Existe algo que pueda hacer para poder salir y vivir otra vida, en la que la suciedad y el desorden no tengan que ver nada conmigo?
Primero que nada uno tiene que ver, tiene que sentir, que es tan culpable de todo cuanto acontece a su alrededor, como el hombre que va de paseo, como el que echa bombas, como el que hace negocios sucios e inhumanos, como el que ordena entrar en acción para disparar y matar a seres humanos, como el burgués y tolerante hombre que se siente con un buen sueldo y acoplado. Todos tenemos la culpa de lo que está pasando. Todos toleramos la inmoralidad y la mentira, la falsedad y la hipocresía. Porque todos somos hipócritas. Aunque sea un hombre respetado y admirado, un hombre culto y educado, la hipocresía está en uno. Viendo todo esto. ¿Qué haré? Qué es lo que me detiene en este mar inmenso de ansiedad, de agresividad y violencia? Si uno ha visto todo esto y ve su nocividad y peligrosidad, ¿por qué no se decide a cambiar? Simplemente porque tiene miedo de enfrentarse solo a lo que es uno y al mundo. Tiene miedo de morir, a lo que cree que es suyo, para que pueda nacer algo que no ha visto, ni tocado.
¡Pero tan fríos e inhumanos somos, viendo la gente por las calles tirada por los suelos pidiendo, viendo la carnicería diaria, la inseguridad que sienten las personas, que todavía no tenemos la suficiente energía para poder cambiar! ¡Todavía necesitamos más retos! Necesitamos que nos echen bombas, necesitamos vivir una guerra. Necesitamos que maten a nuestros hijos en el campo de batalla. Necesitamos sufrir todavía más desdicha y amargura. Si uno no cambia es porque no quiere; porque se siente encajado y acoplado, tiene miedo de sentirse diferente. De enfrentarse con todos, de informar el porqué de su nueva actitud. Tiene miedo de perder, si hace falta, su puesto de trabajo, sus propiedades, sus caprichos y artículos placenteros. Pero no se olvide, uno sigue siendo tan culpable como el que aprieta el gatillo para disparar, como el que hace explotar bombas por las calles, como el que consiente los atropellos y las injusticias provocadoras, como el vulgar ladrón que roba pero con menos fortuna. Uno es como todas esas desgraciadas personas que se ven abocadas fatalmente a esa manera de actuar.
La vida es una totalidad y lo que uno hace repercute en todo lo demás. Y lo que otros piensan y hagan repercute en uno. Uno es todos; y todos es uno. No hay escape posible. Uno puede huir, divagar, intelectualizar, dar opiniones interminables, al final está la totalidad, lo absoluto, que hace de espejo para que nos miremos tal y como somos. Todas las cosas que parecen muy complicadas e intrincadas, se reducen a algo muy claro y diáfano: uno siembra y recoge lo que ha sembrado. Si uno siembra geranios, por qué va a esperar que florezca un rosal; si siembra cebada cómo espera maíz; si siembra un cactus no se sorprenda, no se haga la ilusión de que florezca una amapola. Si siembro con mis acciones: bondad, limpieza en los asuntos, verdad y alegría, ¿qué saldrá de todo esto? Si cuando veo a alguien que sufre y está hundido en su vida, y no me siento diferente en lo esencial de él, ¿no cree que será mejor que rechazarlo y sentirme dividido? Sentirme como algo diferente, como algo superior. ¿Qué dará mejor resultado? ¿Qué provocará menos confusión y dolor?
No haga caso de la autocompasión y la pereza, recuerde que uno es todo en la vida. Que tiene esa rareza que es la vida, esa cosa tan maravillosa, terriblemente sorprendente. Si uno quiere, tal vez todo puede cambiar. Si no quiere, si opta por lo viejo, lo repetitivo, la rutina enloquecedora diaria, si sigue encajado y seguro, olvidándose de los que sufren y tienen todas las necesidades, no se sorprenda de que tarde o temprano le llegue algo inesperado que le haga más tormentosa y desdichada su ya deteriorada manera de vivir. Si no rechaza y descarta su vieja manera de enfocar las cosas acuérdese, cuando se informe de lo que ocurre de desagradable cerca y lejos, que uno es responsable también de la violencia, de la destrucción sin fin de la guerra.

Tres palomo, dos machos y una hembra, se habían detenido encima de unas tejas nuevas y blanquecinas de una casa. Los machos eran: uno de color predominantemente blanco con algo de negro; y el otro ennegrecido. La hembra era azulada, tenía la cola cortada y una pluma blanca solitaria atada en lo que quedaba de las plumas de la cola. Los machos llevaban los bajos de las alas pintadas del color que el dueño había escogido. El blanquecino era fuerte y robusto, empezó a hinchar la papada y arrullar al tiempo que daba vueltas a su alrededor con los pies. El ennegrecido permanecía quieto y tranquilo más cerca de la hembra. El blanquecino levantó la cabeza y con ella toda la papada y el pecho, lanzándose a volar, rompiendo la aparente armonía y tranquilidad. Pasó por los aires distanciado. Al cabo de un tiempo la hembra se puso intranquila, como queriendo cambiar de lugar, y alzó el vuelo. En el mismo instante, como si estuvieran conectados, el ennegrecido hizo lo mismo y desaparecieron.
Es costumbre del lugar que todos los días, excepto en los meses estivales, a una determinada hora se suelte una única hembra. Antes de la suelta, los palomos machos ya surcan los cielos de un lado para otro. Y cuando la ven se lanzan hacia ella. Haciendo un grupo que puede llegar hasta veinte o treinta palomos. La diversión consiste en cuál de los palomos enamorará a la hembra y se la llevará a su palomar él solo. A veces pasan días y noches durmiendo en árboles, hasta que la paloma se entrega o se pierde y desaparece.


7


La influencias


Una mujer de unos cuarenta años, de pelo rizado abundante, color castaño, con aire moderno, tenía un problema: una gata suya había tenido varios gatitos todos muertos menos uno, que no sabía qué hacer con él. A la madre la quería llevar al veterinario, para que le hicieran lo necesario para que no volviese a quedar embarazada. Uno le sugirió que por qué no se olvidaba de los animalitos y todo el gasto de dinero y energía lo dedicaba a las personas. Ella contestó que el gasto que hacían en dinero era escaso y que podría resolver bien poco los problemas de cualquier hombre. Uno le dijo que con un poco de cada uno, que gasta el dinero en cosas innecesarias, se podrían resolver muchos problemas. A lo que ello replicó, en un tono alterado y un poco agresivo, que por ella podrían desaparecer todos los pobres y necesitados. Que lo que quería era un lugar tranquilo, sin perturbaciones ni molestias. Que el que quisiera algo tenía que espabilarse. Y el que hiciese algo grave, debía de pagarlo de la manera que fuese, incluso con la muerte. Que todos los argumentos que se le informaban le parecían infantiles y de poca consistencia. Uno respondió que era por esa actitud hacia el aislamiento en lugares tolerantes y rodeados por falsos paraísos, que pensaba de esa manera. Que si uno no está atento y despierto a todo, cuestionándolo todo, al final es arrastrado, es como si dijéramos contagiado por el ambiente dominante.

Todos estamos expuestos a influencias que nos condicionan. El clima, la montaña, el mar, el campo, la ciudad, todo nos condiciona consciente o inconscientemente. También nos condiciona lo que leemos, nuestras relaciones, nuestros alimentos que ingerimos. Una persona que como carne, es mucho más agresiva que otra persona que se alimenta de vegetales. Por lo tanto tenemos que tener una gran percepción lúcida y diáfana de todo lo que nos rodea. Una mente embriagada de mundanalidad, de placeres, no puede tener esa sensibilidad para ver dónde está lo falso y dónde lo verdadero. Su búsqueda del placer, que la tiene atrapada, la hace descuidada, torpe y desordenada.
Siempre que se mira desde un centro, provocando periferias, existe división, fragmentación, dolor. Es porque al sentirnos divididos en la relación, nos encerramos en nuestro pequeños mundo, bien amurallado, para no sentir la incomodidad de la división. Como si esto fuese la solución a todos nuestros problemas. Luego, al enfrentarse con la realidad, llega la desdicha y el antagonismo. Muchos padres se quejan de que sus hijos tomas drogas, huyen del hogar, escupen contra el orden familiar, se lanzan a prácticas exóticas y extrañas, sin darse cuenta de que ellos son los culpables al haberles transmitido un mundo falso, irreal y estúpido. Muchos jóvenes al ver donde se asienta el mundo que van a heredar, no dudan en rebelarse contra él de la manera que sea.
El mundo presentado como el más elevado y desarrollado en todos los aspectos, resulta que nada más se le observa detenidamente y con algo de profundidad se convierte en falso, sucio e inmoral. Por eso los sistemas educativos se basan en la sumisión, en la obediencia. Es raro que alguien pueda cuestionar e investigar los dogmas, los hitos, los descubrimientos y los principios, fuertemente custodiados por los dominantes dirigentes. En el momento en que alguien quiere llegar hasta la raíz de todo, no tiene otra manera de hacerlo si no es por su cuenta, al margen de todo. Lo que interesa es la preparación de técnicos y especialistas, que se dediquen exclusivamente a su trabajo, dejando de lado la educación para ser seres humanos completos. Así es como ha llegado el mundo hasta nuestros días siendo lo que es. Cada uno de nosotros vive apartado del resto de los hombres. Somos: yo, mi trabajo, mi familia, mis ideas y convicciones, mis proyectos. Y todo esto nos divide, produce el mundo tal y como es: con su falsa moralidad, con sus pavorosas mentiras, con su sufrimiento interminable.
Hasta que los sistemas educativos, y con ellos toda la manera de vivir, no enseñen que los hombres son una totalidad, que la división y la fragmentación es una especie de enfermedad causante de comportamientos neuróticos, nuestro hijos seguirán a la deriva, compitiendo, esforzándose, destruyéndose. Y luego nos sorprenderemos de que la generación venidera, la más joven, sea agresiva y violenta, extravagante e irrespetuosa. ¿Qué diferencia hay entre la violencia y la brutalidad de los estados enfrentados en luchas y guerras y la violencia de los jóvenes por las calles? Los padres, los maestros, los religiosos, la autoridad fuertemente poderosa, los ídolos a imitar, ¿todos no son agresivos y violentos? Entonces, ¿por qué nos sorprendemos de que los más jóvenes se rebelen y destruyan todo lo que encuentran por delante? Ellos se excitan y desean la violencia, como sus padres y maestros. No ven otra solución para resolver cualquier problema. Igual que la autoridad recurre a la fuerte y brutal violencia para resolver conflictos, el padre acepta esta brutal violencia y la practica si es necesario. ¿Por qué se extrañan si las personas desarrollan violencia contra los que les han enseñado e inculcado a ser violentos?
Si uno no quiere que le roben, tiene que dar todo lo que no necesita para subsistir. Tiene que desprenderse de los gastos placenteros. Tiene que enfocar su vida, no como si fuera una persecución del placer y una huida del dolor, sino como algo extraordinario y maravilloso, y transmitir a los demás ese sentimiento. Los más desgraciados y necesitados no pueden sentir la vida como algo maravilloso, sus maltratadas mentes y sus cuerpos torturados no dejan que florezca esa belleza que puede ser la vida. Por lo que uno si es serio, profundo y honesto, debe intentar que desaparezcan esos obstáculos para que todos puedan gozar de esa extasiante cosa que puede ser la vida. Uno no puede pretender deshacerse del problema, invocando que la culpa es de los gobiernos y su mala administración y por lo tanto exigir que ellos lo resuelvan. No lo esperemos, pues no lo pueden hacer y no lo harán. Si lo hiciesen, todo su poder, influencias y ventajas desaparecerían. Y como no saben vivir de otra manera -también tienen miedo de cambiar- les importa bien poco lo que les suceda a las personas. Así que uno descarta que los problemas puedan ser solucionados por los estados y sus representantes. Entonces, ¿quién los tiene que resolver? Cuando su casa se quema y llama a los bomberos y estos no vienen, ¿qué es lo que hace? Espera con los brazos cruzados a que lleguen., viendo cómo se va quemando su casa, o actúa haciendo lo que puede.
Si fuéramos serios y profundos, sabríamos que el mundo es nuestra casa y todos los que viven en él nuestros familiares. Sabríamos que todos necesitamos de todos. Que la mayor seguridad posible es la paz. Que la mayor inseguridad y peligro es la división y el egoísmo. Que al igual que uno debe cuidar su casa, también debe cuidar la inmensa riqueza que tenemos en este pequeño planeta. Sabe que este colorido planeta es habitado desde hace millones de años y que ha llegado hasta nosotros tal y como es: con sus inmensos océanos y mares, con sus largos y cortos ríos, con exuberantes e impenetrables bosques y selvas, con las caprichosas e inimaginables montañas y desiertos, con los maravillosos y dulces valles, con la inabarcable cantidad de toda clase de animales, con los superiores y caprichosos hombres. Y toda esta importantísima riqueza de vida ahora mismo está en peligro de desaparecer.
Por una pare está el peligro de un conflicto nuclear, cosa bastante improbable. De otra, y este si que es el más grave peligro, la contaminación de los ríos, lagos y pequeños mares; las selvas quemadas y arrancadas; los cambios originarios de las características de una zona: inundaciones de valles, desviación de ríos; la desaparición de especies animales, aniquiladas por la locura de los hombres; el uso de plaguicidas e insecticidas, fuertemente venenosos, en los cultivos agrícolas; la manera de vivir consumista e irrespetuosa, que para seguir adelante no dudad en destruir materiales y objetos todavía utilizables; la suciedad: tanto nuclear, como doméstica, residuos radiactivos, plásticos y basuras; todo ello agravado por el amontonamiento humano en grandes ciudades. Todo esto a primera vista no parece excesivamente peligroso a corto plazo. Pero debemos darnos cuenta de que las cosas van unidas entre sí, de una manera inexorable y fatal.
Es decir, que si se deteriora el medio ambiente, hay alteraciones físicas rápidas, hay contaminación en todos los niveles -no sólo en el alimentario-, el equilibrio y la salud de los hombres se deteriora. Y entonces llega el gran peligro de que la confusión y el casos nos desborde y nos lancemos a una confrontación nuclear. Cuanto más confusión y caos menos armonía, menos razonamiento, menos lucidez y cordura. Este es realmente el peligro, el reto, a que debemos enfrentarnos: hacer las cosas de manera que surja más bondad, más compasión, más amor. La confusión no está solamente en un fragmento; la confusión está tanto en lo físico como en lo psíquico. Si se deteriora mi casa y no tengo otra me pongo nervioso, agresivo, pierdo sensibilidad. Si escasean los recursos, la vida empieza a complicarse: hay más competencia, hay más esfuerzo, más brutalidad. Si hay más esfuerzo y brutalidad, me puedo entender menos con los que me rodean. Y así llega la locura de la guerra.
Viendo todo esto de manera clara y diáfana, igual que cuando veo algo que me interesa enormemente, cuál será la actitud ante la vida cotidiana. Esperaremos a que nos resuelvan los problemas los que lo han intentado tantas y tantas veces a lo largo de miles de años sin conseguirlo. O tendremos suficiente energía para afrontar todos y cada uno de los retos diarios y resolverlos correctamente. Esa energía, que no es el resultado del esfuerzo y la contradicción, sino del renunciamiento y el morir al egoísmo que llevamos dentro cada uno, es indispensable para que florezca una nueva manera de vivir en que cada hombre se sienta unido con los que sufren y padecen todas las necesidades. Para que intentemos ayudarles en lo que podamos, y veamos la posibilidad de que su desgraciada situación desaparezca de esta encantadora tierra.

Era una tarde extraordinariamente bella. Desde el oeste hasta el este, pasando por el sur, había amenazadoras nubes azuladas oscuras y ennegrecidas. En lo alto de las lomas rozaban con los verdes arbustos. Las pequeñas pinadas brillaban verdes aterciopeladas. El grande y alto macizo peñasco, estaba casi oculto por ellas. El norte se veía más despejado y blanquecino. No llovió. Pero la oscuridad y la energía que transmitían los grandes grupos de nubes, había cambiado todo el lugar. Los vencejos volaban con su facilidad, suavidad y elegancia; algunos abrían un poco su cola para reforzar los giros, las subidas y las bajadas, y algún frenazo en el aire. Se notaban ágiles y felices. Alguna golondrina se acercaba a ellos, con su vuelo más pesado y descompuesto. Uno de ellos se cobijaba, o tal vez anidaba, entre la viejas piedras de la bóveda de la iglesia. Se les veía entrar con una rapidez y precisión casi instantáneas.


8


La insensibilidad


Una mañana invernal, cerca de las fiestas de navidad, temprano cuando todo permanece quieto, silencioso y oscuro, y nada más había la actividad de algunos bares y algunos hornos. En una estrecha calle, al amparo de una losa de unos tres palmos de una puerta de hierros negros y cristales, había un hombre acurrucado durmiendo. Tenía una bolsa pequeña a sus pies y las dos manos debajo de la cara. Tenía el pelo oscuro, al igual que su piel. Uno se detuvo un instante sin saber qué hacer. A pesar del frío no parecía helado. En el horno, distante unos cuantos metros, decidimos que lo mejor sería comunicarlo al retén de la policía municipal. El guardia local se encontraba tomando algo en la barra del bar de al lado de su puesto, junto con otros hombres. Al comunicar que un hombre estaba tendido en un portal, en el suelo durmiendo, y que podría quedarse helado a causa del frío, el policía contestó que ya sabía quién era, que unas horas antes había estado voceando por las calles y se encontraba borracho. Concluyó diciendo que aunque se muriese se perdería poca cosa y habría un descanso y alivio para todos; que no había peligro; y que cuando terminara de tomar lo que le habían servido iría a ver lo que sucedía. Un hombre mayor, alto y de pelo blanco, dijo tranqulizadoramente que el hombre tumbado era fuerte y duro, y aunque estuviese rodeado de nieve no le pasaría nada.

La seguridad es una de las cosas más negativas y deteriorantes para los hombres. Cuanto más segura tenemos nuestra vida, más divididos y aislados estamos. Al tener una buena casa, un buen empleo con su buen sueldo, una familia, un grupo en que me identifico, un sin fin de objetos que me tienen oprimido -sin darme cuenta-, rechazo todo lo que pueda perturbar esa burguesa y falsa seguridad. Este rechazo, que a la larga se convierte como un olvido, de personas que no comparten mi manera de vivir, es el que sin darnos cuenta está socavando mi ignorante seguridad. El olvidarse de alguien o de algo es rechazarlo. Si yo me olvido de la cita que tenía con usted, le he quitado valor y le he rechazado por otra persona o por otra cosa. Si fuese serio y honesto la cita con usted no me habría pasado por alto, a no ser por un impedimento insalvable. Si uno está cuidando un bebé y se olvida de darle la comida a la hora prevista, porque se ha quedado enganchado a algo que lo arrastra -música, lectura, TV, habladurías-, lo está rechazando por eso que lo hace olvidarlo.
Es muy importante el estar siempre alertas. Observando los requerimientos de la mente, los impulsos, los deseos, las frustraciones, las depresiones. Y verlo todo y darle su justo lugar e importancia. Viendo la falsedad de las olas mentales y rechazarlas. Y si son verdaderas atenderlas debidamente. La mente para que funciones necesita seguridad. Esta seguridad puede ser inventada como lo hace la mayoría de las personas. La seguridad de que hablamos no solamente es económica. Ésta seguridad es la que sin darnos cuenta, nos dirige y nos hace actuar desordenadamente : estoy acostumbrado a ir a la iglesia; a un local a oír música, beber y bailar; a asistir a un partido de fútbol; a hacer un viaje cada cierto tiempo; y cuando no puedo hacer lo que he estado haciendo durante un largo tiempo -que puede ser durante toda mi vida- resulta que me pongo nervioso, airado, con ansiedad, y mi vida empieza a tener peligro. Todo esto mes muy serio, el comprenderlo y verlo desde la misma raíz es desentrañar toda la trama del deseo.
Esto mismo es lo que sucede con los que han ingerido durante un tiempo drogas y encuentran tranquilidad -que es lo mismo que la seguridad- y sosiego, en el instante en que no pueden tomar lo que necesitan se alteran, se irritan, se desconsuelan, siendo capaces de llegar hasta donde sea con el fin de conseguir eso que les da seguridad. Es muy fácil culpar a las personas que tienen un hábito fuertemente arraigado. Sin darse cuenta de que que cada cual tiene los suyos -aunque menos peligrosos y caros-.
Uno debe saber que la seguridad psicológica no existe. Uno no puede depender psicológicamente de su esposa, pues ella puede cambiar de la noche a la mañana y la seguridad que encontraba en ella ha desaparecido. Uno tampoco puede confiar y depender de las opiniones, sistemas y teorías de alguien, pues en la vida todo puede cambiar rápidamente. Además el que deje que alguien dependa de uno psicológicamente, esa persona no es de fiar pues lo está manejando. Fíjémonos en los líderes, los maestros, los gurús, los políticos y los salvadores, todos están confusos. Y esta misma confusión llega hasta la falsedad y la mentira. Y qué seguridad puede obtener de un hombre, que está inmerso en un mar de confusión y desorden. La seguridad física es necesaria para poder proteger y cuidar nuestro cuerpo: darle resguardo y alimento. Pero la seguridad psicológica es una trampa que perdura a través de los tiempos.
¿Qué he de hacer para sentirme libre del sentimiento de seguridad? Para poder ser mi guía, mi maestro. Primero que nada, uno tiene que ver la realidad de la falsedad de la dependencia, jugar con ello, como cuando está mirando un cuadro, una panorámica. Si se queda en un trozo, en un fragmento, de ese cuadro o panorámica, entonces no puede avanzar, se ha atascado. Uno tiene que ver toda la totalidad: lo agradable y lo desagradable. Y de esa observación sin opción, sin rechazo, viene la percepción y la sensibilidad, que ve donde está lo falso y donde lo verdadero. Si veo claramente algo que es realmente falso, lo descarto sin ningún problema. Es porque no vemos realmente lo que es, por lo que surge el esfuerzo y la confusión. Lo que es, es la falsedad de la dependencia; que la seguridad psicológica no existe. Si vemos claramente esto -que es lo que es- entonces desaparece el conflicto. Y ya nada tengo que ver con dependencias tontas, con seguridades falsas, con guías y maestros ignorantes y confusos. Aquí está la maravilla del ver: en un instante he visto lo que es el deseo, el miedo, la falsedad de la seguridad y la dependencia.
¿Cómo afrontara la próxima vez que tenga un impulso, un deseo de seguridad, cuando se sienta inseguro? La mente y el cuerpo no se deben forzar, de lo contrario pierden sensibilidad. Si siente un gran deseo de ir algún lugar no debe reprimirlo, debe ver de dónde nace y dónde va a morir. Debe seguirlo, jugar con él. Debe empezar a hacer los preparativos para ir a ese lugar, que cree le dará seguridad. Debe mirar, en cada instante a medida que avanza en los preparativos, lo que dice su mente y su corazón. Debe seguir adelante. Hasta, que tal vez, su mente y su corazón vean la estupidez de ir a ese lugar, donde usted cree va a encontrar la seguridad que no encuentra donde está ahora, en este mismo instante. En el reprimir no hay inteligencia, si reprime algo volverá a surgir. Al contrario, si ve algo lo sigue hasta el final, si es necesario, y se percata de su realidad y su verdad, ahí es donde muere el deseo. Esto no es una tontería o un juego de palabras. Póngalo a prueba y se dará cuenta de quién es y hasta donde es capaz de llegar.
Pero nosotros no estamos acostumbrados a mirar las cosas cara a cara. Somos tan inconstantes, tan perezosos, estamos tan adormecidos, que no nos damos cuenta de la realidad de las cosas y seguimos arrastrados como un tronco, en medio del inmenso mar, a la deriva. Todos queremos estar bien seguros: desde el hombre vulgar de la calle, el hombre educado y culto, el hombre que parece tener mucho poder y riquezas, el especialista y el técnico. Todos necesitan depender de algo, que les haga olvidar su miserable y agónica manera de vivir. Sabe lo que le ocurre a un niño cuando le quitan el juguete: llora, se siente irritado, desencajado, hasta que encuentre algo que lo sustituya y le haga olvidar aquello que le daba tranquilidad, seguridad. En el momento en que uno va en busca de seguridad aparece la división, el conflicto. Cada país busca su seguridad: por eso erige fronteras, entrena a hombres para entrar en combate y destruirse, mantiene a gran número de personas que le defiendan con armas o con las leyes que él ha promulgado, se alía y refuerza con otros estados parar sentirse aún más seguro. Y cuál es el resultado de todo ello; qué es lo que sigue a esa búsqueda -tan aparentemente razonable y bien vista- de seguridad.
Lo vemos en cada momento, en cada día, en cada circunstancia: yo anteponiendo mi seguridad a la de otro, el otro anteponiendo su seguridad a la mía. Y el resultado de ello es un mar de amargura y desdicha. Un mar de esfuerzo y competición. Una brutalidad despiadada, que hace estallar la violencia y la locura de la guerra. ¿Por qué no dejamos de vivir definitivamente de esta manera? ¿Por qué para poder obtener un empleo, en la mayoría de los casos, ha de haber una oposición? ¿Por qué aceptamos y toleramos la confrontación, ya sea en el campo de deportes, en los juegos , en los estudios, en cualquier circunstancia de nuestra vida? Si no lo rechazamos todo, los más viejos y decrépitos y los más jóvenes y tiernos, vamos a seguir sufriendo esto que está pasando ahora: la indiferencia ante el hombre que sufre y se debate por poder vivir; la crueldad de los estados y dirigentes; las escalofriantes cifras de niños que no tienen nada que chupar de las tetas de su madre, porque ellas no tienen nada para comer, y se ven irremediablemente abocados a la agonía y la muerte. Mientras, en otros lugares se destruye comida, se queman cosechas de trigo y alimentos por intereses económicos de las personas bien alimentadas y bien acomodadas. Mientras unos se mueren de hambre, después de la larga agonía, otros muchos se gastan el dinero en placeres y distracciones que los enfrían y enloquecen aún más.
Todo esto, tenga la seguridad, si quisiéramos desaparecería de la faz de la tierra. Solamente con un cambio radical en el modo de enfocar nuestra manera diaria de vivir sería necesario para que los problemas, los que sienten la vida como un tormento, los que son maltratados y relegados a la miseria, llegara todo a su fin. Si no lo intentamos, la culpa de lo que suceda es nuestra; y nuestra será la responsabilidad de lo que hagan y piensen y vivan nuestros niños.

Desde hacía unos días los vientos del este y del sureste no paraban de traer nubes de todos los tamaños, formas y colores imaginables. La humedad pegajosa y el calor repentino lo había alterado todo. Tan pronto había un sentimiento de frío y al instante siguiente sentirse agobiado y sudoroso por el calor pasajero. Las personas se desequilibraban, debilitaban y enfermaban. Podía verse a personas con vestimenta de verano y al mismo tiempo personas con prendas del frío invierno. Los jóvenes y los más fuertes físicamente, se habían dejado llevar por la alegría de los primeros días de buen tiempo. Los de poca edad estaban explosivos, deseosos, arrolladores con sus idas y venidas. Pero el clima tenía sus pautas, ciclos y rarezas aparentemente indescifrables, e imponía su ley. Los tiernos niños y los de edad avanzada, eran los que peor resistían estos cambios tan bruscos. Un viejo, enrojecido y oscuro gorrión subía encima de una suave y fina hembra y hacía lo necesario para que pudiese seguir su especie. Estaban sobre unas viejas tejas de una vieja casa. La primera vez fue corta, saliendo volando el macho. En la segunda copulación, el macho al posarse, la hembra se quedó quieta y sumisa. Al final, el gran macho le dio unos picotazos en la cabeza a la suave y ligera hembra. Una vez se separaron unos palmos, la hembra con su finura y elegancia miró al que probablemente le haría madre y partió.


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La superstición


Tendría unos sesenta y cinco años, iba toda de negro por habérsele muerto el marido, el pelo lo llevaba teñido de color amarronado rojizo para ocultar las canas. Tenía, además de la corta pensión de viudedad, algunas tierras, un piso en una calle céntrica donde vivía, una tercera parte de una villa -casa de campo-; joyas, que llevaba en los dedos de las manos -dos argollas de oro- y otras tantas depositadas en un banco. De los cuatro hijos que tenía, tres le habían dado un total de seis nietos. Vivía sola entre los recuerdos y los viejo muebles bien cuidados. El miedo a la soledad, la enfermedad y la muerte, eran sus máximas preocupaciones. Estaba muy preocupada por no habérsele pagado la cosecha de naranjas de un campo. Otro motivo de preocupación era que en los últimos diez meses le habían entrado a robarle en un apartamento de la playa, que compartía con su hija, y en la villa. Todo esto y la inestable salud hacían que su vida, ya en su final, fuese desagradable y fea. Uno le sugería que, por qué no se deshacía de las joyas y de lo innecesario para vivir. A lo que ella respondía, con enfado y sorpresa, que eso no podía ser. Que si vendía algo el dinero perdía valor y que por tanto no le interesaba. Además todo tenía un valor sentimental y familiar.
Sentía un gran apego a tierras, muebles y propiedades. A pesar de autoafirmarse como cristiana -iba regularmente a la iglesia a los cultos y practicaba en lo que podía los preceptos-, su vida distaba mucho del originario cristianismo. Se quejaba de los muchos gastos del acondicionamiento del nicho de su difunto marido. Uno le dijo que, por qué gastaba dinero en un muerto, que no necesitaba nada, habiendo tantas personas vivas que necesitan amor, cariño, compasión y dinero. ¡Es mi marido! Respondió ella en un tono de tristeza y resignación. Era una persona como tantas y tantas que hay: miedosa, inflexible; y todo ello le desarrollaba un gran egoísmo.

La religión que se basa en cultos, preceptos, autoridad, en dogmas, es una falsa religión. Religión quiere decir la unión de uno con todo. Cuando por la calle pasa alguien vestido de religioso, uno ve todo el dolor de la obediencia; ve todo el sufrimiento de la ignorancia; ve toda la gran mentira de la religión. La religiosidad nada tiene que ver con túnicas, con el pelo corto o largo, con hábitos, con los templos sagrados, las catedrales, los obedientes e idiotizados devotos, los acomodaticios sacerdotes, la autoridad fuertemente jerarquizada de los pontífices, los maestros y gurús. Siempre que haya algo que desencadene división, surge el conflicto. Y éste nada tiene que ver con la armonía y la paz que es tener una mente religiosa. La gran falsedad y mentira de la religión es prometer llegar a la liberación, al paraíso, obedeciendo preceptos y practicando rituales. Cuando esto nos embota más muestra adormecida mente y nos hace aún más insensibles. Los hombres necesitamos seguridad y acogernos a algo. Entonces el remedio es hacer lo más fácil, lo que más me conviene, dentro de un ámbito que parece complicado -pero que me da seguridad- y complejo, que no entiendo demasiado pero que la mayoría obedece y más o menos hace lo que hago yo.
Esta vulgar y poca profunda manera de enfocar la vida, es la que trae la desdicha y la congoja del vivir. Todos los hombres que originaron las diversas religiones sabían que el remedio para los males del hombre estaba en el renunciamiento, en la bondad y el amor. Y todos hicieron un gran hincapié en pasar de las palabras, los conceptos y las ideas, a la verdadera acción. Sabían que los hombres están adormecidos y que por lo tanto se atascan fácilmente. Ellos decían: “Ama al pobre, ama al rico, ama al necesitado, da al pobres, da al necesitado. Ama a todos los seres vivientes. Respétalos, cuídalos y te servirán. No tengas familia, ni raza, ni país, ni dios. No atesores, ni acumules riquezas. Sé bondadoso, sincero y amable. No hagas la guerra, no odies, no destruyas. No te fíes, ni te dejes llevar por el placer, pues éste inexorablemente lleva al dolor. Respeta y ama a animales y plantas.” Y sin embargo, después de más de dos mil años de haber informado con palabras y el ejemplo de sus maneras de vivir, los hombres en la actualidad se siguen destruyendo unos a otros, se odian, se sienten divididos y enemistados. Atesoran y acumulan de todo; viendo sin importarles, como otros seres humanos igual que ellos sufren y mueren de hambre.
Uno se pregunta: ¿Qué clase de religiones son las que dirigen a la gran mayoría de los hombres, que la división, el conflicto, el dolor y el sufrimiento están en todas partes? La esencia de las más importantes religiones sigue siendo válida. Son igual que cuando las informaran sus fundadores. Lo que ha sucedido es que la tolerancia, la perversión, el miedo y la falta de seguridad de sus máximos representantes, han hecho de algo digno y fascinante un montón de palabras huecas y sin sentido. La religión en su sentido verdadero, es una guía cuyo fin último es hacer al hombre libre y armónico. Cada religión dice que es la verdadera. Entonces todas las religiones están en conflicto unas con otras. ¿Qué es lo que sucede en el mundo? Yo soy musulmán y usted es cristiano, uno es hindú y otro es católico, hay otro que es budista y hay quien pertenece a otra secta. Y todos estamos divididos. Aferrados a los dioses, a las creencias, a los cultos y rituales, a los preceptos, supersticiones y dogmas.
La verdadera religión vendría a ser aquella que no tiene nombre. Ni judaísmo, ni zoroastrismo, ni islamismo, ni cristianismo, ni hinduismo. Entonces la religión sería una manera de vivir y nada más. Las religiones, con la asociación y la ayuda de los poderes civil y militar, han hecho de los hombres lo que somos ahora: una división, una dualidad continuada en todos los niveles. La religión penetró y a la vez dirigió las almas de los hombres, durante muchos siglos. Todos los reyes y dirigentes, estaban estrechamente unidos a la religión. Su poder e influencia llegaba hasta límites inimaginables: desencadenaba guerras, derrocaba monarcas, acompañaba a invasores. En la actualidad las religiones siguen con su misma influencia, tal vez atenuada por el creciente poder de los estados. El estado se ha convertido en el nuevo dios. Si tiene algún problema el estado dice que lo va a solucionar. Nunca dice que es incapaz. Ayudado por los técnicos y científicos tiene soluciones y explicaciones para todo. Es como un adivinador del porvenir: tiene la seguridad y la insensatez de los que quieren guiar a las personas.
Cada hombre verdadero, serio y honesto, es una religión viviente. Él no necesita templos. Su templo es allá donde va. Sus parientes y familiares son todos los seres humanos. Los ritos y cultos los ve como espectáculos para impresionar a las gentes. Los dogmas y preceptos no le afectan ni impresionan. No quiere seguidores, ni guiar a nadie. No quiere dinero, sólo lo necesario para poder mantener su cuerpo. Su comportamiento cotidiano es igual al de cualquier hombre. Las religiones convencionales y organizadas las ve como una gran mafia. Siente el dolor de los hombres, y la desesperación al ver que no puede quitarlo. Se siente feliz al ver la vida de los tiernos hombres; de las duras, arrugadas, encorvadas y decrépitas personas. Se siente feliz con toda las maravillas de la naturaleza. Ve en un animal a lo más sagrado: que es la vida. La muerte para él no es un lloro, sino una renovación de la vida. Y se siente gozoso de vivir porque sabe que puede ayudar a los hombres.
Nacer, crecer, ayudar y morir, esto es la vida. Sin el servicio desinteresado, sin la ayuda al que lo necesita, la vida se convierte en una desesperada locura de dolor y sufrimiento. Si la vida no está entroncada en el servicio, se convierte en una angustiosa persecución del placer. No importa el precio que cueste. El placer se convierte en tan necesario como el alimento, como el aire para respirar. He tenido una experiencia que me ha hizo feliz por unos momentos. Al día siguiente quiero que se repita esa misma experiencia, que me hizo olvidar mi agónica manera de vivir, mi tedioso acontecer diario. Y al otro día espero tener esa misma experiencia, que se ha quedado grabada en mi mente como algo que me hace sentir bien, como algo que me hace olvidar mis problemas y amarguras. Entonces qué sucede: mi vida se reduce a una persecución de eso que me da seguridad, sensación de bienestar. Y ya no me importa nada lo que acontece a mi alrededor. Por lo que me hago frío, brutal y egoísta. Todo lo no que se relacione con lo me hace sentir bien lo rechazo, lo aparto, lo destruyo. Esa es nuestra manera de vivir, por inhumana y fea que sea. La búsqueda del placer, el experimentarlo y la consecuencia de esa experiencia que es el dolor, es toda nuestra desafortunada existencia.
Todos los sistemas religiosos tienen sus rituales, sus doctrinas, sus libros sagrados. Tienen imágenes para adorar, posturas físicas, normas corporales, lugares santos. Que uno si es serio tiene que arrancar de su sangre, para poder sentirse con una mente ágil, libre y nueva. De lo contrario seguirá siendo, con su manera repetitiva de enfocar las cosas, algo que ayuda y da fuerza a la manera ignorante, falsa y cruel de vivir. Será cómplice de cuanto suceda en este ensangrentado mundo, con sus diarias acciones violentas y destructivas, con su falta de respeto y consideración, con su falta de esa cosa tan importante y necesaria que es la caridad, que precede a la hermosura del amor.

Encima de un naranjo asilvestrado de un campo sin cultivar, cantaba un pájaro enverdecido. Se veía claramente, ya que estaba encima de unas ramas secas. Cantaba alegre y feliz. Los suelos estaban cubiertos por toda clase de plantas silvestres: avioletadas, amarillentas, pajizas, enverdecidas. Un níspero estaba lleno de racimos todavía algo enverdecidos, no era muy grande pero estaba rebosante de frutos amarillentos pálidos. Las grandes y brillantes hormigas, iban cargadas por largas hileras rectas en ambas direcciones. Uno sentía en lo más hondo de su ser el tener que pisar las plantas y lo que pudiera haber debajo de ellas. Una suave embestida del viento hizo doblegarse a las vulnerables plantas, ganando en belleza y hermosura. El lugar era engrandecido en alegría por el continuado cantar de los pajarillos, que pasaban de un lugar a otro sin dejarse ser vistos. Dos jilgueros de toques vistosos de colores, el más llamativo el amarillo, pasaron hacia algún lugar. Volaban estirando al máximo las alas, como si estuvieran bailando una danza en el aire. Un trozo de una vieja casa, que tenía un arco de piedras grandes rectangulares como lo último que quedaba de ella, daba un aire de paz y serenidad. El arco estaba construido con piedras y la pericia y maestría de los hombres; no tenía ni maderas, ni hierros que lo sostuvieran. Cada piedra sostenía a la otra y la tierra firme sostenía a todas.


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Las necesidades


A unos quinientos metros pasaba la autopista bordeando la costa. No era muy larga, pero estaba bien cuidada. Cuando se circulaba por ella había que pagar. Cuando a su paso encontraba algún obstáculo lo solucionaban haciendo puentes por debajo o arriba de ella, sobre todo cuando pasaba cerca de algún pueblo y cortaba alguna carretera importante. Si el obstáculo era algún cerro o montaña, la solución era cortar por el lugar menos alto, o también hacer algún túnel. Los cortes daban la oportunidad de ver las blancas piedras, profundas y limpias, sin vegetación contrastando con la superficie de la erosionada y grisácea montaña. Apenas hacía unos siete años de su construcción. Las montañas era accidentadas, con poca vegetación y escasos árboles. Los vehículos no cesaban en su ir y venir, tanto de día como por la noche. Pasaban veloces sin obstáculos. A veces rugían sus motores invadiendo el lugar. La circulaban coches de mucho poder, autobuses de turistas y largos camiones bajados de Europa. Era un lugar para personas con pocos problemas económicos. La rapidez con que se circulaba, y al dejar de lado los pueblos, hacía los desplazamientos fríos y sumamente peligrosos. Insectos y pajarillos sufrían los rigores de la velocidad. De vez en cuanto se veían largas frenadas de los camiones, que por la larga noche iban a salirse del firme.
Muy cerca, paralelamente, estaba la carretera general que enlazaba toda la península de norte a sur. Aquí el tránsito era más intenso y variado: los desplazamientos de los lugareños, los grandes y pequeños camiones comerciales, las grandes y veloces motocicletas; coches, furgonetas, coches-caravana, bicicletas conducidos por turistas del norte más desarrollado; y gran variedad de personas que se desplazaban trechos a pie, o pidiendo que los llevasen -autostop- con aire fuerte y decidido. Unos se quedaban por la costa como visitantes; otros vivían en zonas apartadas durante gran parte del año, al amparo del buen clima y las facilidades económicas; algunos otros irían hasta el sur y cruzarían el estrecho y se encontrarían con África.
Cerca de la autopista, había un vertedero de basura que atraía a las gaviotas. Allí comían lo que todavía no había sido quemado. Cuando hacía viento del este y del sur las empujaba hacia el interior. No podían hacer los círculos sobre el vertedero sin que el aire las desplazara. Luego, cuando el aire menguaba, poco a poco y sin apenas menear las alas volvían a sobrevolar los residuos de alimentos. Gritaban poco, pero se las veía alteradas. Era un grupo grade tanto por su número, como por su extensión.

Cuando uno ve este mundo tan rutinario y vulgar, tan poco profundo. Este mundo lleno de ansiedad -que al final, por el tiempo, no lo parece-, lleno de esfuerzo y contradicción. Lleno de insensibilidad, de frialdad y desprecio. Pregunta: ¿Podemos salir de toda esta desafortunada manera de vivir? Porque el vivir es eso: desde que nacemos hasta que morimos un continuo combate, una lucha, un sufrir. Y así la vida tiene muy poco sentido. Uno tiene que ver la necesidad de salir de este caos. O tal vez no quiere, porque está encajado y su corazón se ha enfriado tanto que ya no puede reaccionar. De cualquier manera, todos los hombres necesitamos estar constantemente alertas, para descartar lo que provoca confusión. Lo que es lo mismo: estar siempre dispuesto para hacer un cambio. Desprenderse de los hábitos que se han instalado dentro de nosotros. Deshacerse de un hábito y costumbre es muy fácil. Nada más se tiene que ver la estupidez y nocividad de seguir con esa mecánica y repetitiva manera de actuar, y al instante siguiente tener la suficiente energía para rechazarlo. En el ver hay acción. Y en ese ver hay inacción, que es acción total. Cuando uno más confundido y alterado está, más es su acción. No tiene descanso. Y esa acción traerá desdicha. Tenemos que saber aquietar nuestro cuerpo y nuestra mente, elegir el momento oportuno durante el día para poder reintegrarnos. La mente, el cerebro y el cuerpo parecen diferentes, pero en realidad son una misma cosa.
Uno se pregunta también: ¿Qué va a suceder con los jóvenes, con las nuevas generaciones? ¿Serán tragados y arrastrados por la corriente del mundo, con su falsa moralidad? ¿Aceptarán y obedecerán todas las órdenes dadas como lo correcto y lo mejor? Sinceramente, los jóvenes tienen pocas posibilidades de salir y vivir una vida que nada tenga que ver con las divisiones y conflictos. ¿Quiénes son los culpables de que esos energéticos y sumamente ignorantes hombres, hereden la desafortunada manera de vivir? Los únicos culpables son los padres, educadores, políticos y dirigentes. Ellos -los jóvenes- no tienen ninguna responsabilidad. Solamente la que se deriva de la razón, si es aque la tienen. Todo el sistema educativo está basado en la comparación, en el esfuerzo. La competitividad de los adultos y de todo el sistema social, está reflejado en los programas educativos. Se necesitan químicos, matemáticos, arquitectos, burócratas, ingenieros, abogados. Lo que hagan después, la manera como vivan y actúen no importa. El resultado es una sociedad fría y deshumanizada, donde el hombre es considerado, demasiadas veces, menos importante que cualquier inerte máquina. Algunos jóvenes se rebelan, desprecian y rechazan este egoísta sistema. Pero pronto caen en otros sistemas, que también son brutales y altamente egoístas. Su frágil mente
es atrapada por los hábitos de la comodidad, del placer, de la agresividad a veces seguida por la violencia. Y al cabo de unos cuantos años , son engullidos por la misma sociedad que ellos tanto rechazaban.
El cambio no debe ser externo: como la vestimenta, adoptar algunos hábitos excéntricos y pintorescos, adherirse a una corriente de opinión idealista que está de moda. Esto no es más que trasladar el problema de aquí hasta allá. El verdadero cambio y la verdadera revolución llegan con un despertar a la realidad de las cosas, a toda la vida. Este despertar, es el que nos hace ver toda la estructura de nuestro comportamiento y de nuestra mente. Uno ve en realidad quién es su padre y su madre, quién es su mejor amigo, cómo es en verdad su maestro. Todo queda como si dijéramos desnudo, sin poder ser encubierto nada. Este despertar no es puramente accidental, sino que viene tras una profunda conmoción interna, donde uno se pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Soy diferente del no-yo? ¿Qué hago aquí en este mundo? ¿Tengo algo que ver con las matanzas de hombres? ¿Tengo algo que ver con la falsedad de políticos y dirigentes? Y ante la visión del mundo, tal y como es, surge una poderosa e infinita energía donde todo puede cambiar, donde todo lo que antes se consideraban obstáculos aparecen como cosas a las que nada más hay que prestarles atención para no poder tropezar. El dolor es energía. Y esta visión de nuestro mundo, con los malos tratos a personas y animales, al ver a hombres empuñando armas para matar a otros hombres, mientras hay personas que no tienen hogar, mientras otras personas se mueren de hambre, es cuando uno siente ese dolor turbador dentro de su ser que explota en compasión, bondad y amor por todo.
La división no es amor. Si yo me veo como francés, africano, español, ruso o asiático, entonces no puedo experimentar esa cosa tan maravillosa que es el sentirse como una totalidad. Cada hombre tiene infinidad de rasgos y características, que de no tener esa energía que surge de la pasión por toda la vida, nos divide, lo rechazamos y menospreciamos. Todos los hombres somos iguales y a la vez estamos diferenciados. Pero la gran maravilla del amor borra todo lo que podría convertirse en obstáculos y siente que uno es todos y todos es uno. Póngase a prueba y verá que sensación tan rejuvenecedora e embriagadora siente. Tal vez ya no volverá a ser el mismo de antes. Pues donde encontraba enemigos, verá a hombres solamente. Si viaja no se sentirá extraño en ningún lugar. El frío y el calor, le parecerán como un sentimiento que viene; y que tomando las medidas adecuadas no será ninguna molestia. La división lleva a la desdicha, miremos a nuestro alrededor: uno ha de ir a trabajar forzosamente, uno tiene que soportar los excesivos gastos de la vida consumista, uno tiene que luchar y competir para conseguir un empleo, uno tiene que esforzarse para estar al día a la última moda. Y todo esto es así porque vivimos una vida de división.
Si no hay división hay unión, paz y amor. Si hay división hay envolvente confusión y desdicha. El mundo en que vivimos, y del que cada cual es responsable directo, es tan brutal y despiadado a causa de la división. La falsa moralidad donde se asientan dirigentes, gobernantes y toda la sociedad, es falsa y mentirosa porque estamos divididos. Si no hubiese división la palabra moralidad no existiría, no tendría cabida en el diccionario. Lo malo y terriblemente preocupante es que este comportamiento, que provoca guerras con hombres destrozados, provoca toda la miseria que hay por las calles de cualquier ciudad, es considerado como algo necesario y por lo tanto bien visto. Que salgan dos equipos de fútbol -veintidós hombres- que representan una nación y todo lo que viene tras de ella -cultura, tradiciones, color del cabello-, que necesitan tres jueces entre ellos, y que terminan dándose patadas y empujones, además de contagiar a decenas de miles de espectadores, es tolerado y considerado más o menos normal. La sanción de la autoridad, las verjas protectoras del terreno de juego, la clausura por varios partidos del estadio, no resolverá el problema. Sin un cambio en la psique del hombre, toda sanción, toda autoridad que intente imponer orden, sino está desligado de la división será absurdo y provocador de más caos.
Los hombres se han acostumbrado a competir. Creen que es de la única manera que podrán sacar energía. Y por ello desprecian sus vidas y las de los demás, con tal de triunfar en cualquier actividad. Ellos piensan: a más triunfo más energía. No importa lo que cueste en dolor y amargura a los hombres el obtener ese triunfo. Todos los poderes y toda la sociedad -prensa, autoridades, escuelas, intelectuales- aclaman al triunfador, como si fuese un superdotado. Al mismo tiempo desprecia, que es lo mismo que olvidarse, a los que brutalmente han sido vencidos. Luego de promover y consentir actitudes que en sí son agresivas y violentas, la autoridad intenta poner el orden que es imposible de llegar. Todo este insensato proceder es el mismo que se aplica en cualquier otras circunstancias. Se habla y alardea de las libertades, pero los poderes con libertad desaparecerían como el rocío de la mañana. Se habla de una mayor justicia y sin embargo con una verdadera justicia casi todos los empresarios cerrarían las puertas de sus fábricas y negocios; los servicios prestados a los gobiernos para mantener el estado, en vez de ser obligatorios serían voluntarios y remunerados. Toda la sociedad está basada en una falsa moralidad, que por mucho que quiera desimularlo y atenuarlo al final surge la confusión y el caos.

Lo gorriones estaban alterados buscando ramitas secas de plantas para hacer sus nidos. Las madres las llevaban en el pico para depositarlas en el lugar elegido. Se veían activos, ruidosos y sosegados. Las golondrinas volaban entre las casas, rozando paredes y balcones. A veces parecían que iban a chocar. Un par de ellas se posaban en el hierro transversal de una antena de televisión. Permanecían un tiempo las dos juntas, cuando una de ellas incitaba a la otra partían en el mismo instante.


11


La ignorancia


Había pasado ya el caluroso verano. Un día festivo, una vecina acompañada de dos grandes perros, que los llevaba a una playa para que se desahogasen, preguntó si se la podía acompañar. Ella vivía con un hombre que trabajaba por las noches en un bar, y ese día todavía no había llegado al apartamento. Era avanzada ya la mañana, cuando con un aire de tristeza y resignación iba a subir al coche. Había vivido con dos hombres, y ninguno de los dos la había hecho madre. Tendría unos cuarenta años y su frescura empezaba a declinar. Tenía un trabajo independiente que le proporcionaba una autonomía económica desahogada. En sus años de mucha energía había hecho servicios sociales en los barrios pobres.
Camino de la playa, distante unos kilómetros, desde un grupo de apartamentos rodeados por una verja, un joven hombre huía perseguido por otro. El más joven saltó la verja metálica con una billetera en la mano y emprendió la huida por la carretera, perseguido por un transeúnte de muchos años y que casi no podía correr. El lugar estaba un poco deshabitado, ya que todos los bloques de apartamentos se disponían a cerrar hasta la próxima primavera. La mujer, al ver lo que sucedía, detuvo el coche excitada y empezó a girar el volante para emprender también la persecución. Uno dijo que si hacía eso tendría que ir sola. Lo que con la misma excitación desistió. Mientras tanto el hombre que huía se deshizo de la cartera. Ella comenzó a decir que no había derecho que robasen. Que era algo desagradable y digno de ser reprimido y castigado. Uno dijo que robar era una cosa mala y repugnante. Que el robar se ha hecho siempre y que es una costumbre cotidiana de los hombres. Uno le preguntó si el turista llegado desde muy lejos con su desprecio y olvido de las personas -que hay donde el reside-, que no tienen nada que comer, ni tampoco casa para vivir, no es también una forma de robar. Ella contestó que el dinero invertido en viajes y placeres se lo había ganado con su trabajo. Uno le explicó: Donde hay riqueza, tiene que haber pobreza. Un hombre rico lo es porque no da a los demás lo que se merecen. Un hombre que tiene dinero en abundancia, sin cooperación y ayuda de los menos afortunados no lo tendría. Él necesita barrenderos, basureros, necesita peones mal pagados para que le arreglen su coche, necesita que importen materias primas de países subdesarrollados a bajos precios para construir de todo lo que no tiene donde vive. Necesita que le vendan alimentos y frutas importadas a un precio en que el agricultor que los siembra y cultiva tan solo puede malvivir. Y todo esto, aunque parezca lo contrario, también es robar. La mujer dijo: ¿Qué es lo que hay que hacer, pues? Uno prosiguió: Ayudar, cooperar, sentir que los más desafortunados y desgraciados podrían dejar de serlo si los hombres fuesen caritativos y honestos. Ella contó que cierta vez estuvo yendo, hacía muchos años, a un barrio pobre a ayudarles. Y notaba que la despreciaban. Sería seguramente porque había división, le dijo uno. Y continuó: Que lo primero es sentirse con una gran compasión, con un sentimiento de unión; sentir que los sufrimientos y las miserias de los otros son provocadas por la irrespetuosidad hacia los hombres, lo que nos lleva a la brutalidad. Que hay que ayudar, sabiendo que si no lo hacemos correctamente somos tan crueles como los otros fríos hombres que los desprecian. Que de uno dependía, de una manera directa, que las personas que ayuda dejen de sufrir instantáneamente. Y de la única manera es con profunda unión y comprensión. Entonces, ¿qué tengo que hacer para que no me roben? preguntó ella con un tono interesado y a la vez con algo de ironía. Uno le dijo: Dar lo que no necesites a lo pobres y necesitados. Da el dinero que gastas en placer y en cosas innecesarias. Entonces, ¿tener estos dos perros y alimentarlos, también es incorrecto?, preguntó ella. Sí que lo es, mientras haya personas que no tienen nada que comer, ni un hogar para poder vivir, le contestó uno. Y siguió: Hemos de tener presente, que cada cual puede hacer mucho, sin esperar a que los demás tengan que arreglar los problemas. Uno cogió un caracol, que se encontraba en el suelo con peligro se ser aplastado, y lo dejo en un lugar seguro entre las verdes plantas. Ella observaba y oía como viendo claramente lo que quería decir cada palabra. En ese momento se encontraba feliz, segura y rejuvenecida.
Mientras tanto los dos grandes perros gozaban de corretear por la solitaria y bien cuidada playa. Vacía y lujosa, llena de apartamentos cerrados e inservibles hasta la próxima temporada. Donde serían habitados por hombres llegados desde muy lejos, insensibles y fríos, deseosos de placeres. Hombres con su falsa moralidad y llenos de confusión.
Cerca de allí un hombre y una mujer de unos cincuenta años intentaban coger y ayudar a una gran gaviota, que correteaba herida alrededor de un charco de agua.

Es la costumbre, la moda, la obediencia, lo que nos lleva de un lugar a otro, sin saber exactamente lo que hacemos. Uno pasa todo un año trabajando en una fábrica u oficina, debatiéndose en el tedio cotidiano de su vida. Un día se deprime, se siente abrumado, se siente con gran congoja, y un anuncio en una revista o en un diario, o por la información de un amigo o compañero, le sugieren e informan que en un lugar tal hay un paraíso esperándole, que le quitará todas las amarguras y tristezas acumuladas durante sus largos días de trabajo y por su insana manera de vivir. Uno ve una luz, piensa que todos -los que tienen un buen sueldo como él- lo hacen, que está de moda viajar por lo menos una vez al año. Y se decide, obedece a la fuerza de la vulgar corriente. Ya toda su energía y su dinero estarán supeditados para afrontar eso que cree le restablecerá y le dará la armonía que no tiene. Ya todo lo que se encuentre a su alrededor será relegado, será visto como un estorbo, para poder lograr eso que creemos nos dará la felicidad que no encontramos.
Siempre que se mire desde un centro, que puede ser una idea, una opinión, un proyecto, surge la división. Por eso es que nuestra vida es una contradicción constante. Un constante luchar por conseguir lo que nos hemos propuesto. Yo quiero ir a un lugar, y quiero ir porque allí encontraré paz. Quiero ir porque mi vida no tiene paz, y yo necesito y me gusta la paz. Entonces surge el deseo de conseguir la paz. Y ese deseo de conseguir la paz traerá confusión y sufrimiento. Es el deseo de paz el que hace que me divida de todo, de la realidad de la vida. Por eso me encierro en una habitación, huyo a un lugar apartado, enfoco mi energía y todo mi dinero en construir un proyecto que tal vez me dará paz. Ahora bien, ¿Por qué mi vida no tiene paz en absoluto? ¿Por qué mi vida es un continuo fracaso, donde me siento tan desdichado? ¿Por qué siento ese deseo de huir, de desatender el presente que es la vida cotidiana? ¿Por qué rechazo, desatiendo y desprecio, a los que tengo delante y a mi alrededor? ¿Por qué cuando veo a alguien, no lo veo en absoluto? ¿Por qué esa indiferencia e insensibilidad?
Es porque estamos confusos, estamos neurotizados, vivimos con terrible ansiedad. Mi jefe me pone nervioso, los políticos me dan angustia. Y yo quiero ser sensible, vivir en paz. ¿Qué haré para vivir sin confusión, sin una vida de antagonismo? He visto que en la huida hay dolor. Que al volver de lo que cría me solucionaría todos los problemas estoy igual que antes. Entonces descarto la huida, descarto el ir en busca de lugares, de paraísos que son un reclamo de la manera de vivir consumista, inmoral y despilfarradora. ¿Qué haré entonces si me encuentro con que mi vida tiene muy poco sentido, que me encuentro solo, que no tengo paz, ni alegría, que quisiera ser diferente? ¿Cómo resolveré este angustioso problema, que me consume cada día? ¿Cómo seré capaz de poder ver las cosas con la maravillosa belleza que tienen innata? Porque toda nuestra enloquecedora manera de vivir, con los apremios, el amontonamiento humano, los peligros cada vez más en aumento de una guerra y el peligro nuclear. Todo esto nos agrava aún más nuestra tormentosa vida.
Si yo quiero paz, he de sembrar paz. Esto es tan sencillo y verdadero, como las letras que usted está viendo y leyendo. La paz es lo contrario de la guerra. Y la guerra es la relación de los hombres a su más alta cota de confusión. La confusión llega por la división que se desencadena por el egoísmo. El problema de los hombres, es que tenemos miedo; y este miedo nos hace tremendamente egoístas. Para desprenderse del miedo, uno tiene que ser temendamente humano y compasivo. ¿Cómo voy a ser un ser humano completo, que al ver a otro ser humano lo sienta como si fuera yo mismo? ¿Sabe que cada hombre tiene su belleza, su grandiosidad de la vida? Si sabe ver con gran pasión a cualquier ser humano, sabrá ver también que entre él y usted no hay ninguna diferencia. Que entre él y usted ha habido una gran unión, que ha destruido toda diferencia y toda división. Entonces, tal vez, usted sienta que lo más importante de la vida no es solamente su cuerpo con su incesante apetito de seguridad y placer. Sino que al sentirse unido con todos los hombres, su cuerpo tan requeridor desaparecerá y se callará y será solamente un vehículo al que hay que cuidar debidamente.
En el perdón está toda la belleza del amor. ¿Puede olvidarse del insulto que alguien le lanzó hiriéndole? ¿Podrá mirar a esa persona que le hizo daño y mirarla sin ningún resentimiento? ¿Podrá borrar de su mente la imagen de que usted está ofendido, y la imagen de la persona que le ha ofendido, y no verlo como el agresor? Es maravilloso intentar hacer esto; y si lo hace todas las puertas se le abrirán. No esperemos que alguien nos dé recetas mágicas y soluciones fantásticas, para poder solucionar nuestros problemas. Hay una llave que abre todas las puertas. Y esa llave nadie se la puede forjar más que usted. Si vivimos una vida de unión con todos los hombres, los animales, las plantas, todo lo que existe, esa ansiedad y ese sentido de huida desaparecerá. Y entonces el viajar será visto como algo de una tremenda utilidad. Como algo que es necesario para el bien de alguien o de muchos. Y cuando vaya y vuelva, la confusión no le afectará. La confusión surge cuando la acción es puramente egoísta, es para mi propio y único bien. Hay que estar completamente atentos a los requerimientos de nuestra vida. Si los reprimimos sin más, la confusión surgirá. Si los toleramos y nos dejamos llevar por la incesante corriente de ellos, la confusión también surgirá.
El discernimiento solamente puede llegar con una visión clara. Si veo que un deseo es placentero y egoísta, si lo veo claramente como un peligro para mí y para los demás, el deseo desaparecerá sin ser reprimido. La represión lleva confusión; es confusión. Si hay represión los problemas no se solucionan. La tolerancia y la represión tienen una misma raíz: las dos traen confusión. El hombre que tolera es un hombre inmoral. Uno puede tolerar algo poco importante, pero en sí ya lleva la semilla de la confusión. El que tolera algo, aunque sea trivial, está dentro del mismo ámbito que el que tolera la injusticia, brutalidades, cosas deshonestas. Para poder ver claramente, uno tiene que tener esa gran visión del que tiene un sensible y vulnerable corazón. Sin ser vulnerable, lo que quiere decir morir a todo lo falso, uno no puede ver lo que es la vida. Y la vida es nacer, crecer, ayudar y entregarse a los demás y morir. Y en el comprender todo esto hay una profunda pasión por toda la vida, que nos hace nuevos, como niños tiernos e inocentes. Donde todo puede ser y todo lo que era puede desaparecer.

Solamente se veían uno o dos gatos por el entorno. Una mañana cuando empezaba a clarear el día, debajo de un coche había tres descansando sobre sus piernas. Al volver, al cabo de unos quince minutos, había siete u ocho correteando y persiguiéndose unos a otros. No estaban agresivos, pero sí tremendamente energéticos. Algunos alzaban la espalda y el rabo erizado. Primero subieron por la plaza y después de unos minutos pasó primero la hembra y todos los machos en tropel detrás e ella. Al cabo de un par de horas sólo quedó uno, después de marcharse otro temeroso. La hembra estaba juguetona en un trozo de tierra rojiza, que tenían unas plantas cactáceas de un alto edificio de cinco pisos. Ella restregaba su bajo vientre por la tierra de una manera escandalosa, como con urgencia. El macho grande y desastrado por tanto correr y enfrentarse, estaba un poco asustado y a la vez avergonzado. La hembra era joven y se veía inexperta; al contrario del macho que esperaba sumisamente la oportunidad, posado sobre sus cuatro patas y soportando las miradas de las personas que entraban y salían del alto y gran edificio.


12


Ver es actuar


Dos jóvenes hombres habían llamado a la puerta. Iban vendiendo una revista dedicada a los exdrogadictos. Era por la tarde después de comer y les invitamos a tomar algo caliente y frugal -descafeinado con azúcar, frutos secos y leche-. Vivían en una casa de campo con otros jóvenes que también habían estado habituados a tomar drogas. El mayor y más despierto, fumaba con avidez mientras hablaba del mundo dejado atrás. El otro, más quieto y mas profundo, se perdía entre palabras e ideas -solamente hacía unos meses que había cesado de ingerir sustancias alucinógenas-. Uno les dijo que había tenido contacto directo con la droga y su mundo. Y de la manera que se puede dejar para siempre, es viendo lo estúpido y despilfarrador de cualquier dependencia. Si uno se da cuenta de que para poder ingerir drogas necesita grandes cantidades de dinero, mientras por su alrededor hay personas que no tienen ni siquiera para comer, entonces siente toda la angustia de la culpabilidad. Esta culpabilidad, esta visión de lo deteriorada que está su manera de vivir, da una pasión que es energía. Sin la cual uno no puede rechazar tan absorbente costumbre.

Uno empieza a ingerir drogas porque se siente más libre, pierde el miedo, ve en realidad cómo es uno, sus amigos, sus familiares. Todo ese brillante y maravilloso. Al cabo de un tiempo, la necesidad para ver la maravilla, para sentirse bien va en aumento. Uno no puede cuestionar las decisiones que toman los que dirigen la distribución. Se convierte todo en un clan, una mafia, donde funciona la misma pirámide que en cualquier lugar del mundo. Unos deciden, otros obedecen y acatan. Surge la brutalidad, la mentira, la suciedad, la violencia. Y uno se percata, mientras tanto, de que está perdiendo el tiempo. Que hay seres humanos que necesitan de todo y no tienen nada. Que uno gasta tiempo y dinero, que es energía, en placeres, en actitudes egoístas, que no llevan nada más que a tropezarse con la autoridad, con problemas de salud, o a la destrucción total de uno mismo.
El rechazar una costumbre, un hábito, y desprenderse de ellos sin haber llegado a la raíz de lo que es la dependencia, no traerá el orden. Sino que pasaremos de una costumbre peligrosa y cara a otra menos peligrosa y menos costosa. Esto es una especie de reforma con el mismo patrón de siempre. Nuestra vida es una reforma sin fin, nunca llegamos a encararnos con la realidad de los hechos, con la misma raíz de las cosas. Esto es así porque en ello hay implicadas varias cuestiones: el cambio, el tiempo, la sinceridad, la ignorancia. El cambio es tiempo. Yo no puedo deshacerme de esto o aquello: pero por medio de un cambio, que me puede hacer invertir un día, una semana, un mes, un año o diez, lograré quitarme de encima eso de que dependo y me esclaviza. Los que dirigen, los especialistas, tienen una información tendenciosa y condicionada, lo que nos lleva a la ignorancia. Todos los impedimentos que hacen tan difícil el desprenderse de algo, están ahí por falta de una visión clara de la realidad de los problemas. El entender, el comprender un problema: ahí está la solución. Cada problema tiene su solución, pero todos se resuelven con una gran comprensión de su totalidad. Entonces el problema se resuelve solo.
La vida la hemos convertido en fragmentos: los libros, el trabajo, el ocio, los ideales, la familia, las dependencias. Y cada fragmento está estrechamente conectado con el resto. Esto es así de maravilloso y asombrante. Uno no puede pretender solucionar el problema del trabajo, dejando de lado el de la familia. Yo no puedo ser una fiera detrás de un despacho y acto seguido, cuando voy a mi casa y me relaciono con mi esposa, ser dulce y sumiso, Esto es hipocresía y hace tener comportamientos neuróticos. De la misma manera, uno no se puede debatir entre una esclavizante dependencia y pretender ser serio ante la crítica lectura de un libro. En todo esto está implicada la honestidad. Ser honesto es algo bello y fresco. Sin honestidad uno no puede avanzar. Se encuentra cogido de pies y manos. Cuando alguien está esclavizado, ha de ver -si quiere y está lúcido- de qué manera se puede desprender de la esclavitud. Si ve su situación y no quiere entonces está atascado.
Cuando alguien se enfrenta a algo que considera grande, lo primero que surge es el miedo. El miedo es la falta de seguridad. Y sin seguridad nuestros cerebros no pueden resolver los problemas correctamente. Entonces uno se queda donde estaba: en la esclavitud. Esclavitud quiere decir ser esclavo de algo: del dinero, de la religión, de las drogas, del partido político, de las posesiones. Casi todos somos esclavos. Hay que señalar que uno también depende del pan, de la ropa y zapatos para proteger el cuerpo, de algo de dinero, de infinidad de cosas. Pero estas dependencias son vitales y por lo tanto no llevan tanta confusión. La esclavitud de que hablamos es la que surge por medio de la ignorancia. Un hombre que ya ha comido y vuelve a comer sin necesidad -por excitación, o por complacer a otros- está dentro del ámbito de la esclavitud y por lo tanto de la ignorancia. Pues esa segunda ingestión de alimentos, además de ser un derroche de energía, seguramente le afectará negativamente a su organismo.
Si no somos como una pared en blanco, uno quiere ser libre. Los altamente afectados por perturbaciones mentales, puede que no deseen desprenderse de la esclavitud. Pero si somos hombres cabalmente, tenemos que tener esa pasión -que no es fanatismo- para poder salir de la esclavitud. Sea cual sea. Tanto ideológica, intelectual, religiosa, cultural, la esclavitud es lo que más deteriora a los hombres. Para tener esa gran pasión, que no es más que la energía infinita de todo el universo, uno tiene que vibrar a toda la vida. No estar adormecido, no estar con esa embriagadora rutina que nos hace mortecinos. Esta pasión y energía sólo puede venir por el sentimiento de urgencia y necesidad. Uno ha visto que la dependencia es esclavitud. Que ser esclavo no es ser un hombre entero, total y completo. Que la esclavitud es la trama de donde empieza a surgir todo el dolor humano. En la esclavitud va implícita la obediencia, el miedo, la imitación, la autoridad, el sufrimiento. En un país que esté regido por un dictador la esclavitud está por toda partes.
Si el dictador es un político, un dirigente, un religioso, un gurú, es fácil ver dónde esta el motivo de confusión. Aquí la causa de la esclavitud es algo patente, grande, visible y fácilmente de observar. Pero cuando la causa es algo encubierto, algo personal, algo sutil y poco importante, es más difícil de observar y poner al descubierto. Aunque la trama psicológica y la solución sean las mismas. Cuando uno descubre la falsedad de una pequeña dependencia, todas las demás -las grandes y las pequeñas- también tocan a su fin. Si yo veo que en la dependencia, la que sea, hay peligro para mi vida, pues me están dirigiendo, ya nada tendré que ver con personas, opiniones, sustancias, que me esclavizan. Los obstáculos surgirán para el que no haya visto el veneno de la dependencia, con su insensibilidad. La dependencia adormece y lleva hasta extremos inimaginables las tonterías que se pueden hacer, con tal de seguir con la seguridad que proporciona el dejarse llevar por la rutina y la repetición. Lo viejo, la repetición, es el pensamiento. Y el pensamiento es dolor. El pensamiento va de lo conocido a lo conocido. No quiere salir de este círculo, que lo tiene aprisionado y esclavizado.
Cuando ha visto la falsedad de todo lo que se refiere a la dependencia, ¿qué es lo que le impide rechazarla totalmente para que no vuelva jamás? Porque si tengo otra dependencia, por pequeña que sea, el problema sigue sin resolverse. Cuando uno resuelve esta tremenda y grandiosa cuestión, resuelve todas las otras cuestiones de la vida. Por tanto uno se queda solo. Se enfrenta a toda la trama de este enloquecido y malvado mundo. Por lo tanto, si no ha visto la verdadera nocividad y falsedad de la dependencia, uno se quedad donde estaba, no puede avanzar. Para que venga lo nuevo hay que morir a lo viejo. Si yo he visto el peligro de depender de algo, mi jefe, mi esposo, mi partido político, mi droga, mi religión, mi gurú, lo que sea, y veo que en ello destruyo mi felicidad y la felicidad de los demás, ya no dependo en absoluto. Y la dependencia se acabó. Acabar es poner fin a algo. Acabar es morir. Uno tiene que morir todos los días a multitud de cosas. Y en ese morir está la vida.

En un bancal, que lindaba con la carretera de tierra y piedras y una fábrica, había varios almendros. El bancal, por la cercanía con el núcleo urbano, no lo cultivaban debidamente: tenía altas hierbas tupidas, verdes silvestres. Dos de los almendros tenían desgarradas del tronco una de las principales ramas. Estaban recostadas sobre el suelo y las hierbas las rodeaban. Deberían de estar mucho tiempo en esa posición, pues por la parte por donde estaba el desgarro lo tenían completamente cicatrizado y del mismo color del tronco y las ramas. La conexión con el tronco era en cuanto apenas. Y en esa pequeña unión pasaba toda la grandiosidad de la vida. Enverdeciendo las delicadas hojas, como si no hubiera sucedido nada. Los pajarillos de plumaje oscuro y enverdecido, gustaban posarse y cantar en las altas ramas . A la llegada del buen tiempo grupos de jilgueros se cobijaban entre estos grandes y envejecidos almendros.


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La tolerancia


“Estoy harta de ayudar y encima que me maltraten. Por eso ahora me he hecho egoísta”.Quien así hablaba era una mujer mayor -unos sesenta años-, toda ella gruesa menos la cara. Había hecho un largo desplazamiento para ver a su hija y a su nieta recién nacida y demás personas. El marido, un militar, después de hacerle seis hijos la abandonó por otra mujer. A partir de entonces -según ella- le vinieron todos los problemas. Tres de sus hijos se debatían en la droga y el comportamiento caótico que ésta provoca. Su padre, un marinero retirado; y su madre, una californiana que se dedicó a dar clases de inglés; le ayudaron en cuanto apenas. Ella había tolerado que sus hijos tomasen y comerciasen con drogas blandas y todo lo que ello conlleva: dinero fácil y toda clase de ilegalidades. El resultado fue que dos fueron a parar a prisión y el tercero -que era mujer- se ganaba la vida comerciando con su cuerpo por las calles. Al enviudar, la pensión que le había dejado su marido la tenía que compartir con la otra mujer, que había vivido hasta la muerte de éste. Aunque tenía un aire desesperado y enloquecido, se las arreglaba para sacar dinero de donde fuera y como fuera. Era una mujer sumamente ignorante, caprichosa y fuertemente egoísta. Nada más llegar, mantuvo una conversación-discusión con su hija: “¿Vas a bautizar a la niña?”, preguntó la recién llegada mujer. “¿Para qué?”, replicó la joven madre. “Sabes que si no la bautizas no será nada, será como un perro”, sentenció dogmáticamente la alterada mujer. La joven madre le explicó: “Que la niña sería lo que ella y su padre le enseñasen. Que si ellos eran cristianos, la niña aunque no fuese bautizada pensaría como una cristiana. Que el ser cristiana o no cristiana importaba poco. Lo importante era la pureza de su corazón. Lo importante era lo que le transmitían al bebé. Si los padres y lo que le transmitían era bueno, no importaba ya el bautismo y nada de todo eso”.
Al tercer o cuarto día de la visita, después de imponer varios de sus criterios y modos de vivir, uno le dijo que era una falta de respeto y de consideración la actitud que desarrollaba, ya que era una invitada y donde estaba no era su casa. Que no estaba bien el dar un consejo -ya que casi todos eran erróneos- a sus nietos delante de los padres. Ella dijo: “Que quería que sus nietos estudiasen una carrera”. A lo que uno le preguntó: “¿Por qué?” Ella contestó: “Para que no sean unos basureros o albañiles, o unos idiotas”. Entonces uno le señaló enfáticamente: “Que no tenía ninguna clase de estudios superiores y sin embargo no era ningún idiota”. Ella dijo: “Eso yo no lo sé”. “¿No lo sabe? ¡Pues ahí están los resultados!” Dijo uno enfadado y energético.

La tolerancia es la causante de muchos males. Al negar la tolerancia, no queremos decir que hay que ser inflexibles, que tengamos que ser fanáticos. La tolerancia es pereza, es insensibilidad, es egoísmo, es ignorancia. ¿Sabemos por qué el mundo está con su desgraciado sufrimiento, con su dolor y miseria? ¿Sabemos por qué hay gente por las calles, echadas por los suelos, pidiendo algo para poder comer? ¿Sabemos por qué hay personas que se mueren de hambre cada día? ¿Sabemos por qué hay explosiones de bombas por las calles? ¿Por qué hay guerra? Porque nosotros toleramos. Puede investigarlo profundamente y verá que si no lo toleráramos, ni un solo día más, todo esto desparecería de la tierra. Pero cada uno de nosotros pensamos que podemos hacer tan poco, que ni nos planteamos lo que es la desdicha de los hombres que sufren. Porque aunque usted no lo sienta dentro de su ser, hay hombres que sufren por no tener un empleo. Hay otros hombres que sufren por la brutalidad de los estados. Todavía se tortura a hombres para poder sacar información de algo que dicen que va contra los estados.
Los estados, tanto los socialista, como los comunistas, las democracias, todos tienen el mismo sistema de dividirnos. Este es el enfrentamiento. Ellos se las arreglan de manera que nos sentimos divididos y nos enfrentamos unos contra otros. En los países comunistas el enfrentamiento es con el mundo consumista y capitalista. En las democracias, que no lo son pues las mentiras y la falsedad impiden la libertad, se nos enfrenta con las izquierdas, las derechas o el centro, o cualquier otro grupo de personas. Todos estamos enfrentados. Este es el único patrón que vemos para vivir. Sin el enfrentamiento nuestra vida nos parece mortecina, nos hundimos. Según los científicos y especialistas, el hombre está evolucionando, sigue con su desgraciada manera de vivir, desde hace varias decenas de millones de años. Así que el reto es grandioso y a primera vista imposible de resolver. ¿Cómo voy a terminar con esta mente, que ha estado condicionada por tanto tiempo: por mi familia, por mis antepasados, por todos los muchos miles de años que el hombre anda por la tierra, cómo voy a terminar, pues, con la mente que siempre está enfrentándose, dividiéndose del mundo que la rodea, de los hombre con quien vive?
Si decimos que poco a poco, o eventualmente, iremos desprendiéndonos de la vieja manera de vivir; iremos descartando nuestros antiguos hábitos; iremos viendo la posibilidad de cambiar; entonces el problema sigue sin resolverse. Uno tiene que sentir la necesidad, la maravillosa urgencia del desprendimiento, de dejar todo el sistema de vivir que nos enfrenta y nos destruye. Si introducimos el factor tiempo, está manera tan cruel de vivir no se acaba. Porque aunque creamos que estamos resolviendo el problema, estamos haciendo siembra de nuevos conflictos y enfrentamientos. Por eso el factor tiempo es un engaño: yo me digo que seguramente dentro de un mes, un día, una semana, un año, podré estar libre del conflicto y el enfrentamiento. Pero no me doy cuenta, que si no termino con el enfrentamiento y el conflicto en el mismo instante en que me digo esto, hasta llegar a la fecha prevista he estado sembrando la semilla del conflicto. Por lo tanto cuando termina el plazo previsto, para poder dejar la vieja manera de vivir que me divide y me destruye, tendré que habérmelas con los nuevos conflictos que he provocado hasta llegar al final.
Uno necesita tiempo para construir una casa, para saber escribir bien, para saber cocinar. Uno necesita tiempo para nacer, crecer, envejecer y morir. Pero, ¿tiene cabida el tiempo en lo psicológico? ¿Tiene algo que ver el tiempo en la resolución del problema de la vida? Lo más fácil y lo que primero viene a la cabeza es detener el tiempo. El tiempo es pensamiento. Sin el pensamiento el tiempo no existe. Está el pasado, los muchos miles de pasados, que forman el presente, lo que somos ahora. Y este presente inventa el futuro. O sea que el tiempo como pasado, presente y futuro, es una invención del pensamiento. Entonces el tiempo es pensamiento. Lo que quiere decir que la siguiente pregunta es: ¿Cómo voy a deshacerme del pensamiento? El pensamiento que ha inventado todos los sistemas ideológicos, el pensamiento que se identifica con la familia, el país, un ideal religioso, con el dinero, con el placer, con el cuerpo y toda la vida. El pensamiento, como ya dijimos, también es el responsable de los avances tecnológicos, como el ir a la luna, la computadora, el motor de explosión, los inventos que están ocultos para la mayoría de las personas. Esto también es pensamiento.
Pero lo que nosotros decimos es: ¿Podemos terminar con el pensamiento que mide el tiempo como ayer, hoy y mañana, como lo bueno y lo malo, como el blanco y el negro, como el capitalista y el comunista, como el asiático y el europeo; con el sistema de dualidad que es el que engendra el conflicto y el enfrentamiento? Entonces si no hay dualidad, ¿quién es el que quiere que termine el tiempo? Es decir, ¿el qué pregunta es diferente del no-tiempo? O sea el tiempo lo hemos inventado nosotros y en la visión absoluta y completa de esta invención es dónde está la cesación del tiempo psicológico. Del tiempo como todos los infinitos ayeres, que hacen el presente y este a su vez haciendo el futuro.
Lo que es lo mismo, de otra manera, el pasado con los millones y millones de años de vida en la tierra con su conflictivo vivir de los hombres, con sus disputas y estupideces, es todo el inmenso pasado que se manifiesta en el presente. El presente en nuestra vida con su amargura diaria, con su dolor de los que no tienen nada, con su dolor de los que tienen mucho, con el sufrimiento por la inseguridad de empleo y la corporal, con las hambres de los más desafortunados, con las carnicerías de la guerra, y este presente, para muchos afortunadamente no nos gusta, e inventamos el futuro. Es decir, lo que es ahora no me gusta y entonces invento lo que debería ser.
Ahora bien, ¿quién es el observador de todo esto? ¿Es diferente de la cosa observada, de la realidad? O lo que es lo mismo, ¿yo soy diferente de mi vecino, de mi esposa, del panadero, del compañero, de mi hijo? Cuando uno se da cuenta de que no existe la dualidad como el “yo” y el “tú”, como “ahora”, “antes” y “después”; cuando el observador es o observado, el tiempo con toda su inmensa confusión llega a su fin. Una mente que ha llegado a tal verdad, lo ve todo como una totalidad. Y por lo tanto el tiempo psicológico no le afecta. Cuando esto tiene lugar cesa el incesante deseo; y cada reto o problema será resulto de una manera diferente a la acostumbrada, a la vieja manera conflictiva del enfrentamiento. La acción será no-acción. Pues uno ya “no actúa”. Porque uno es la totalidad y en cada acción está toda la energía infinita e indestructible del universo. Donde haga lo que uno haga estará dentro del orden

Desde encima de un puente se veía toda la grandiosidad del lecho seco de un río. Su nombre quería decir, más o menos, curvoso. Bajaba de lo alto haciendo los recodos a que le obligaban las montañas. Debería ser un río muy rápido, pues las huellas que el agua había hecho desde su creación daban vértigo. Abundaban las piedras desde el tamaño de la cabeza de un hombre, hasta las pequeñas y diminutas. Todas estaban lisas y redondeadas, sus caras eran finas y pulidas. En las curvas que hacía el río se notaba toda la fuerza poderosa del agua, pues estaban desgastadas y talladas. Más abajo el agua, que había pasado probablemente desde la creación de la tierra, había hecho unos escalones blancos y limpios. Todo era como una enorme escultura que no había sido tallada por el hombre. Cuando se le miraba hacia arriba, uno sentía como si el agua enfurecida tuviese que aparecer arrollando todo lo que encontraba por delante.


14


Hombres a la deriva


Una mañana lluviosa. Después de hacer varios menesteres, nos dirigimos en busca del coche. Al pasar por una calle estrecha y oscura, donde no podían circular coches, en la puerta de una oscurecida iglesia había un hombre de unos cuarenta años pidiendo. La iglesia era grande y antigua, en ella no se veneraba ninguna imagen. El organista tocaba para las pocas personas que había en su interior. Era un lugar donde, por su situación en el centro de la gran ciudad, solían asistir personas de posición acomodada. En el último banco, cerca de la puerta de entrada, había un hombre de muchos años sentado. Tenía el el pelo y la larga barba toda blanca. Un hombre bien vestido le dio algo en la mano. Nos acercamos a él y le dijimos qué cómo se encontraba. “¿Cómo quieres que me encuentre?” Replicó. Llevaba una gabardina, que parecía humedecida, color marrón oscuro y unas bolsas junto a sus piernas. Era un hombre fuerte en su mirada y en la voz. “Esta noche la he pasado en el portal de una casa de una calle cerca de aquí”, dijo el anciano y continuo: “Estoy esperando que me toque el turno para ir al hospital, pues estoy enfermo”. Uno le dijo que porqué no iba a la casa de caridad, donde probablemente le acogerían. Él contestó: que para que le atendiesen allí tenía que esperar y que era muy complicado.
En una pared del vestíbulo había colgado un cocodrilo embalsamado no muy grande. La barriga la tenía junta a la pared. Su cuerpo también estaba oscurecido y frío. Allí en la puerta de entrada, en el mismo escalón después de la acera, estaba el otro hombre que tampoco tenía nada. Había puesto una cajita rectangular de cigarros en el suelo y allí tenía unas cuantas monedas. Uno le dijo que entrase ya que estaba todavía lloviendo y se mojaba. Él dijo que no importaba. Uno insistió y al final entró superando la gran puerta de madera. Tenía todo el aspecto de la miseria que padecen los hombres que no tienen nada y viven en una gran ciudad. No tenía trabajo. El desempleo -la aportación económica- se le había agotado y no veía más remedio que la mendicidad. Uno le dijo que si los políticos no le arreglaban los problemas. “Los políticos no hacen nada”, contestó con una risa desafiante. Uno le replicó que los políticos no podían hacer nada porque no lo sabían. Y si lo sabían se lo callaban.

En todas las partes donde vayamos siempre hay personas que viven en la más espantosa miseria y por las calles. Según informaciones, solamente en Suiza no se ven esos lugares tan desastrosos, donde los hombres viven con gran suciedad y pobreza; y tampoco se ven por las calles a hombres a la deriva pidiendo para poder vivir. En los demás países, como Alemania, Francia, Inglaterra, EE.UU., hay hombres que viven apartados con su pobreza y desesperación. Uno se pregunta: ¿Quién es el culpable de tanto sufrimiento? ¿De dónde puede surgir tanta angustia y agonía para poder vivir? ¿Puede cesar esta desdichada situación? Y si puede cesar, ¿por qué no cesa? ¿Por qué el hombre tolera desde hace tanto tiempo que otros hombres, igual que él, sufran y tengan una vida tan dolorosa? Estamos hablando solamente de los países más desarrollados. No nos hemos referido a los subdesarrollados, o los llamados tercermundistas. No nos hemos referido a la lejana India, donde se vive y se muere por las calles; donde muchísimas personas no tienen nada que comer. Tampoco nos hemos referido a África donde la pobreza, las miserias, las brutalidades, las tantísimas muertes por hambre recorren todo el continente. Y tampoco hemos incluido al principio la desafortunada situación de los hombres de América, donde desde hace varios siglos se les somete a la repetitiva crueldad de la pobreza y a la marginación que ésta conlleva.
Preguntamos, pues: ¿Quién es el culpable de tanto desorden y desdicha? ¿Puede haber un final para esta absurda situación, que nos puede destruir a todos? Ya que podría haber una fuerte demanda de los que sufren y desemboque en otra cruel guerra. O tal vez no podemos solucionar estas desagradables situaciones tan desesperadas y tengamos que acostumbrarnos -como ya lo estamos- a verlas como algo natural e ineludible. Si hay una solución, ¿cómo la abordaremos? ¿Con gran pasión y energía? ¿O con poco entusiasmo y flojedad? En la comprensión de cualquier problema está la solución. Esto está claro: Si yo pretendo hacer un paseo por el campo, mañana por la mañana, y al día siguiente cae abundante lluvia, el problema es que no puedo pasear a causa de la lluvia. La solución del problema es hacer otra cosa que no sea ir a pasear al campo. Porque he visto, he comprendido, que con la lluvia pasear por el campo es muy complicado y peligroso. Así pues, vamos a abordar este problema del sufrimiento humano, de la pobreza, de la miseria de los hombres; con toda la pasión que tengamos, para poder ver si podemos comprenderlo y al fin darle la solución.
Todos los grandes problemas y las situaciones complicadas tienen unas soluciones fáciles y sencillas. Uno nada más necesita estar despierto para poder ver claramente lo que acontece, lo que es el problema. Así que vamos a ver si el gran problema de la pobreza y la miseria tiene una solución, o no la tiene. Uno ve por la calle a un hombre necesitado que le pide. ¿Qué hará, pasará de largo sin prestarle atención, tan siquiera ni mirarlo? ¿Lo mirará y dirá pobre hombre y seguirá con su camino? ¿Sentirá vergüenza, incluso repugnancia, cuando vea toda la miseria que lleva acuestas tras de él? Si hace todo esto no ha erradicado la pobreza, ni la miseria, dentro de usted. Por lo tanto, si nosotros somos el resto del mundo éste seguirá con la pobreza y la miseria. Uno es el mundo y el mundo es uno, vale decir todos. La sociedad la hacemos todos y cada uno a la vez. Si somos ansiosos, con nuestro afán de conseguir nuestros inacabables deseos, si somos deshonestos y brutales, la sociedad -el mundo- reflejará todo este desagraciado comportamiento.
Si cuando al ver una persona a la deriva, que sufre, que está en la miseria, y que se ve irremediablemente sin poder salir por ella misma de esta desafortunada situación, tiene comprensión por ella, si tiene amor por ella, que es energía, y la atiende, la respeta, le da lo que honestamente puede, usted ya ha erradicado la pobreza, y toda la suciedad que esta conlleva, dentro de su ser. Entonces uno ya no tiene que ver nada con la pobreza, ya no es responsable por los sufrimientos que ésta ocasiona. Nuestra vida no es así, todos estamos arrastrados por los deseos que no cesan. El trabajo, esclavizante y destructivo de la mente y la sensibilidad, nos hace fríos y brutales. Nos hace ver a las demás personas, o como amigos para lograr algo -ya sea seguridad por sentirnos identificados con él, ya sea porque nos puede ayudar en un momento de apuro-, o como enemigos que nos molestan, que nos perturban, que nos irritan e incluso nos dan asco. También puede suceder que esté tan dormido y embriagado por cualquier situación, que cuando vea a una persona ni siquiera la vea, que la mire como si fuese una mesa, una piedra o un animal. Entonces usted no es una persona completamente, sino que vive según le dictan los demás, alguien, o algún grupo. Su vida se limita a obedecer, a trabajar largas jornadas de trabajo, vivir abrumado por los gastos económicos -que aún lo esclavizan más- y a tener falsas relaciones con su esposa, familiares y amigos.
La parte está dentro de lo total. Si uno descarta la frialdad de su corazón, si uno tiene suficiente tiempo para atender a cualquier persona que lo necesite, si le da lo que puede, si sabe sentir en el hombre que sufre y se encuentra solo y arrinconado por todos los demás, usted está influenciando en este enloquecido mundo para que desaparezca la pobreza y la miseria -se percate o no-. Esto es así de maravilloso y claro: una gota de agua entra dentro de un vaso y en el momento de mezclarse ya es toda el agua que contiene el vaso. Así que uno se pregunta: ¿Qué hará con su tiempo que es su vida, trabajará y trabajará sin fin hasta que legue la vejez, sin prestar la más mínima atención a su sensibilidad, que es tanto como decir sin importarles los hombres que sufren por todas partes? ¿Seguirá con el viejo patrón de hacer un cambio de costumbres, de maneras, pero sin haber rechazado todo lo falso y deshonesto que hay en nuestras vidas? ¿Podrá ver en un instante, ya que el tiempo es un impedimento y un a trampa, que es el responsable directo de toda la amargura y desesperación que padecen personas como nosotros; y que a la vez puede hacer algo para que esa responsabilidad desaparezca de usted?
Uno no puede esperar, aplazar, analizar interminablemente, para tener que hacer algo, ya que el análisis tendrá el mismo color que el analizador -estará teñido de la confusión del que analiza-, porque todo esto pertenece a la falsedad del tiempo. Cuando uno ve que su casa se quema actúa sin más, no piensa, no aplaza, no divaga, ni analiza las motivaciones y las causas, simplemente hace algo. Ahora la pregunta es: ¿Qué hará viendo que su gran casa que es el mundo y todos los que están dentro incluido usted, está ardiendo? Si está cuerdo y sano hará algo al respecto. No pregunte lo que tiene que hacer. Esta pregunta le haría obediente y sumiso a otro patrón o sistema más. Simplemente haga algo para que no haya desorden. Y lo demás, la inteligencia del amor, le dirá qué es lo que tiene que hacer.

Bombarderos pequeños pasaban por encima de las frágiles y humildes casas. Daban una sensación de irritabilidad al hacer un ruido rápido, escandaloso y abarcante. Uno no entendía el motivo para aque aviones de guerra pasasen repetidas veces por encima de un pequeño pueblo. No se podían ver, pero el ruido escandaloso daba a entender que volaban muy bajo. Al final se vio a uno que se dirigía hacia el oeste perdiéndose por el valle.
El tiempo era muy inestable: había vuelto el frío, las nubes eran abundantes, oscuras y blancas, finas y gruesas; la lluvia caía a torrentes y a veces suave; los relámpagos iluminaban la oscura noche; y los truenos sobresaltaban . El resultado, la consecuencia de tanta inestabilidad, era una alta confusión en las personas. Uno niños insultaban a un hombre ya mayor, luego se pegaban y reñían. Otro niño era rechazado y golpeado por una pelota; un joven hombre era estirado por la camisa y se le rompían los botones. Los cuerpos se resentían. Un hombre había dejado una furgoneta en doble fila y un pequeño camión no podía pasar, la hilera de coches empezó a hacer funcionar las señales acústicas y al final, en vista que no hacían efecto, uno por uno fueron haciendo marcha atrás saliendo del atasco los impacientes conductores.


15


La muerte


Un niño recién nacido, de unos siete días, había muerto repentinamente en el vecindario. Los médicos le habían examinado y al parecer no tenía ninguna lesión orgánica. Después del examen dijeron que era la muerte súbita del lactante. Casualmente, al día siguiente, uno fue a casa de los padres: una mujer alta con aire agitanado; un hombre también alto, rubio, centroeuropeo; los dos tenían un aire joven y moderno; con ellos vivía un hijo de unos cuatro años.
Uno se comportaba como si no hubiese sucedido nada. Por lo que el padre dijo: “P. ya no está aquí. Está muerto”. Uno respondió que ya lo sabía . “Estaba durmiendo y se olvidó de respirar”, continuó el padre. Uno dijo que entraría en un profundo éxtasis. El padre se encontraba desencajado y un poco alterado. Uno le contó que a los pocos meses de haber nacido, una enfermedad le había dejado paralizado la pierna derecha. Que los padres deberían de haberse sentido abrumados, y se preguntarían el porqué les había sucedido a ellos esa desgracia. Que la vida era así de sorprendente e inimaginable. Cuando uno salía la madre lo llamó, ella estaba sentada sobre la cama llorando des consolada, con su marido al lado poniéndole el brazo alrededor del cuello para intentar tranquilizarla. Uno la miró sin decirle nada. El otro hijo estaba alegre y feliz, como si no hubiese pasado nada.

Siempre que ocurre alguna situación inesperada y muy sorprendente todo nuestro ser se conmueve, como una hoja de papel arrastrada por el fuerte viento impetuoso. Esto es así cuando llega una catástrofe natural, cuando hay un cambio fuerte y rápido de una manera de vivir, cuando hay un acontecimiento muy raro y sorprendente, ante una noticia triste, etc. Entonces, en ese preciso y doloroso momento, nos damos cuenta de quiénes somos y qué es lo que hacemos. Nos damos cuenta de qué poca consistencia tiene nuestra vida y qué poco sabemos de ella. En este delicado momento quisiéramos arreglarlo todo, cambiar rápidamente nuestra manera de vivir. Pero el pasado, nuestro pasado, se manifiesta indefectiblemente en el presente y ya nada se puede cambiar. Entonces vemos lo equivocados, lo adormecidos que estamos, lo vulgares que son nuestros comportamientos.
¿Por qué hemos de necesitar una tremenda conmoción, un fuerte choque, para que tengamos que despertarnos a la realidad, a lo que es la vida? ¿Por qué no podemos vivir con gran atención a todo lo que acontece, y a lo que puede acontecer, y así no sentir la terrible sacudida de la sorpresa que nos hace añicos? Es porque vivimos una vida vulgar y aburguesada, una vida de placeres, una vida falsa y repetitiva. A todos nos gusta seguir a alguien que es más inteligente, que nos dice lo que tenemos que hacer, que por nuestra ignorancia le hemos dado autoridad. Y así nos convertimos en personas repetitivas y vulgares, sintiéndonos resguardados y acogidos al ver que no estamos solos. Por identificarnos con algo, o en alguien, que nos hace olvidar nuestra estúpida y falsa manera de vivir. Hay algo que está tan claro como que el sol saldrá mañana para iluminar y dar calor a una parte de la tierra, y es que el placer lleva al dolor, No es que estemos en contra del placer, no somos monjes que se reprimen y torturan el cuerpo, sino que sabiendo a dónde llega éste nada más fluye a la superficie, se diluye y desaparece.
Una de las causas de la ignorancia es la poca profundidad que tenemos. Casi todo lo que hacemos y pensamos es cosecha de otros. No nos gusta investigar en soledad o en compañía, no nos gusta desnudarnos, ni que nos desnuden, no nos gusta vernos tal cual somos. Por eso, es que somos tan poco profundos. Por eso es que estamos identificados con algún partido político, idea reformista, algún proyecto complicado y costoso. Así siempre estamos andando de un lugar a otro en busca de paz, en busca de tranquilidad, en busca de belleza. Como no la encontramos caemos en los placeres. El sexo, las drogas, la moda, los viajes, es lo que nos hace vivir. Y por tanto nos hacen vivir la vida que vivimos todos los días: disputas, tristezas, la agonía diaria de ir a trabajar, depresión, ansiedad, brutalidades, mentiras y falsedades, etc., etc. Uno se pregunta ¿puede esto, toda esta desgraciada manera de vivir -con su engaño, su doble personalidad-, tocar a su fin? ¿Puede uno mañana por la mañana cuando se levante ser nuevo, ágil, feliz, sentirse con una gran energía capaz de transformar su vida y transmitir ese maravilloso estado de paz y bondad a los demás? ¿O se siente tan encajado y acoplado que le resulta una gran incomodidad verse como es, e investigar porqué se siente sacudido cuando algo que no es normal y repetitivo acontece?
La elección es suya. Si opta por la vida, la vida con mayúsculas, la vida con la totalidad, mirándola seriamente como es y no como me gustaría que fuese, tiene que sentir que usted es el responsable de cuanto acontece. Uno puede decir que es empujado, o ha sido arrastrado por algo que usted no percibía. El resultado es el mismo, nosotros somos los responsable de lo que acontece. Tal vez en el momento de intenso dolor y soledad se dé cuenta, por un instante fugaz, que usted ha hecho mucho para que su vida sea lo que es: un mar de confusión y dolor. Los hombres lo podemos amañar astutamente con cantidad de palabras, teorías, ideas imaginativas, huidas placenteras, al final esta la factura del dolor. El dolor no existe. El dolor lo fabricamos nosotros con nuestra manera de encarar los retos y las cosas. Si nuestra vida fuera tan limpia y vulnerable como la de un bebé, el dolor no lo sentiría, no le afectaría. El dolor es algo muy complejo y complicado. ¿En la necesidad hay dolor? ¿Sufre y por tanto siente dolor el animal que es abatido por otro más fuerte y poderoso para poder subsistir? ¿La crueldad de los animales es tan cruel como parece a los hombres civilizados? Es algo que se tiene que descubrir.
Lo que sí que está claro, es que si uno maltrata a una persona, ésta sufre. Lo que está claro también es que si no respeta, si no atiende a un ser humano, éste siente dolor. Lo demás, la elucubraciones interminables, las teorías de charlatanes, los líderes y sus proyectos, las reformas sociales, no importa y no sirve de nada. Cuánto tiempo malgastamos en leer y estudiar lo que los otros han dicho. Cuando uno sabe ver la realidad de las cosas, la realidad de lo que es la vida en su totalidad -no un fragmento, un trozo, un segmento, que es mi insignificante vida-, no necesita leer ningún libro para poder saber lo que tiene que hacer. Uno se siente solo completamente ante el mundo, pero esta soledad no molesta, ni corroe. Es la soledad de la profundidad, que tiene una gran belleza. La belleza no es una gran montaña; la belleza es una vida de virtud y sensibilidad. Si no estamos en orden todas las maravillas se tornan distorsionadas y feas. En el orden, que es armonía, está incluida la belleza. En otras palabras: uno con su actitud crea y destruye la belleza. A más confusión y caos menos belleza, menos armonía, menos sensibilidad.
Algo que nos marea y nos hace ser lo que como somos, sin lugar a dudas, es el aceptar lo que otros han repetido una y otra vez, hasta que se convierte en parte nuestra. Nosotros somos la cultura de donde hemos nacido, somos lo que los familiares nos han inculcado, somos lo que los líderes y maestros de última hora -o de la antigüedad- dicen o han dicho. El resultado de todo ello está bien patente a nuestro alrededor: jóvenes hombres irrespetuosos y agresivos sino violentos, dirigentes incompetentes, falsos y deshonestos -que tratan a las personas con desprecio e inhumanidad-, la brutalidad de la autoridad, el hambre -siempre existente a pesar de los avances en biología y agricultura: un hombre contó hace unos días que habían quemado unas plantaciones de trigo tan grandes como casi toda la península Ibérica-, las muertes violentas tanto de terroristas como por soldados uniformados que representan a un estado. Y esto es nuestra cultura; esto es nuestro diario vivir que no cesa en su degeneración. Todo esto sucede así porque nosotros ayudamos a que lo sea. No lo aceptamos categóricamente; pero no hacemos nada para que esta desafortunada manera de vivir desaparezca, lo que es tanto como afirmarlo y tolerarlo.
Alguien puede argumentar que está a favor de los obreros, los desafortunados y los que padecen. Que está en contra de esto o aquello. Pero esto no quiere decir nada. Al contrario, esto nos divide de los demás. Si uno pertenece a algún grupo político de derechas, todos los que sean de izquierdas los verá como enemigos. Si uno dice estar en contra de alguien o de algún sistema que dirige alguna parte del mundo, se sentirá dividido y su odio le llevará a la ceguera de la ignorancia. Mientras estemos divididos y fragmentados, por mucho que hagamos en favor de tal o cual causa, aunque sea piadosa, la confusión estará dentro de nosotros. Y donde hay confusión llega toda la desdicha del dolor. Donde hay confusión, que es la manifestación de la división, surgirá la brutalidad, la crueldad, la violencia y al final de todo la locura de la guerra. Sentirse dividido es perder la oportunidad de vivir en gozo y belleza. Donde hay belleza es imprescindible que exista unión. Si uno ve una planta, con una flor delicada y vulnerable, y en el momento de la observación se interpone algo entre usted y la planta no podrá gozar de la belleza de la policromía de la flor, el aroma del lugar, el lugar que tiene usted y ella en la naturaleza.
Hagamos lo que hagamos, si al final nos divide estamos perdidos y atascados. Toda la energía que gastamos en conseguir lo que nos proponemos -ya sea elevado, sublime, romántico o positivo-, si nos divide, de nada sirve. Uno podrá creer que está en buen camino, pero si hay división y antagonismo el sufrimiento y el dolor surgirán. Así que todo nuestro empeño tiene que estar enfocado para que la división no aparezca. Para que esto pueda ser, el esfuerzo tiene que llegar a su fin, la moralidad y la honestidad en cada acto de nuestra vida diaria debe estar presente, la compasión por todos los hombres -sin exclusión- tendrá que presidir todas nuestras relaciones. Todo esto sólo puede llegar con un corazón que esté purificado por el amor. Y el amor es lo nuevo, el morir a lo viejo y repetitivo.

Una montaña azulada clavaba sus picos contra el cielo. Su color era suave y delicado, apenas tenía vegetación. Estaba rodeada por otras montañas diferentes en su configuración y color, lo que engrandecía aún más su serena belleza.



16


Las dificultades


Habíamos decidido no darles dinero el domingo a los niños que vivían con nosotros. El pequeño de diez años acogió la decisión –ya que la esperaba- y se quedó por el piso intentando leer, luego se iría a dar una vuelta hasta la hora de comer. El mayor, de trece años, ya sabía también que no tendría dinero y no lo pidió. Iba a desayunar cuando la mesa estaba retirada y sólo quedaba su desayuno en ella. Él preguntó si podía hacerse chocolate y le respondimos que el desayuno ya estaba hecho y que no había lugar en ese preciso instante. Desde entonces su actitud fue aumentando en enfrentamiento, principalmente con su madre: reprochándole hechos pasados y tomando un aire grosero e irrespetuoso con ella. Después de comer, mientras cambiábamos los pañales de su recién nacida hermanastra, se acercó y dijo que éramos unos dictadores. Uno le respondió que el dictador era él, por desarrollar el comportamiento tan irrespetuoso con las prendas de vestir, con su habitación, con todas sus pertenencias y las de la casa, y lo más grave: con las personas con quien convivía. El contestó que seguiría comportándose de igual manera e incluso peor, ya que no le dábamos dinero. Uno le dijo que no queríamos pegarle, que tampoco queríamos privarle la libertad de poder salir a la calle; que le habíamos explicado, rogado y suplicado, cual era la mejor manera de comportarse en la casa, ya que no vivía solo, y que él no hacía ningún caso, por lo tanto la única manera que veíamos para hacerle despertar, para que lo entendiera, era no dándole dinero. Él estaba sentado en la habitación donde la madre daba el pecho a su pequeña hermanastra y no paraba de hablar amenazadoramente, por lo que se le dijo que saliese de allí. A pesar de que su madre le había dicho que se callara y saliese de la habitación, él seguía hablando. Uno entró y le dijo que saliera y que fuese a cerrar la luz que había dejado encendida en la entrada de la casa. Al ver que no hacía caso se le cogió y se le obligó a salir. Luego en el comedor-estar empezó a decir: “Yo haré lo que me dé la gana”. Uno contestó que eso no podía ser, ya que vivía con más personas y debía respetarlas. El contestó: “Ya lo verás”, llorando. Uno lo zarandeo del cuello y le decía que eso no podía ser; como resultado de ello se le enrojeció donde la mano le había cogido del cuello y se marchó a su habitación insultando y gritando.
A media tarde estaba en el comedor -nosotros queríamos que saliese a pasear, pero él decía que sin dinero no quería salir- y uno lo llamó. Cuando entró en la habitación se sentó muy cerca y dijo: “¿Qué quieres?”. Uno le dijo que si quería leer un libro de unas conferencias-entrevistas en un colegio entre profesores, el conferenciante y alumnos, que tenían los mismos problemas que él, que hablaba de la cooperación y de las habitaciones desordenadas. Uno le preguntó si no era rencoroso por lo que se había hecho en el cuello. Él respondió: “¿Eso qué es?”. Al cabo de un tiempo de estar conversando dijo: “¿Me das un euro?”. Uno cogió el portamonedas y al no ver ninguno le dio un billete de diez.

Siempre que uno emprende algo nunca sabe lo que puede suceder. Por eso es realmente importante e imprescindible que la educación de los niños, desde la más tierna edad, esté basada en la sinceridad y en la más fina honestidad. De este manera lo que hagan estará teñida por la bondad. Una persona es lo que los padres, la familia, la sociedad, hacen de ella. El hombre nace puro -es puro en su esencia-. Luego, minuto a minuto, hora a hora, año tras año, le van diciendo como tiene que ser -de que manera tiene que comportarse, cuáles han de ser sus gustos, de qué manera tiene que hablar, qué ropa se tiene que poner, cuáles han de ser sus preferencias a la hora de elegir, etc., etc.-. Puede que a primera vista parezca que no sea del todo cierto. Pero si se preocupa seriamente por los hombres verá que cada uno es su cultura, su país, su religión, su economía, su familia.
Todos los dirigentes, líderes y políticos intentan poner orden en la vida de los hombres. Sin embargo todas estas desafortunadas personas, no se dan cuenta que sus vidas están en el más puro caos y desorden. El gran problema está en que, tal vez, ellos no lo saben. Seguramente habrá algunos que habrán oteado en la verdad y al verla les habrá dado pánico. Diciéndose: sigamos adelante y no nos detengamos que hay demasiadas cosas horribles que observar; y además es mucho lo que se puede perder si uno empieza a remover e investigar. Por lo tanto hemos de tener muy claro que, todas estas poderosas personas, si no se desprenden de su caótica manera de vivir, no nos pueden ayudar en absoluto. Nosotros también somos culpables, por pensar que solamente hay una dirección por donde la vidas pueda pasar; cuando las direcciones son inimaginables, impensables e infinitas. Por eso las personas que intentan poner orden, se ven respaldadas por nuestra obediencia y acatamiento a sus normas. Y así la palabra democracia, que es usada como sinónimo de libertad y contraria a las dictaduras, no es más que eso: una palabra como tantas otras, vacía de contenido y significado.
La libertad queda así sofocada por la normativa, la programación, el plan de los gobernantes y dirigentes. La palabra libertad es una de las más bonitas y clarificadoras que hay en nuestro código de comunicación si se aplica correctamente. Y para que está maravillosa palabra y su significado puedan ser en su plenitud nada más tiene que ir acompañada por el respeto. Libertad quiere decir, que uno puede desnudar a otro y mirarle, observarle e investigarle. Y ese otro no tener ninguna dificultad para desnudar a uno y mirarle, observarle e investigarle; y que de esa relación surja algo que nos ayude en nuestro camino. Pero cuando uno quiere hurgar y sugerir en otro y no quiere que le cuestionen sus sugerencias, ni que le observen demasiado, entonces llega el conflicto. Esto es lo que se llama democracia. Unos quieren toda la libertad para mirar, observar, sugerir; pero a su vez, no quieren que está observación e investigación sea muy profunda cuando se refiere a ellos. De esta manera, la libertad de las llamadas democracias es una falsa libertad. Y nosotros con nuestra tolerancia y acatamiento de este sistema deshonesto, nos destruimos todo lo hermoso que tenemos de la vida.
La vida, para que sea agradable y plena, uno tiene que poder cuestionarlo todo. Tiene que cuestionar a su familia, a la escuela, a la cultura, los principios, la falsa moral, su propia mente, todo lo que le rodea. Para que así surja lo nuevo. Y lo nuevo nada tiene que ver con los sistemas de vivir que todos conocemos, con las mentiras, las ansiedades, la falsa moralidad, las brutalidades -que por repetitivas se hacen normales-, los miedos que corroen -miedo a la autoridad, miedo a perder el empleo, miedo a la enfermedad, la vejez y la muerte-. Todo nos está destruyendo, nos destruye en la casa, en la calle, en el trabajo. Y si uno no está totalmente dormido, manejado y dirigido, quiere ver qué hay más allá de esta farsa, de esta desagradable manera de vivir. Porque solamente uno puede llegar a lo nuevo sin planos ni idearios preconcebidos. Lo nuevo está más allá del pensamiento y todo lo que este pueda sacar, ya que es la acumulación del pasado. Todo lo pasado es lo que repetimos cada día: trabajar, esforzarse, sexo, seguridad, matrimonio, hijos. Pero la mente que necesita mucha seguridad le gusta estar atrapada en lo viejo y repetitivo, porque en esto se encuentra segura. Lo nuevo, lo nunca imaginado, es algo que le da espanto. Es por eso que aunque sabemos que vamos a sufrir nos embarcamos en toda clase de proyectos: nos expandimos en nuestros trabajos y quehaceres, buscamos un hombre o una mujer y todo lo que viene detrás, no paramos ni un solo instante de nuestro diario vivir; y como resultado de ello surge la ansiedad y la brutalidad.
Una de las cosas más desagradable y difíciles es la relación con una persona irrespetuosa. Hay que tener un gran sentido del renunciamiento y estar muy atento a todos los retos que surgen desde fuera y desde dentro de uno. Así y todo la irrespetuosidad, que es la brutalidad y el egoísmo, si se tolera puede llegar a límites de poder no ser contestada de una manera holística -la palabra holístico procede del inglés y quiere decir entero, completo, virtuoso-. Aquí el miedo siempre ha jugado a favor de la persona irrespetuosa. La persona que tiene un comportamiento irrespetuoso casi siempre lo desarrolla con personas que por alguna razón él ve temerosas y por tanto debilitadas. Cuando su comportamiento brutal se enfrenta con una persona que no tiene nada que temer, la irrespetuosidad cede y desaparece. Esto es una mente holística: una gran unión, donde le miedo y el deseo dejan paso al orden. Este orden es lo que es. Y no lo que me gustaría que fuese.
Nosotros siempre estamos distraídos -y si no lo estamos buscamos algo que nos haga olvidar el presente-, para poder soportar el fastidio de la vida diaria. Esta agonía diaria, es la que nos hace perder gran cantidad de energía. Y al no tener la suficiente energía para poder afrontar cada reto, es cuando provocamos la irrespetuosidad. La agonía diaria nos divide y nos fragmenta. Uno siempre está viendo la posibilidad que llegue lo que me gustaría que fuese -lo que debería ser-, en contraposición a lo que es. Este juego que nunca cesa, es el que nos está destruyendo. Imaginemos la energía que perdemos en la imitación, en el ajustarse a un patrón preestrablecido por otros. De esta manera uno se esfuerza, se hace agresivo y brutal, con tal de llegar a donde ha llegado el líder, el modelo elegido por la sociedad -un atleta, un artista, alguien que se ha especializado en algún tema-. Así la vida tiene muy poco sentido, es fea y rebañil. Donde un solo hombre puede poseer a una gran cantidad de otros hombres. Llegando esta posesión al fanatismo y a lo que de él se deriva. Muchos hombres estúpidos hacen una gran estupidez.
Siempre que alguien tolera la imitación, está provocando la desdicha en las personas. El que se considera líder, es un falso líder y por tanto todo lo que transmita será falso y provocador de confusión. Los líderes, lo que quieren es dinero y luego la vanidad de sentirse importantes. Un hombre que busca seguridad, por medio de la imagen, es un hombre ignorante y altamente perturbador. La historia pasada nos ha mostrado lo que harían los líderes y sus seguidores: las religiones y sus líderes han asesinado por todas partes -sobre todo la cristiana-, los comunistas y sus líderes llegaron al poder después de encarnizadas confrontaciones, los nazis con su fanático seguimiento a su líder arrasaron gran parte de Europa y sembraron su propia destrucción. El líder es su seguidor; y su seguidor es el líder. Por tanto, el que se hace seguidor de un líder es tan estúpido y cruel como él.
Cuando observamos que la irrespetuosidad y la brutalidad están cerca de nosotros -y esto por desgracia está en todas partes-, uno tiene que morir a todos sus deseos caprichosos y personales. Y tiene que tener una gran energía para poder cuestionar toda esta enloquecida actitud ante la falta de respeto a un hombre y a toda la vida entera. De lo contrario seremos culpables -o cómplices- de cuanto suceda a nosotros y a nuestro alrededor. Es muy fácil dar la culpa a alguien de cuanto acontece, pero tenemos que tener la lucidez para saber que cada cual es responsable también. Uno no debe huir, pero tampoco puede soportar indefinidamente. Hay que poner en juego hasta la vida de cada uno para poder dar con la honestidad.

El mar estaba quieto, la playa sin nadie y aseada. Una barca de pesca se fue hacia el norte. Lo pájaros pasaban altos emitiendo sonidos. El sol no podía brillar por la tela de niebla. Los pajarillos se acercaban a tan solo unos metros y comían migas de pan que volaban. Los insectos caían en las bolsas de comida y se enredaban en las prendas de vestir. Un solitario hombre, por encima de gruesos tablones de un embarcadero llegó cerca del agua, la miró y desapareció. Unos albañiles se detenían para comer. En una parte de la playa habían montones de edificios junto a la arena -era la parte norte-, en la parte del sur todo estaba como siempre: arena y hierbas silvestres. Tan solo una carretera dividía los dos términos municipales, el del sur y el del norte. Cada uno tenía su propio criterio: el del norte el casco urbano lo tenía alejado de la playa y por tanto no le importaba que construyesen a lo largo de toda su costa. El del sur su casco urbano tocaba la playa y por lo tanto quería que construyesen alrededor de él, dejando lo lejano sin urbanizar. Un petrolero se dirigía hacia el sur. Una mujer no podía con su madre. Los coches iban y venían con su desnaturalizada velocidad. Un joven hombre con una silla de ruedas, meneada por sus manos, se enfrentaba con su vida solitariamente, su energía era rebosante y su actitud por la carretera era como si no tuviese ningún problema; en las orejas llevaba unos auriculares y detrás de la silla escritas unas palabras de color verde en una plancha de madera.


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Seriedad profunda


Un semanario de información general, cuyo contenido y sus colaboradores se tenían por avanzados y progresistas, después de tratar sobre los temas más candentes, de informar sobre las cotizaciones en bolsa, de hacerse eco de todas las vulgaridades que necesitan los hombres que viven para el dinero y el placer, de reseñar las últimas barbaridades que cometen los estados soberanos; en la última página aparecía una gran fotografía de un hombre montado a caballo, con una vara larga terminada en acero y un gran toro todo negro a unos metros de ellos. Los tres estaban en el ruedo de una plaza de toros. Los tres iban a luchar: los animales sin querelo, el hombre por dinero e ignorancia. Al final, como casi siempre, el magnifico ejemplar de toro, de media tonelada de peso, sería torturado por medio de la vara larga que le meterían por la espalda, abriéndole un gran boquete por donde iría desangrándose lentamente. Luego le pondrían varios palos, terminados en hierros que se clavaban por donde ya manaba la sangre por el boquete de la espalda. Y al final de haberle mareado y humillado -después de estar casi todas las personas de la plaza en contra de él- le meterían una espada por donde la sangre ya saldría bañándole el costilllar y las piernas delanteras. Si no muriese de esta estocada, un hombre le metería un cuchillo en el bulbo raquídeo detrás de los cuernos. Al final de todo, el atormentado animal moriría y unos animales de tiro lo arrastrarían fuera del redondel de la plaza. Esta era la última información: las corridas de toros, media página dedicado a ellas. La información no tenía un carácter intolerante, de denuncia, de compasión, ni estaba enfocado hacia la defensa de los animales torturados y sacrificados para espectáculos, sino que era enaltecedora de tan macabra costumbre, practicada con el consentimiento de todos los poderes de un estado soberano.

La ignorancia, la estupidez y la crueldad suelen ir juntas. Uno está tan acostumbrado a estas cosas que no lo parecen. Pero no nos equivoquemos: somos crueles, lo que quiere decir altamente ignorantes. A veces uno está encima de la montaña y sin embargo pregunta: “¿Dónde está la montaña?”. Esto mismo es lo que nos sucede: hablamos de derechos humanos, hablamos de justicia, hablamos de libertad, hablamos de cultura, hablamos de civilización, hablamos intelectualmente, hablamos de progreso, hablamos considerándonos avanzados en todo, pero al final nuestra estupidez, nuestra crueldad y nuestra ignorancia están ahí. Pretendemos solucionar los problemas que nos agradan, que están de moda -que son recientes- y los que parecen importantes, dejando los otros -los molestos, los antiguos, los poco resaltables- sin solucionarlos y además -lo que es más peligroso- olvidándonos de ellos. Cuando todos los problemas están relacionados, que es lo mismo que unidos entre sí.
El hombre que no respeta a un animal, difícilmente podrá respetar a los demás hombres. De un animal a un hombre hay una gran diferencia. Pero si tenemos la suerte de poder ver los insectos, las plantas, los animales, los hombres, las montañas, los mares, el sol y las nubes, el viento y el agua, como un todo, tal vez no vea tanta diferencia. Un ejemplo ilustrará y apoyará la comprensión: un hombre dice que le respeta y ama a usted y sin embargo quiere arrancarle los pelos sin ninguna utilidad, lo hace por divertirse, por satisfacer su excitación y su costumbre de crueldad. ¿Qué opinaría de él? ¿Le ama a usted de verdad, le respeta, le quiere? ¿Le encontrará sano, se fiaría de él? ¿Le vería como un hombre inteligente y civilizado? Él podría decir que sus pelos son algo insignificante comparado con una oreja, un pie o un ojo. Que los pelos no tienen importancia y por lo tanto no tiene porqué preocuparse.
¿Puede ver ahora la inmensa maravilla de que todo es una unidad indivisible, de que todo forma parte de la misma cosa? Esto no es una religión, ni una teoría. Esto es la realidad verdadera y cruda. Esto no es una opinión particular y extravagante de algún chiflado charlatán. Esto no es ni mi opinión, ni su opinión. Esto es lo que es. Es el universo, lo que existe con la tierra, con su variedad y su multiplicidad. Esta es la única ley donde nos podemos fiar y por lo tanto guiar. Las leyes de los hombres son falsas y despiadadas, donde la persona -o lo que sea: un lago, una montaña, un árbol, un animal-, no vale nada. Los hombres que quieren poner orden y promulgan las leyes, dicen que están para el servicio del bien de todos. ¿Y qué es lo que pasa en la realidad diaria, en el cotidiano vivir? ¿Qué pasa con nuestras vidas, que nos parecen tan interesantes e inteligentes? ¿Qué pasa con los campos de concentración, que existen en la actualidad, donde toda clase de personas: niños, ancianos, jóvenes, mujeres y hombres, son rebajados y torturados por otros que han dictado sus leyes?
¿Ve ahora lo qué es la actualidad? ¿Ve qué sin ese sentimiento de unidad, de que todo forma parte del todo, lo que haga -servicios sociales, defensa de las libertades, teorías mundiales económicas, búsqueda de sistemas igualitarios- servirá de bien poco? ¿Ve qué con el respeto a lo más débil -desde la célula, las piedras, el agua, las plantas y animales- está ayudando a lo más grande que es el hombre? ¿Ve qué, al contrario, si intenta ayudar a lo más grande y desprecia lo más pequeño, en vez de ayudar a los hombres lo que hace es destruirlos? Como ya dijimos antes, esto no es una teoría especulativa, una divagación, un rasgo intelectual característico de una persona, esto es un hecho tan palpable como su propio cuerpo, tan palpable como todo lo físico que le rodea.
Lo que pasa en nuestras vidas -con todo el tedio diario, su ansiedad incesante, el consumo brutal de cualquier cosa, la insensibilidad en las relaciones, el conflicto ante cualquier reto- es porque no tenemos una mente bondadosa y compasiva. A la gran velocidad en que vivimos tenemos que tener una gran limpieza y pureza dentro de nosotros. Cierta vez un joven hombre, que consumía toda clase de drogas y excitantes preguntó: “¿Puedo ir muy deprisa y rápido y, a la vez, no hacer daño a nadie?”. Uno contestó que eso se lo tenía que demostrar a sí mismo. Todas las cosas las tenemos que ver nosotros mismos para creérnoslas. De lo contrario uno no puede creer nada. Para creer hay que ver; y para ver hay que vivir. No experimentarlo físicamente, sino vivirlo interiormente. Hay personas que para ver la gran maravilla de la vida y de la tierra necesitan deambular de un lugar a otro, cruzando los aires y los océanos; y sin embargo hay otras personas que viendo una montaña, un lago, un río, sienten todo el grandioso juego del universo.
La vida la hemos divido en fragmentos y así nuestra existencia está fragmentada. Uno en el trabajo tiene un comportamiento, con los amigos otro, en la familia es diferente, en los momentos de apuros aún más diferente; y todo este sistema de encarar la vida nos neurotiza. Porque estamos muy neuróticos: me pone nervioso el presidente, me pone nervioso los charlatanes que sacan ideas mágicas, me pone nervioso el trabajo, me pone nervioso las personas incultas. Así que toda mi existencia es un conflicto interno, que al final surgirá a lo externo. ¿Por qué tenemos que esperar tanto de los políticos, que no son más que unos administradores incompetentes e ignorantes? ¿Por qué no podemos mirar al hombre que ayer me insultó en el trabajo, como si fuese la primera vez que lo vemos? ¿Por qué no ve que su trabajo es un beneficio para toda la humanidad? ¿Por qué no vemos al mismo hombre en un científico importante y en un carretero que arrastra su vida? ¿Quién es más hombre: un barrendero que barre las calles o lo que sea, o un importante hombre de negocios que trabaja detrás de un lujoso y costoso despacho?
Para que la vida sea virtuosa hay que tener una gran sentimiento de unión con todo lo que nos rodea y con todos los hombres. Uno no puede decir que tiene este sentimiento. Uno tiene que vivirlo. En la casa, en el trabajo, en la calle, en el metro, en su relación con el dinero, tiene que vivir ese sentimiento de que él es todos y a la vez es el uno. Sin este extraordinario acontecimiento en su vida, lo que haga será incompleto y por lo tanto provocador de confusión. Vivir una vida sin confusión requiere una mente altamente sensible, que indague y que vea lo falso y lo verdadero. Este inquirir constante hacia lo nuevo, es una mente que tiene disciplina en el sentido de enseñanza. La palabra disciplina, no es usada en el sentido rígido y autoritario. Disciplina quiere decir enseñarse a si mismo, ver por sí mismo donde está lo falso y donde lo verdadero, y ver lo falso en lo falso, lo verdadero en lo verdadero, y ver en los falso también lo verdadero.
Saber ver es saber actuar correctamente. Para poder ver y actuar correctamente, uno tiene que morir a cada instante a todo lo que nos divide y nos fragmenta. Si no hay un morir al pasado, no puede haber la gran belleza de la unión. Cada uno de nosotros está tirando hacia un lado, lo cual produce antagonismo y confrontación. El resultado de ello es la sociedad en que vivimos con su falsa moralidad; con hombres presentados como dignos de ser seguidos por sus cualidades, cuando en la realidad son falsos, embrutecidos por las mentiras e intrigas, y crueles; zonas donde la pobreza y la miseria hacen de los hombres como si fueran algo inhumano -animales domésticos: perros, gatos, pájaros, peces en peceras, etc. están mejor alimentados que cualquier hombre que vive en la pobreza-. Y todo esto existe porque lo vemos, lo criticamos someramente, le damos la atención de nuestras caprichosa curiosidad y luego lo olvidamos. Por eso es que hay este mundo tan desdichado a nuestro alrededor: porque lo toleramos. Si no arrancamos en nosotros lo que provoca pobreza -placeres, derroches de toda índole, vida segura con cuentas corrientes en bancos, sentimiento de superioridad, rodearse siempre con las mismas personas- aunque hablemos de ella de vez en cuando, aunque intentemos cambiar el patrón social, la pobreza y la miseria no desaparecerán.
Cada cual tiene que actuar sin esperar a que lo hagan los dirigentes políticos. Estos no se interesan en solucionar los problemas desde la raíz; sólo les interesa continuar con el viejo patrón cambiando de palabras y de símbolos. Los problemas de la vida -de la vida cotidiana, la de todos los días- son tan apremiantes, que uno si es serio tiene que actuar en los detalles y acciones más insignificantes. De esa acción, tan sensible y honesta, estará influyendo en uno mismo y en toda la vida de la tierra. Para que los hombres que se ven tan desafortunadamente maltratados, pasan hambre, tristezas y toda clase de crueldades, no lo sientan de manera tan despiadada.

En una barandilla de hierro de una ventana de una casa, habían atado un pañuelo. Era temprano y los hombres que se encargaban de recoger las bolsas de basura hacían las últimas calles. El pañuelo habría sido hallado en el suelo y alguien lo habría atado a la barandilla, para el que lo había perdido lo pudiese encontrar.


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El condicionamiento


En un mercado al aire libre había unas jaulas donde tenían patitos y pollitos; codornices, pavos y pavas, gallos y gallinas, todos de corta edad. El hombre que los vendía, de unos cincuenta años, estaba comiendo pan blanco, que lo cortaba con una navaja, y aceitunas -en el suelo había la espina dorsal de una sardina-. Estaba solo, sentado comiendo, cuando uno se paró a mirar a los animales y a saludarlo. Él preguntó que si queríamos comprar algo, mirando las jaulas donde comían los patitos, pollitos y las codornices. Y siguió diciendo: “Tú ya has venido alguna otra vez, yo te conozco”. Uno respondió afirmativamente y le explicó que no comía carne, sólo frutas y verduras. “Con eso tendrás muy poco”, dijo riéndose el hombre, mientras se llevaba a la boca pedazos de pan y aceitunas. Uno le dijo que los toros, los elefantes y los caballos, sólo comían vegetales y sin embargo no les faltaba fuerza. “¿Pero tú habrás comido carne alguna vez?, preguntó el mercader con una expresión sorprendente. Uno le dijo que si. Una mujer mayor, toda de negro, pidió una pava y después un patito, que les fueron puestos en una caja de cartón. Los niños y las niñas, pasaban y miraban embelesados a los animalitos, mientras el hombre intentaba venderlos dándoles a cada uno un destino.

Siempre que uno hace algo necesita una referencia para mirar y contrastar. Sin ese algo que no nos haga sentir solos, qué pocas cosas podemos hacer. ¡Qué pocas personas son auténticamente ellas! ¡Qué pocos hombres completos e íntegros! Todos somos de segunda mano. Todos necesitamos a alguien que nos diga lo que tenemos que hacer. Así el cerebro pierde capacidad y la vida se convierte en repetitiva y maquinal. Cada hombre en sí tiene toda la sabiduría para poder vivir y saber lo que tiene que hacer correctamente. Uno no necesita ni libros, ni instructores, para poder llegar al gran conocimiento de la sabiduría, para poder llevar una vida honesta y virtuosa. La virtud nada tiene que ver con el pasado, que es todo lo que está depositado en el pensamiento. Y el pensamiento es tiempo, es contraste, es divisivo, es confuso. Donde hay pensamiento surge la división y con ella el dolor.
El pasado está depositado todo él en el cerebro de cada uno. Todo lo que está en el cerebro, pues, es pensamiento. En él están todos los millones de años de experiencia que el hombre ha acumulado en el transcurso de su existencia. Así que tenemos una pesadísima carga con el pasado. Estar libre de él es vivir una vida de virtud. Cuando alguien emprende algo nuevo, como es el no comer carne, se las tiene que ver cara a cara con todo lo que es el pasado. El no comer carne de animales, no es una actitud caprichosa, ni una moda pasajera. Para poder dejar de comer carne, uno tiene que sentir una gran compasión por los animales que sacrifican para que nos proporcionen alimento. Con una actitud meramente fisiológica dificilmente tendrá la pasión y energía necesaria para no ser arrastrado por la corriente de la costumbre y la repetición. Además los que representan a la ciencia estarán en contra de usted.
Alguien puede decir que un animal, como en león, caza para poder comer y no pasa nada. Esto sería tanto rebajar al hombre al mismo plano que el león. El animal, en este caso, el león, no puede decir: “De ahora en adelante no voy a cazar, ni a comer carne, comeré vegetales”. Esta es la diferencia del hombre y el animal: los hombres podemos cambiar lo viejo y repetitivo, los animales no. Además la sensibilidad del hombre no se puede comparar con la de un león. El animal no puede sentir la compasión que puede sentir un hombre; y de esta compasión surge el renunciamiento. Lo que caracteriza al hombre en su totalidad -el acto que nos hace hombres- es el renunciamiento. Un hombre que no sepa renunciar y desprenderse de lo que causa amargura, tristeza y dolor, está muy lejos de ser un verdadero hombre; y muy cerca de lo que es un animal; aunque vaya vestido, fume y conduzca máquinas.
Uno puede pensar que después de tantos años de estar condicionados para comer carne, sin la represión no podría desprenderse de tal hábito y costumbre. La palabra represión es en su raíz falta de inteligencia. Esta palabra quiere decir según el diccionario, detener o estancar el agua corriente. Pero tiene otro significado que es detener, retener, castigar con violencia ciertas reclamaciones o actuaciones. El que reprime es inhumano y por tanto ignorante. El que se deja reprimir también es ignorante, por permitir que otro -la autoridad, el vecino, el esposo, el maestro- se inmiscuya en la vida de uno. Cuando hay inteligencia, la represión desaparece. Si uno ve que el fumar, el tomar e ingerir toda clase de drogas -desde el café, el té, el alcohol, el tabaco, las blandas y las duras- es perjudicial para su salud, si ve todo el veneno que hay en ello, si lo ve con todo su ser, cuando alguien le ofrezca alguna de estas sustancias, aunque haya estado habituado a ellas, y las rechace en este rechazo, no habrá represión.
La confusión, que es represión, surge cuando uno no ha visto con todos sus nervios, su sangre y su corazón, la nocividad, el peligro y el dolor que ocasiona un hábito cualquiera. Todos estamos y vivimos programados. Aunque parezca mentira el más ilustre y sobresaliente dirigente, el más fino científico galardonado y considerado, lleva una vida programada como una computadora. Los hombres muy mayores decían: “El hombre es animal de costumbres”. Todos tenemos pues que vivir con hábitos y costumbres -eso es innegable-; pero ya que son imborrables -uno tiene que dormir, comer, vestirse, afeitarse, limpiarse- tenemos que coger los positivos y creadores de vida. Entonces uno rechaza los hábitos negativos y perjudiciales y se queda con los ordenados y virtuosos. Y en este momento desaparece, muere, el hábito. Ya que éste, al aparecer la sabiduría que surge de una vida de limpieza, queda destruido por el renunciamiento.
Renunciar, renunciamiento, son palabras de un tremendo significado. Cuando uno renuncia, en ese preciso instante pierde todo contacto con el pensamiento y la mente transciende -la mente engloba al pensamiento, al cerebro y a todo el cuerpo- las palabras y el tiempo, surgiendo lo nuevo. Entonces llega el orden, que nada tiene que ver con los hábitos y no hábitos, sistemas analíticos como el bien y el mal, lo correcto e incorrecto. Uno puede ponerlo en práctica: cuando un hábito y costumbre le agobie, le haga surgir pensamientos tales como represión y tolerancia, renuncie a favor de lo positivo, a lo que no provoque confusión, y deseche lo negativo y conflictivo. Verá como la palabra hábito, costumbre, manía, se diluyen y no queda nada de su significado. Para poder renunciar hay que tener una mente profundamente atenta a todos los requerimientos, tanto complacientes como rechazables. Hay que mirarlos como si estuviéramos jugando con ellos. Mirarlos con una mente nueva e inmaculada. Una mente que no es vulnerable, no conoce lo que es el amor. Cuando tenemos el más leve deseo de seguridad, de permanencia, de egoísmo, toda la gran belleza del amor desaparece. Nuestras mentes, tan condicionadas y programadas, se sienten desesperadamente intranquilas cuando se las saca de la rutina y la repetición. En esta rutina ella va de lo viejo y conocido a lo viejo y conocido, no quiere salir de ese único surco que cree que es donde está la seguridad. Y así es como hemos creado este mundo tan espantoso y despiadado. Y lo que es aún más espantoso es que creemos que a pesar de todo no está tan mal y que hay que seguir adelante. Solamente cuando uno tiene un fuerte reto que le conmociona todo su ser, es posible tener la fuerza y la energía suficiente para poder salir del surco en que cree está la seguridad. Entonces, si se desprende de lo viejo y conocido, se encontrará solo y perdido, vulnerable y agredido, pero pronto saboreará la indescriptible situación de lo nuevo, lo ordenado y virtuoso.
Para llegar a lo nuevo, tenemos que morir a nuestra raza y apellidos, tenemos que morir a nuestra cultura y país, tenemos que morir a todo lo que nos dé una falsa seguridad -dinero, placer, objetos innecesarios-, tenemos que morir a todo lo viejo -que son los miles y miles de años de condicionamiento-. Lo nuevo no se puede describir, de lo contrario ya sería viejo. Esto es lo que más desconcierta a una mente aburguesada y fuertemente condicionada: ella quiere saber qué es lo nuevo antes de que llegue y de esa manera nunca ve lo nuevo. Y por lo tanto piensa y cree, que el único sistema que existe para vivir es el convencional, repetitivo y rutinario. El problema del mundo es este sistema de pensar: unos cuantos creen que detentan la única fórmula para poder vivir y poner orden -religiones y estado- y lo imponen a todos los demás. No admiten el cuestionamiento, aunque digan que son los representantes de dios, o los guías de la democracia y del orden.
El orden está más allá de las palabras -como religión, estado, país, comunismo, democracia, dictadura- y su significado. El orden no se puede grabar, ni imprimir, tampoco se puede enseñar y transmitir. El orden para que llegue, uno tiene que tener una mente vacía de conceptos, nueva, fresca y ágil. Donde lo no bueno, lo temporal y lo accidental, se funden en una sola cosa.. Nuestra vida no es así. Tenemos nuestras mentes atiborradas de ideas, de ilusiones, de supersticiones. Tenemos los problemas del ayer, que es todo el pasado; tenemos los problemas del presente, que es la manifestación del pasado; tenemos los problemas del futuro, que es el pasado manifestándose en el presente y éste proyectándose en algo o alguna cosa.
Los hombres hemos sido condicionados para resolver toda clase de problemas. A todos los problemas queremos dar una solución con nuestra mente limitada. El resultado es el caos y el conflicto de nuestra existencia. La vida es ilimitada en soluciones, en direcciones, en sugerencias. Nuestras mentes, al estar condicionadas por el pasado, no pueden llegar a esa ilimitada solución que es lo nuevo. Ni los terroristas, ni los políticos y dirigentes traen el orden: pues tienen las mentes empequeñecidas con sus egoístas teorías. Y todo lo que hacen es empequeñecer y oprimir más las mentes de los hombres. El orden nada tiene que ver con imposiciones brutales. El orden solamente puede llegar con un morir a todo lo que sea viejo y repetitivo, a todo lo que nos hace egoístas, fríos e insensibles al dolor de cualquier ser viviente.

El viento del noroeste traía los gritos y chillidos de un cerdo que lo estaban matando. Era de madrugada, Había quietud y silencio por todas partes, por lo que los desesperados gritos del animal se oían muy claramente. El matadero estaba a las afueras y los días en que el viento soplaba por detrás de él, los gritos llegaban a oírse hasta dentro del pueblo. Súbitamente empezó el griterío y al cabo de un corto tiempo también súbitamente cesó.


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La violencia


Era sábado por la tarde y estaban proyectando por televisión una película sobre los vikingos. En ella aparecían toda clase de escenas sobre la vida y comportamientos de aquellos hombres: invasiones, saqueos, muertes con armas, orgías y toda la gama de brutalidades que pueden desarrollar los guerreros. Uno no podía soportar tanta agresividad y violencia, y el tratamiento que el director daba a la película, y se tuvo que ir a otra habitación -poco después subiría al tejado a bajar la ropa allí tendida y seca-. Ante el televisor quedaron un niño de corta edad y su madre. Poco después la madre dejaría también de ver la película. Y el niño quedaría solo ante el televisor.

Es positivo el informar al respecto de cualquier cosa. Pero para que esa información sea veraz y limpia, los que dirigen la información también tienen que ser veraces y limpios. Hay muy pocas películas limpias y honestas. La razón es muy simple: el dinero abundante que se necesita, además de los medios burocráticos y humanos, están en gran medida en las manos del productor. Y un hombre, o un organismo, que tiene dinero abundante para poder costear los gastos de una película, no va a consentir que el tema y su tratamiento vayan en contra de su sistema económico y de vivir. Por lo tanto el cine, la televisión, la prensa, la radio, el teatro, y todo lo que es capaz de informar de algo, no es más que un entretenimiento para los ratos de ocio. Y que sirve de condicionador y programador de las mentes de los hombres.
Informar quiere decir transmitir algo de uno a otro. En esta transmisión va implícita toda la esencia del que informa. Una información cualquiera, según quien la informe tendrá todo lo bueno y lo malo que dé el que trasmite la noticia, la historia, el relato o cualquier asunto. El mundo está dirigido por hombres necios; por políticos ambiciosos y desvergonzados; por personas que nada más se interesan por los asuntos de estado, despreciando a los hombres que viven en la más abominable pobreza. Por lo tanto, todas estas personas que dirigen el mundo, no van a consentir que unos medios tan importantes como son los que informan, lo hagan en contra de ellos y sus sistemas de gobernar. Por eso es que uno tiene que cuestionar todo: la cultura, la religión, las informaciones, los sistemas educativos, las teorías científicas, lo que está leyendo en este momento.
La crueldad es algo que el hombre ha llevado siempre consigo. Antes la crueldad era algo cotidiano y visible por todas partes: ejecuciones públicas, descuartizamientos de hombres, hogueras haciendo arder a personas, ejecuciones en masa, traiciones descaradas y sin el más mínimo pudor, invasiones, expulsiones de grandes cantidades de personas de un país, etc.
Los animales actúan con crueldad también. Pero al ser un acto vital y necesario -el motivo de su crueldad- ésta desaparece, aunque a los hombres nos parezca cruel. En la actualidad la crueldad existe igual que antes, pero ya no es tan pública y exhibicionista: ahora también se ejecutan hombres, se invaden zonas arrinconando o desplazando a los moradores, se tortura a hombres para sacar informaciones, se cortan miembros a hombres por mercenarios a sueldo para empresas que no quieren obstáculos en sus proyectos -en la selva amazónica hombres armados con fusiles y cuchillos, primero disparaban contra los nativos desnudos, que corrían huyendo, cogieron a uno vivo y le cortaron los genitales con un cuchillo-; las explosiones de bombas en las calles de cualquier gran ciudad matan, destrozando los cuerpos. También es crueldad que en algunos países vivan los originarios moradores en campos de concentración -los gobernantes dicen reservas-; al igual que los palestinos árabes que se han visto invadidos y encerrados en campos de concentración. No están exentos de crueldad los monasterios religiosos, los centros donde los gurús y los maestros imparten sus enseñanzas y hacen de ellos otros campos de concentración.
La crueldad es lo contrario de la sensibilidad. Cuando uno actúa cruelmente, es porque no tiene la suficiente capacidad para darse cuenta de que su comportamiento está afectando negativamente a seres vivientes iguales a él. Cuando uno maltrata a un hombre, ha perdido todo lo bueno que podemos tener: la compasión y la bondad. Para poder desarrollar estas dos cualidades, tenemos que estar libres de deseo. Deseo de mi orden, deseo de progresar, de llegar a ser, deseo de cambiar esto por aquello, deseo de conseguir una casa y abundante dinero para amueblarla y decorarla, y en última instancia deseo de seguridad física. Cuando en la relación con alguien surge el deseo, aparece la división. Por eso nuestra existencia es tan fragmentada y caótica.
Hay personas que arguyen, la aparición del deseo a un acto vital para protegerse físicamente. Pero ésta es una cuestión errónea, ya que el cuerpo tiene su propia inteligencia. Si no nos interponemos con él, nuestro cuerpo se comporta dentro del orden. El deseo surge de la comparación, del ajustarse, de la imitación, de la obediencia, del miedo. Desde la más corta edad vemos toda clase de actos crueles como si fueran normales; cazar y pescar animales sin necesidad; proyección de películas con un alto grado de agresividad y violencia. En la escuela nos informan de actos como guerras, asesinatos, traiciones, revoluciones sanguinarias, invasiones y las locuras de los gobernantes, sin poner el énfasis de que todas estas malvadas acciones son indignas de un ser humano. Todos los países tienen héroes guerreros, que por muy alabada que fuese su acción era cruel y sanguinaria.
¿Qué haremos pues con tanta crueldad por todas partes? ¿Cómo vamos a informar a los niños, y a las personas mayores también, de que lo que están acostumbrados a ver con tanta naturalidad es abominable y detestable, causante de gran dolor y sufrimiento? ¿Cómo explicaremos que en Sudáfrica una minoría de seis millones de invasores blancos domine, dirija y maltrate a treinta millones de hombres negros nativos? ¿De qué manera informaremos que los dirigentes de ese país, aunque vayan bien vestidos y vivan en lugares aseados, conduzcan un gobierno soberano, son crueles y sanguinarios, brutales y despiadados? ¿De qué manera diremos que la crueldad, venga de un estado, de una organización, de una multitud, de un individuo solitario, de una religión, es igual de cruel y de desgraciada que la de cualquier persona que ha enloquecido y no sabe lo qué hace?
La mayor enseñanza que podemos dar es el ejemplo de nuestra manera de vivir. Arrancar en nosotros todo lo que tengamos de crueles e informar respetuosamente de cuál es la verdad con respecto a esta actitud tan inhumana. La crueldad, la agresividad y la violencia es todo lo mismo. ¿Cómo nos desprenderemos pues de esto que va tan dentro de nosotros? ¿Qué haremos para estar libres de la violencia? ¿Cuál será la actitud para que desaparezca para siempre en uno la agresividad, la crueldad y la violencia? ¿Puede haber algún método o sistema para poder desprenderme de tan desgraciados comportamientos? El método y el sistema implica tiempo. Y el tiempo es pensamiento. Y el pensamiento es confusión, divisivo, fragmentario y conduce al conflicto que es la semilla de la violencia. Así pues que el llegar a ser no-violento, no resuelve el problema de la violencia. Ya que en ese llegar a ser está implicado el tiempo.
Hay una realidad incuestionable y es que somos violentos y como no nos gusta inventamos la no-violencia. O sea que soy violento pero algún día, algún lejano día dejaré de serlo. Esta es la trampa del tiempo. Y mientras llegamos a ese día sigo siendo violento, causando dolor allá donde voy. ¿Qué haremos entonces? ¿Podemos quedarnos con hecho, sin huir de él, de que somos violentos? ¿Podemos encarar el tremendo problema de la violencia cara a cara? Soy violento, esto es un hecho, y no quiero serlo. No huyo de la violencia y no quiero ser violento, porque veo todo la desdicha que ella trae. Pero no huyo de ella aunque vea toda la monstruosidad que lleva implícita. Al no huir hemos visto con nuestro corazón, nuestro cuerpo y nuestra mente, lo qué es la violencia. Y ya nunca tendré nada que ver con la agresividad, la crueldad y la violencia. Es porque huimos del presente porque nos falta la energía necesaria para encarar los retos.
Cualquier problema, por grande y complicado que sea, para entenderlo, tenemos que comprenderlo en nosotros. De esa comprensión y esa visión interna, podemos encarar los problemas externos. Todos tenemos los mismos problemas: por lo tanto al resolverlos en mí, estoy también resolviendo los de los otros. Los hombres no hacemos eso: queremos solucionar el problema de la violencia del mundo, sin haber solucionado la violencia que tenemos cada uno de nosotros. Porque todos somos violentos: mentir es violencia, el miedo es violencia, ser autoritario es violencia, acoplarse e imitar es violencia, esforzarse para conseguir algo también es violencia. Y toda esta violencia la proyectamos en la sociedad. La sociedad es lo que somos nosotros. Si la sociedad o el mundo es violento, es porque lo somos nosotros. Así que si uno quiere un mundo no-violento, un mundo de paz, un mundo de sinceridad y armonía, tenemos que empezar por nosotros mismos -no podemos empezar a construir la casa por el tejado-.
Cuando usted no va a trabajar a su debida hora, está provocando la reacción de la autoridad; cuando trabaja si no lo hace correctamente, si se escabulle, si no respeta el material que utiliza, está provocando la reacción de la autoridad; si uno aparca el coche en un lugar indebido, señalizado por un aviso, está reclamando la autoridad. Y todo esto es violencia, ya que la autoridad también lo es. Decir algo y luego hacer lo contrario es una forma de violencia, ya que su comportamiento es hipócrita. Destruir alimentos, ropa y bienes necesarios para vivir, es otra forma de violencia, pues está provocando a los que no tienen absolutamente nada. Reprimir algo es también violencia, por sembrar la contradicción en usted. Ser tolerante y complaciente con uno mismo trae violencia, pues su mente le está engañando, ya que ella siempre está buscando placer y seguridad y esto le llevará a la confusión.
Donde más violencia hay es en la confusión. Pues un hombre confuso no sabe lo que hace, su comportamiento puede llegar a altas cotas de perversidad y destrucción. A más confusión, más destrucción. A más confusión, más dolor y desdicha. Todos queremos vivir una vida de abundante amor, y para ello nosotros tenemos que sembrar ese amor.

Había llovido copiosamente y todo estaba limpio y brillante. Los pájaros recobraban su ritmo habitual. Dos que parecían grandes y blancos, sobrevolaban las basuras amontonadas por los hombres. Desde la carretera general y la autopista, se oían los motores de los vehículos que circulaban por ellas. Iban ligeros y parecían desquitarse al recobrar el ritmo que la abundante lluvia les había quitado.


20


Lo falso


Un día festivo por la mañana llamaron a la puerta dos hombres de mediana edad. Iban trajeados y con ropas limpias de los días festivos. Uno era alto y callado, el otro de estatura normal y hablador. En la puerta de entrada empezaron a hablar de temas religiosos con la persona que les abrió la puerta. Uno se acercó y les dijo que si querían pasar y así conversarían mejor. Ellos venían a informar que el fin del mundo está pronto en llegar. Que dios -su dios- después de haber visto tanta maldad en la tierra, había optado por castigar a sus pobladores, sólo se salvarían los buenos. Para llegar a esa bondad había que seguir escrupulosamente un libro sagrado, que ellos llevaban consigo. Ellos aportaban datos, informaciones, lugares exactos, referencias de escrituras sagradas y gran energía para tratar de informar y en última instancia convencer para que nos adheriéramos a su secta. Decían que una vez destruidos los hombre malvados, resucitarían todos lo hombres buenos que habían muerto con anterioridad. La persona que les había abierto la puerta les dijo que eso era absurdo, ya que si resucitaban todos los hombres muertos no habría lugar en la tierra para ellos. Y les explicó la teoría de la reencarnación, consistente en volver a nacer en otro ser viviente hasta llegar a la perfección; una vez lograda ésta ya no volvería a nacer nunca más; y el hombre se uniría con el todo, lo absoluto, dios. Uno dijo que eso era una teoría, un sistema más de los muchos que hay para poder paliar el miedo a la muerte y a lo desconocido. “¿Entonces tú no crees que hay algo más cuando uno muere? ¿Tú que haces en la vida?” Uno le respondió que intentaba vivir correctamente. Que lo que hacía era cuidar y educar a los niños y ayudar en lo que podía en la casa.
Otro punto que defendían con ardor era el referente al que había un hombre hijo de mujer virgen, que decían que era hijo de dios, que era el salvador, el elegido. La persona que los recibió en la entrada les dijo que todos éramos dioses, en la medida que dios es todo: la silla, la planta, la maceta donde crece la planta, el perro, el mar, el pájaro, las piedras, los hombres. Que era absurdo pensar, que una mujer sin haberle eyaculado un hombre pudiese tener un hijo. Lo que ocurrió -prosiguió la persona que estaba hablando- es que esa mujer fue violada y su marido tuvo que aceptarla ya en cinta, y que su marido la aceptó porque era un hombre muy bueno.
Al cabo de un tiempo de estar hablando, uno dijo que el final del mundo quiere decir: que si uno vivía de una manera malvada y peligrosa para su vida, el final de su existencia está muy cerca. Que cuestionaba ese sentimiento de catastrofismo global para todos. Que todo lo que decían era una opinión de ellos y nada más. Que lo que importaba era la unión, la amistad y el amor. “Eso no es cosa nuestra”, dijo uno de los hombres y prosiguió: “Esto está escrito en este libro”, señalando el libro con tapas oscuras y bien cuidado, que había sacado de una cartera que llevaba. Uno le explicó que ahí estaba el problema: en el seguir un libro, una idea, una teoría, que nos divide y nos enfrenta. Que tenemos que olvidarnos de todos los libros, los dogmas, las creencias, y poner nuestro empeño en los hombres y sobretodo en los más necesitados. Ya que todo lo demás es una pérdida de tiempo en especulaciones y discusiones interminables.

Cuánto tiempo y energía perdemos discutiendo ideas y opiniones que en realidad sirven de bien poco. ¿Qué importancia tiene el futuro lejano o el próximo, si desatendemos el presente inmediato? Los hombres nos las arreglamos para distraernos y olvidarnos de lo que ocurre en realidad. De lo que ocurre ahora mismo. De lo que está ocurriendo en otros lugares donde no vemos, pero que ocurren cosas muy graves, lamentables e inhumanas. En el encarar la realidad tal y como es hay inteligencia. Cada teoría de lo que puede suceder, de lo que será, de lo que debería ser, es algo falso, repetitivo y condicionado. Ya que la mente no puede acceder, por medio del pensamiento que es siempre viejo y repetitivo, a lo nunca visto, a lo nuevo, al futuro. Siempre que el pensamiento se inmiscuya en algo provocará desorden.
El pensamiento es lo que más dirige a las personas, pues todos los libros sagrados, todas las teorías sociales, todas las ideas sobre los nuevos sistemas para encarar la vida, sin que la sintamos como un tormento, son producto del pasado. El pensamiento es el pasado. Y el pasado está muerto, nada tiene que ver con lo que sucede en el presente. Es por eso que nunca le damos una solución verdadera a nuestra existencia. Vivimos de lo que dicen los libros, de lo que dicen los científicos y los especialistas, de lo que dicen las autoridades -no es que uno tenga que ir en contra de ellas-, de lo que dice cualquiera. Y todo lo que alguien ha dicho ya es el pasado, lo viejo, lo muerto. Uno tiene que encarar la vida completamente vacío de ideas y opiniones. Mirar las cosas como si las viera por primera vez. En ello hay belleza, hay orden, hay amor.
Para que haya una verdadera comunicación hay que vaciarse por completo de los perjuicios, de nuestras opiniones e ideas, tener simpatía por lo que se comunica y sentir una gran compasión por la persona con que nos comunicamos. Si no hacemos esto la comunicación no existirá y la relación será un compromiso, un antagonismo y una lucha. Si uno ama la vida, con gran pasión e intensidad, todo lo que se pretenda comunicar en principio será visto y observado con gran simpatía y cariño. Si lo que se comunica, informa u observa, es negativo y provocador de confusión debemos rechazarlo con la mayor sinceridad posible. La comunicación no es hablar uno y el otro escuchar, esto puede ser distracción o pasatiempo, recopilación de datos para luego examinarlos y rumiarlos. Comunicación quiere decir que ambos -el que comunica y el que escucha la información- están en el mismo nivel observando lo mismo, sin que haya un sentimiento de autoridad, de obediencia, de acatamiento o de presión.
Comunicarse es como dos amigos, que se preocupan el uno del otro, no tienen ninguna prisa y van contándose las cosas. Van por el mismo camino despacio, observando cada cosa que ven, sintiendo que la vida está en ellos, en todos los hombres y en todas partes. Sintiendo que de esa comunicación verdadera, saldrá algo positivo para poder ayudarnos y así poder ayudar a los demás hombres. En esta comunicación hay sinceridad, hay belleza, hay amor. Si no es así la comunicación será un enfrentamiento de lo que dice uno contra lo que dice el otro. Será una disputa, una completa división, que nos pondría más confusos. En la confusión no hay lucidez para poder ver claramente lo falso y lo verdadero. Si no sabemos ver donde está lo falso permaneceremos con la confusión, pues todo el mundo vive bajo el caos y el desorden. Este mundo tan desafortunado actúa como una gran corriente que todo lo arrastra a la deriva por delante.
En realidad no existe lo positivo y lo negativo; sólo existe lo negativo. Pues lo positivo, lo ordenado, lo correcto, si es mencionado y manoseado por las astutas mentes pasa de ser positivo a negativo. Todo lo que nuestras falsas mentes tocan se convierte en confuso y caótico. El pensamiento siempre está requiriendo seguridad, así que cualquier acción que él planifique -por muy noble que parezca- siempre será fruto del egoísmo. Por eso no podemos fiarnos de lo ya pensado, de lo ya establecido, de lo ya programado. Una mente que vive completamente vacía de todo concepto e ideación, es una mente altamente sensible. Ella nada más está alerta para ver dónde está lo falso. Lo positivo no le interesa, no le perturba, no le altera, pues ella sabe que descartando lo negativo lo que venga tendrá que ser lo positivo y ordenado. Lo positivo no sabemos lo que es de una manera verbal e intelectual. Lo positivo es un estado indescriptible donde todo puede ser.
Cada uno de nosotros piensa que está en el camino correcto y de ese sentimiento surge la división. De esa manera de pensar hemos hecho este absurdo y tan necio mundo, donde todos están contra todos. Hemos dividido el mundo en bloques, en religiones, luego en países, en regiones. Nos hemos dividido en razas, hemos inventado las fronteras cortando los lugares a sus pobladores, nos hemos divididos en las ciudades construyendo guetos para los más desgraciados y rechazados. El resultado de todo ello es esa espantosa violencia que estalla por todas partes. Pues la violencia es el resultado de la división, que nos enfrenta y nos destruye. Las palabras y las buenas intenciones para acabar con la violencia no servirán de nada si nos encontramos divididos,
A un terrorista que marta y echa bombas, a un militar que lleva armas y actúa con brutalidad, violencia y está dispuesto a matar cuando haga falta, no se le puede hacer cambiar su manera de vivir con manifestaciones en contra de ellos, con palabras denunciantes, con acusaciones que no llevan más que agravar la situación. Para poder cambiar todo este mundo tan brutal, tan malvado, sino dejamos de estar divididos unos de otros no podremos hacer nada al respecto. El último reinvento del hombre ha sido la democracia; creyendo que es el remedio para la confusión y tanto desorden, pero la división sigue estando entre nosotros. Esta división es la que causa tanta desgracia, miseria y pobreza. La división es la causa de tanto enfrentamiento que en su desenlace final llega hasta el extremo de la destrucción y la guerra.
La violencia, las brutalidades y las guerras, no las queremos recordar, ni queremos verlas, aunque ellas está ahí escondidas o al aire libre. Están latentes o a punto de estallar. O mejor dicho, estallando y sucediéndose como algo fatal para los hombres, Si sintiéramos en un segundo que toda esta desdicha de las brutalidades, las violencias y las guerras, podrían cesar descartando la división en nosotros, seríamos hombres pacíficos y nuevos, incapaces de hacer daño a nadie ni a nada. Donde cada hombre lo veríamos como algo digno de ser respetado y ayudado. Donde cada uno se vería en los demás seres vivientes, como algo que forma un todo unido e indivisible. Rechazar la violencia de palabra, haciendo pactos contra ella por un organismos o algún grupo, no es ser pacífico. Al contrario sirve para revulsionar aún más el sentimiento de enfrentamiento y confrontación.
De la comprensión directa y clara de que la violencia es completamente negativa y destructiva. Con una vida virtuosa, asentada en la más estricta necesidad -que es la honestidad-, con un sentimiento de simpatía y bondad por todos los hombres, podemos descartar el gran obstáculo de la división. Y si lo logramos la violencia no nos afectará.

En lo alto de una loma había una gran cruz de hierro clavada en el suelo. Se podía ver desde lejos; y para subir hasta ella no había caminos, ni sendas. Los hombres no tenían fuerzas, ni energías, para poder ayudar a las personas necesitadas, pero habían sacado lo necesario -dinero, tiempo y ganas- para construirla y subirla allá en lo alto.
Esto es el absurdo de las religiones organizadas: hablan, hablan, y no dicen nada. Y si dicen algo es engaño, falsedad e hipocresía. Esta misma religión es la que tolera que, en la puerta del lugar de reunión y oración, después de bendecir los casamientos, lancen a los derrochadores esposos -vestidos para una única ocasión con costosos trajes- bolsas de arroz blanco y diversos cereales, y luego prendan fuego a una larga traca de sonoros petardos. Por eso las religiones organizadas son un negocio.


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La verdadera caridad


Por motivos accidentales vinieron a nuestras manos unos papeles que hablaban de la situación en que se encontraban las personas de Etiopia que no tienen nada. Entre ellos había una súplica para que diesen algún dinero, para poder paliar en lo posible la vergonzosa situación de enfermedad, de tristeza, de hambre y de muerte, en la que se ven envueltos los niños, los ancianos, las mujeres y los hombres. El dinero solicitado por una organización religiosa, no era para comprar alimentos -ya que en los muelles de los puertos se amontonaban toda clase de víveres y medicamentos- sino para el transporte de estos hasta los campamentos de los refugiados, donde acudían los hombres y sus familias huyendo de la sequía. Se necesitaban camiones y aviones, pues en ese país las comunicaciones por carretera son muy escasas. En esos papeles había fotos realmente patéticas, donde los rostros de los seres humanos y sus cuerpos estaban fuertemente marcados por el dolor y el sufrimiento. Resumiendo brevemente hacían un explicación de cuanto acontecía: el mayor azote es el hambre, ya que este deteriora los cuerpos y las enfermedades se apoderan del ser humano; los más afectados son los niños pequeños: pues una grave enfermedad infantil si no les mata, les deja disminuidos de fuerza y facultadas para el resto de sus vidas; la falta de medicamentos hace que muchos al tener una infección en alguno de sus miembros tengan que amputárselo; además de todas las enfermedades que suele coger el cuerpo humano en las situaciones de extremo debilitamiento y miserias. Había dos cosas que hacían que lo descrito no pareciese tan horrible como en realidad era: una foto sonriente y feliz de un hombre de la organización religiosa que firmaba una de las cartas; y un coche que había sido donado por un hombre, para que fuese rifado entre las personas que ayudaban, para así contribuir de alguna forma.

No solo en Etiopia se muere de hambre. En otros lugares también se sufre y se muere por el hambre. Como en India y en muchas partes del continente africano y asiático, seguro que también se sufre y muere a consecuencia de la falta de alimento necesario para poder sobrevivir. Y sin ir más lejos, para los que vivimos en los países denominados desarrollados y ricos también habrá personas -aunque parezca mentira- que sufrirán y morirán por no tener el alimento necesario para poder sobrevivir. En el hambre está todo englobado: la brutalidad, el egoísmo, la tolerancia, la violencia, la insensibilidad, la crueldad, el desprecio al hombre y a la vida. Cuando un hombre pasa hambre no hay escusas -si hay otros que comen desmesuradamente, destruyen alimentos, o derrochan dinero en estupideces y caprichos- para que siga pasando un día más su angustiosa falta de alimento. Los hombres intentamos irresponsabilizarnos dando la culpa a las circunstancias y accidentes naturales: sequías, explosión demográfica, crisis políticas y económicas, catástrofes climáticas. Pero no hay escusa: cuando una parte del mundo sufre hambre y las demás luchan y compiten por fabricar más armamentos mortíferos y destructivos, se lanzan a costos proyectos para investigar el frío espacio planetario, o destruyen grandes cantidades de alimentos para reajustar sus economías. No nos equivoquemos, hoy por hoy, el hambre y la pobreza existe porque los dirigentes, los políticos y todos les que les han elegido y los sostienen, lo toleran. Tanto el alto funcionario que dirige un ministerio o un país soberano, como el hombre que va a pie por la calle, es responsable del hambre y la miseria de un lugar, un país, una región, o de una sola persona.
La pobreza y el hambre no desaparecerán enviando toneladas de alimentos, ropas, medicinas, máquinas y dinero -aunque esto en principio esté muy bien-. La pobreza y sus secuelas desaparecerán cuando cada uno de los que tenemos de sobra de todo, hayamos visto plenamente en nosotros que somos responsables por derrochar, malgastar y destruir todo lo que les falta a los que no tienen nada. Si uno envía un paquete de alimentos y de ropas, para quien lo necesite, pero su comportamiento es egoísta, derrochador con sus cosas personales, si cuando alguien necesitado va a su casa a pedirle algo y no le deja ni pasar del portal temiendo que le ensucie sus sillones o le robe cualquier cosa tonta, está muy lejos de darle solución a la pobreza, al hambre y a todas las desdichas. En el dar algo material hay un acercamiento al problema de la pobreza. Pero donde realmente está la solución, es en el dar algo material y en el romper la barrera aque nos divide. En ver al necesitado como si fuese usted que está reflejado en un espejo -sin ver la diferencia entre el necesitado y usted-. Si uno se considera diferente del hombre miserable, hambriento, sucio y desgraciado, por muchos millones que le dé no hará hecho casi nada al respecto.
¿Y sabe por qué? Porque su donación es desordenada y confusa. Y por tanto si le llega, lo que usted le da, le llegará con todo su desorden y su confusión. Ahí están los puertos de Etiopía repletos de comida, ropas y medicamentos, sin poder llegar donde están los hambrientos -tal vez se destruyan, tal vez alguien los robe, o tal vez desaparezcan misteriosamente que es lo mismo que robarlos-. Si los que envían algo, si los que dan algo, tuvieran su vida en orden seguro que les llegaría en perfectas condiciones su donativo. Y si todos tuviéramos la vida en orden no habría necesidad de dar nada porque no habría hambre, ni pobreza, ni miserias. Esto es una realidad, no una fantasía, no es una hipótesis, una alucinación. Mientras haya quien derroche, destruya bienes y alimentos; mientra haya quien viva rodeado de placeres, la pobreza no desaparecerá.
Sentimos el reto, el llamamiento, que nos envían de vez en cuando -siempre ha habido lugares como Biafra -Nigeria-, Bangladesh; la mal administrada Latinoamérica; lugares tanto en África como en Asia; donde han pasado épocas de hambruna y desesperación- desde sitios lejanos enterneciéndonos el corazón momentáneamente. Y sin embargo los hombres, que sufren porque no tienen lo necesario para poder vivir, que viven cerca de nosotros, que ellos vemos casi todos los días, no nos conmueven ni nos dan ese destello necesario para sentirlos dentro de nuestro corazón. No nos importan las estadísticas del lugar donde vivimos, de nuestro entorno, lo que nos importa es lo lejano y exótico. Esto demuestra lo infantiles, lo vulgares, lo poco serios que somos. La pobreza y la miseria cercana no nos importan; las vemos irreales porque no somos sensibles.
Uno tiene que limpiar y poner en orden su casa, de lo contrario lo que hagamos saldrá confusa y desordenadamente. Cada acción tiene su propia energía, si es una acción positiva la energía será positiva, si es negativa la acción la energía que resulte de ella también será negativa. Hasta que nos llegue el orden dentro de nosotros, lo que hagamos será incompleto, desordenado. Si uno hace algo positivo y ordenado -lo que es lo mismo que rechazar algo negativo- está influyendo en todo el universo. Porque uno es parte del todo. Y la parte forma un todo con otras partes. Uno es la esencia de todo, por tanto lo que hagamos afectará a todos. En el ver todo esto claramente, está la esencia del amor. No importa lo que los otros digan al respecto, si usted lo ha visto con toda su alma, todo su corazón y toda su mente, eso es suyo y nadie se lo puede quitar.
Cuando uno ve la totalidad de las cosas y de la vida, cuando uno sabe ver donde está lo falso y lo verdadero, y sabe ver lo falso también en lo verdadero, ya no necesita la guía de nadie. Uno tiene una luz propia que alumbra su vida y alumbra la vida de los demás. Ver esto no es el resultado de ningún esfuerzo. Pues donde hay esfuerzo no hay atención. Si no hay atención tampoco hay amor. Y sin amor, ¿qué podemos hacer? ¿Hay algo realmente interesante, serio y digno, que pueda hacerse sin este sentimiento de unión con todo? ¿Cómo llegaremos a esa abundancia de amor para poder vivir gozosa y tranquilamente? De la única manera que puede llegar es intentándolo. Todo tiene un inicio indeciso y poco resaltante. Cuando uno planta una semilla de un árbol no es nada, está cubierta por la tierra, luego sale una hojita frágil y vulnerable ante todos los peligros; al cabo de un tiempo ya tiene la fuerza de un tallo y luego de unos años se convierte en un grandioso árbol, dando frutos y cobijando a pájaros, insectos y a cuantos se acerquen a él; finalmente, tal vez, lo hagan arder como combustible, o para fabricación de muebles y elementos útiles.
No ocurre así cuando se trata del campo psicológico. El tiempo en lo referente a lo psicológico es impedimento. Este impedimento es el que mantiene estancados a los hombres. Todos los gobiernos soberanos tienen planes a corto o largo plazo, creyendo que van a solucionar los graves problemas que tenemos. Pero se obstinan en no encarar los problemas desde la misma raíz. Lo que quiere decir que los problemas se reforman, se rehacen, siguen siempre los mismos. Cuando uno termina con un problema, lo termina para siempre. Dar solución a un problema es terminar para siempre con él. El problema ya no existe, es como si se hubiese muerto. En esto hay un morir a todo para poder solucionar el problema. Los hombres no hacemos esto. Nos cuesta desprendernos de lo que obstaculiza la solución de los problemas. Nos aferramos a nuestras estúpidas maneras de vivir. Somos auto-compasivos y miedosos. Y todo esto nos bloquea y nos deja donde siempre: retocando algo, prometiendo mucho y resultando el mismo desorden y caos que está en todas partes.
Para resolver el gran problema de la vida, uno tiene que morir a todo lo que es un impedimento para que surja lo nuevo. Sin un morir a lo viejo, todo intento de cambio será una continuación renovada del viejo patrón. Por muy revolucionario que sea el enfoque para solucionar los problemas, sino hay un morir al viejo patrón el resultado será el desorden y la confusión reinante. Y para morir a lo viejo no hace falta ser culto o iletrado, ni tampoco hace falta tiempo. Solamente hay que tener la profunda visión de que un cambio inmediato en la estructura de la mente y toda su psique -donde vea que el aplazar o el llegar a ser es un engaño, una trampa, para seguir con el viejo sistema que le da seguridad- es el único remedio para los males que nos acucian.

Nada más empezaba a despuntar el nuevo día un estornino cantaba sonoramente por los alrededores. Había hecho su nido en una casa de enfrente, dentro de una chimenea de ladrillos, arena y cal, que no estaba habitada. Por el día la madre vigilaba los tanteantes vuelos de su joven descendiente. De vez en cuando le traía algo con su pico y se lo depositaba en su boca. El joven pájaro era todo negro como su madre, pero sin brillo y un poco aclarado. Su madre tenía un color negro fuerte e insistente y por debajo de la cabeza le salían reflejos morados brillantes y otras gamas de colores indescriptibles. Pasaban el día haciendo vuelos cortos por los cables eléctricos, las antenas de televisión, los tejados y por encima de las viejas tejas. A veces el más joven se ponía encima de la barandilla de la chimenea observando un poco a su alrededor y se echaba desapareciendo.


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El exceso de trabajo


Desde hacía unos días, cuando el sol empezaba a declinar, el cuerpo de uno le avisaba de que se estaba excediendo en las actividades. Uno intentaba proseguir, pensando que era algo accidental y pasajero. Al ver que no cejaban se tuvo que reducir la actividad y desaparecieron los avisos.

Para que el dolor no nos invada tenemos que tener una profunda atención con todo. La mente tiene que estar muy alerta a todos los requerimientos ambientales y personales. La mente, con tal de seguir con algo -que es lo que la mantiene en la falsa seguridad- falsea la verdadera realidad de las cosas. Vivimos una vida rutinaria y esta repetición constante nos destruye nuestra sensibilidad. Nuestras mentes quieren la rutina y la repetición a toda costa. Y donde hay rutina y repetición, surge la falsedad y la brutalidad. No es que uno haya de estar cambiando siempre sus actividades diarias, lo que hay que hacer es estar profundamente atento para poder desprenderse de lo que perturbe el orden. Si hay imposición de algo el orden desaparece, al igual si alguien tolera algo negativo. Nuestras mentes quieren que les toleremos la rutina en que se ven atrapadas -y al mismo tiempo al desatender la necesidad del cambio imponen el criterio de la rutina-.
La mente es como un tirano y a éste no nos gusta enfrentarnos. Hay que tener una mente muy fresca y ágil para poder descartar todo lo que nos destruye la armonía. Sin seguridad la mente no puede operar y a pesar de ello buscamos la confusión. Cuando alguien más alterado y confundido vive, más rutinaria es su vida. Para hacer algo serio e interesante tenemos que tener paz interior. Esto es, silencio interno que es la paz. Este silencio es el que nos deja libres de la tiranía de la mente. En la quietud interior uno puede ver cada impulso egoísta, cada movimiento del deseo para poder surgir. Nuestras vidas tienen tan poco silencio. Vivimos atropellándonos, vivimos en la prisa, en realizar los proyectos; vivimos sin dejar descansar a nuestras fatigadas y torturadas mentes. Y sin darnos cuenta hasta que no tropezamos. Incluso a veces tropezando y todo seguimos adelante con nuestros egoístas afanes.
El resultado es una vida codiciosa, una vida impetuosa, que sigue adelante cueste lo que cueste, es la gran brutalidad de nuestras vidas. Tenemos miedo de no hacer nada, de ser humildes, de ser como cualquiera, pensando que así saldremos del tedio de nuestra existencia. Siendo al revés: cualquier persona que lleva una vida sencilla, y la vive con honradez, puede ver dónde está lo que es provocador de desorden en su interior. En la inacción hay acción completa. Un hombre cuanto más alterado está, más es su acción. De ello surge un gran desorden y su vida se encuentra en el más inmenso caos. Un hombre en este estado es un peligro, pues si detiene su acción se encuentra perdido y abrumado. Por lo tanto cuanto más acción, más seguro cree encontrarse; y al mismo tiempo más caos y destrucción. La brutalidad y la inflexibilidad van unidas. Un hombre que cede, que renuncia, que sabe morir al deseo vehemente, la brutalidad no le afectará.
Cada persona tiene sus motivos para actuar de una manera o de otra; si esta acción provoca confusión debemos descartarla sin ningún sentimentalismo, ni romanticismo. Nuestras vidas están repletas de romanticismo y este obstruye a lo nuevo. Una mente romántica siempre espera a lo viejo y conocido. En lo nuevo se encuentra perdida, ya que no lo conoce y le da espanto. Este es el grave problema que tenemos todos los hombres. Si pudiésemos morir para siempre a todo el pasado, nuestras mentes serían frescas, ágiles y nuevas; seríamos siempre jóvenes. Pero morir al pasado significa dejar muchas cosas que nos agradan. Dejar algo definitivamente, no hoy lo dejo y mañana u otro día lo vuelvo a coger. Morir a algo es el fin; y en esto hay una gran belleza. Sin este morir no hay vida -y si la hay no es verdadera-.
La vida y la muerte están fuertemente unidas entre sí. Los insectos a pocas horas de nacer mueren; los animales que sacrificamos, mueren para que podamos sobrevivir. Los hombres morimos para que puedan nacer otros seres nuevos y renovados. Para que la vida exista tiene que haber una transformación de lo viejo en lo nuevo. Una energía que ya existía desaparece y se transforma en otra energía nueva. Mentalmente ocurre lo mismo: en el morir a lo viejo dejamos espacio para que surja lo nuevo. El espacio es necesario para poder existir algo. Una flor sin espacio no puede florecer, lo mismo le ocurre a un árbol, a un cuadro que necesita su pequeño espacio; al igual que a una sinfonía, si no tuviera espacio los sonidos no se distinguirían y saldrían todos en un montón. La mente también necesita su espacio. Sin espacio la mente se muere y perece.
Si muere la mente no quiere decir que el cuerpo también perezca. El cuerpo vive como un vegetal. La mente al verse sometida a tantos retos repetidos unos detrás de otros, pierde su lucidez y lo que le da vida. Por eso es que el cuerpo independientemente de nuestra mente tiene su propia acción. Cada cuerpo tiene su sabiduría innata para saber actuar. Todo esto quiere decir energía. Necesitamos mucha energía: para levantarnos de la cama, para hablar, para estar en silencio, para trabajar y hacer algo. Entonces, ¿de dónde sacaremos tanta energía necesaria para poder afrontar nuestra existencia diaria? La energía vendrá si nuestro comportamiento es ordenado y armonioso. No hacen falta ejercicios corporales, ni técnicas para agudizar nuestras mentes. Con vivir adecuadamente, que es lo mismo que decir en virtud, toda la energía que necesitamos llegará en su debido momento.
El calor primaveral, pegajoso y pesado, hacia con los cuerpos se sintiesen fuertemente atraídos por la tierra que pisaban. Por la mañana era agradable la temperatura. Por la tarde todo se enrarecía con el bochornoso calor y lo largo del día. El sol se ponía muy tarde y cuando desaparecía por arriba de la montaña era como una bola de hierro roja encendida.


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La brutalidad


Es costumbre de muchos pueblos de la península Ibérica, el que todo los años una o dos noches se pasen en su mayoría los jóvenes echando cohetes. Aunque sean pocos los pobladores, es una costumbre arraigada desde hace mucho tiempo. Cuando se pasa por las plazas y las calles más céntricas, se ven las huellas en las paredes: la pólvora deja un color rojizo oscuro que tarda mucho en desaparecer.
Era una noche de principio de verano. Después de terminarse las actuaciones musicales, y haber desaparecido todos los que sabían lo que iba a suceder y no querían participar, empezaron a explosionar cohetes. Antes de cada explosión hacían varias salidas, por el aire o por tierra, emitiendo un sonido como si estuvieran arrastrando algo. Al contrario de una traca, que suele ser rápida y escalonada, estos cohetes eran pausados y estallaban como si no tuviesen prisa. Las explosiones eran ininterrumpidas. La costumbre es que el ayuntamiento aporte una cantidad de cohetes y que cada cual compre otra cantidad. El resultado fue cuatro horas de la noche sin apenas un instante en que no explosionara un cohete -desde alrededor de las dos hasta alrededor de las seis de la mañana- Al día siguiente temprano, cuando uno bajó a la calle, un joven avergonzado y huidizo con la cara de cansancio se iba a dormir. La calle y la plaza estaban completamente sucias y llenas de los residuos de los cohetes explosionados; sillas de madera -alquiladas para presenciar los festejos- rotas y por los suelos. Un cañizo, usado como barrera por la improvisada plaza de toros, en medio de un cruce de calles. Uno estaba completamente solo en medio de tanta basura -además había botellas vacías de alcohol, vasos de cristal y de plástico, paquetes de alimentos y de golosinas, etc.- y la locura de la noche se reflejaba en cada piedra, en cada ventana, en cadas puerta de madera. Y uno se puso a llorar desconsoladamente. Era tanto la amargura, que las lágrimas no podían salir. Allí en medio de toda esa barbarie, pensaba en los que no tienen nada, en los hambrientos, en los que piden diariamente para poder vivir. Pensaba en la falta de sensibilidad de las personas, en su fuerte condicionamiento, en su ignorancia e idiotez.
Hasta llegar al horno, distante unas cuantas calles, no se veía a nadie: parecía como si todos los pobladores del pueblo hubieran desaparecido huyendo de él. Uno tenía una gran fuerza y pasión, que empujaba a buscar a alguien para hablar. La mujer, de unos cincuenta años largos, que vendía el pan y atendía al horno, preguntó qué tal estaba. Desde que empezaron los cohetes sin dormir, respondió uno; y prosiguió preguntándole por qué no repartían las fiestas por todos los barrios, en vez de centralizarlos en la plaza. Ella dijo enfadada: “Es la costumbre desde hace mucho tiempo y no queremos cambiarla”. Uno le explicó que también desde hace mucho tiempo habían ido descalzos y que tan solo hacía unos cincuenta años que se calzaban; y que hace unos ciento veinte años todo el pueblo era de un solo dueño y señor. La correcta mujer guardó silencio, extrañada y al mismo tiempo satisfecha.

Los hombres tenemos un grave problema: hemos avanzado en todo el campo tecnológico, material -manejamos máquinas, dirigimos complejas computadoras, salvamos problemas en biología y en medicina cada día, dominamos la naturaleza a nuestra conveniencia- y sin embargo este grandioso avance no lo es en el campo psicológico. Somos igual que hace cuarenta o cincuenta mil años. En todo este tiempo transcurrido hemos aprendido a hacer maravillosas cosas, larguísimas carreteras, submarinos que van por debajo de los mares, pero no hemos sabido aprender a vivir correctamente. Desde hace tanto tiempo seguimos peleándonos, destruyéndonos, seguimos siendo egoístas, lo que nos lleva a la desdicha y a la deshonestidad. Si miramos nuestras vidas, ¿qué han sido hasta ahora? ¿No somos igual que hace miles y miles de años? Ahora mismo nos creemos muy civilizados y avanzados: trabajamos largas y fatigosas jornadas de trabajo, hemos conquistado el espacio y con él la luna, tenemos televisión y muchísimos aparatos, pero seguimos siendo tan salvajes como los hombres que se cubrían con pieles y vivían en las montañas, o los que vivían desnudos en las calurosas sabanas y selvas de algunos lugares.
No nos damos cuenta de que la costumbre y la repetición no sirven para nada. Cada vez que repetimos algo, a que nos aferramos, nos hacemos crueles y brutales. En todo esto está involucrado el miedo, el tiempo y el pensamiento. Uno repite, se agarra a la costumbre, a lo que han hecho él y los otros, porque piensa que en el pasado -que ya conocemos- está la seguridad. La seguridad no existe en el ámbito psicológico. El pasado es tiempo como ayer, hoy y mañana. Y el tiempo es una invención del pensamiento. Sin el tiempo el pensamiento no existiría. El cerebro ha inventado el pensamiento, que es tiempo. El pensamiento es recuerdo, cotejo, imitación. Si estuviéramos libres de todo esto, nuestro pensamiento llegaría a su fin y no tendríamos barreras.
Uno va a comprar una camisa y cuando ve los modelos en la tienda, empieza todo el proceso del pensamiento: recuerda la camisa que vio a un cantante, al artista, o a algún líder, la coteja para elegir la que se iguale más; luego imita la manera como la lleva puesta, etc. Esta es nuestra vida: un círculo que no tiene salida. Estamos perdidos, aunque nos sintamos bien apretados en las ciudades, en los bares, en las discotecas, cines, campos de fútbol, teatros, en las manifestaciones por la calles, en la iglesias, en el partido político, en la secta, en el grupo, en la familia. Estamos completamente perdidos. Estamos robotizados. Somos como máquinas. Somos como máquinas programadas que repetimos lo que otros nos dicen y nos dejamos llevar. Y todo esto es miedo. Y el miedo produce egoísmo. ¿Que pasaría si al ir a comprar cualquier cosa, un libro, unos zapatos, una camisa, lo que sea, nuestro pensamiento no recordase, ni cotejase, ni imitara? Seríamos libres. No para hacer lo que nos diese la gana. Sino para comprar lo que verdaderamente necesitamos. Entonces lo que compraríamos sería nuestro, sería bello, sería armonioso. ¿De qué sirve comprar un libro de un autor que está de moda, que lo nombra mucho el profesor, o que los intelectuales lo han mencionado repetidas veces en los periódicos y televisión? ¿Sería el libro que necesito? ¿O sería un libro vulgar, sin sentido, y que pronto lo lanzo por ahí? ¿Qué pasaría que al ir a comprar cualquier pieza para vestirse se pudiese detener su pensamiento, con sus imágenes de lo que le han bombardeado para que compre tal o cual modelo, o marca? El pensamiento no se puede detener. Esto sería tanto como estar muerto. El pensamiento al ser tiempo, al querer llegar a ser, es deseo también. El deseo tiene una grandiosa y bella energía, que uno no debe reprimir. Lo que uno tiene que hacer es ver la trama del pensamiento; ver cada impulso, cada ola, que él produce y descartar lo negativo.
Todas las religiones recomiendan reprimir el deseo. Reprimir el deseo sexual, reprimir el pensamiento, reprimir todo lo que no esté de acuerdo en la norma escrita y definida por personas fanáticas. En la represión hay contradicción, hay dos fuerzas antagónicas luchando cada una por su cuenta.
No es que debamos ser tolerantes e indiferentes con los incesantes deseos que surgen. Tenemos que ver cómo surgen y observarlos atentamente. Ver si son negativos, si llevan la semilla de la confusión y el desorden. Si somos sinceros y profundos, cuando vemos que el deseo va a provocar dolor y sufrimiento, esta misma visión descarta el deseo y la mete se aquieta. No es que uno lo detenga. Ella misma se ha detenido, sin ninguna compulsión, sin ninguna autoridad externa, sin ningún miedo. Entonces surge lo nuevo, algo imprevisto; surge la realidad, lo que es; surge toda la vida al descubierto y desnuda.

Unos albañiles estaban construyendo una habitación encima de una casa vieja. Los dos oficiales, que eran los jefes, iban y venían por encima de los tablones con agilidad; trabajaban con gran destreza y maestría sin apenas esforzarse. Los otros dos hombres que servían en todo a los oficiales, también demostraban agilidad y maestría en todos sus movimientos y trabajos. Los cuatro eran fuertes y pasaban unas doce horas bajo el tórrido sol de principios del mes de agosto -desde que clareaba el día hasta que empezaba a anochecer-.

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